Pablo López-Carballo (1983, Cacabelos-León, España) ha publicado los libros de poesía Sobre unas ruinas encontradas (La Garúa, 2010), Quien manda uno (Colección Transatlántica, 2012), Crea mundos y te sacarán los ojos (El Gaviero, 2012), La dictadura de la perspectiva (Trea, 2017), Perder naturaleza (Trea, 2021), Platón y asalariados (Pre-Textos, 2023) y beso político de cada amor que tengo (Libros de la Resistencia, 2024). De estos dos últimos y recientes libros se recoge una selección en estas páginas. Es Profesor de Literatura Hispanoamericana en la Universidad Complutense de Madrid y Doctor en Literatura española e hispanoamericana por la Universidad de Salamanca.
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Toda mariposa piensa que exagera
y se debate entre abrirse —y dejar
que el viento mueva sus colores
en el estruendo de sus dos alas
batiendo— o cerrarse en cuchillo
y mirar de frente al sol.
El pulpo inaugura alfabeto
de ocho vocales. Con su ritmo
arcaico se oculta de seres
que dimitieron del mar hace tiempo.
Sigue pesando la luz y midiendo
la altura de las estaciones.
Desde el día que comenzó a llover
se encoge dentro de su sombra.
Con las ventosas corrige
los excesos del mar para que la tierra
no detenga sus vueltas.
Qué lazo coses o tiras Ariadna
ahora que se ha roto ese que él tenía.
Ya se crucificó a sí mismo en otro momento,
resiste sin ganas el final de la tarde
—quizás sea el centro del laberinto—,
una mano abierta al cielo, la otra buscando hilos:
como en un pozo seco, en el que la voluntad golpea
el fondo y produce un sonido árido, inservible.
La tristeza carece de unidad de medida.
Su casa no es una casa en ruinas
con enredaderas teatrales,
ni sus silencios son silencios
de bambúes en reposo.
El camino hasta allí es un pararrayos.
El purgatorio de la lluvia borra
los procesos verbales y el cálculo
desprotegido de una extraña ciudad
de sillas perpetuadas en lo vacante.
Brota y amarillea el trigo,
agita cardos en su lengua.
Espinosas vainas estacionales,
Teseo, para los que se erizan.
Es paciente, prepara y bebe té con la misma delicadeza. Aplasta las hojas con decisión y deja que el vaho invada la estancia. Cuida de las moscas como se cuida de un recuerdo agradable: entre dar alimento y dejar de frecuentar para preservarlo. Escribe en cuartillas que guarda en un cajón igual que una cuerda bien enrollada. Noviembre por diciembre es una equivocación menor, un descuido o una manera inversamente proporcional a su economía: desinteresada forma de entregar su vida al resto. Tengo un problema con las alas —dice—, no están hechas para mi tamaño. Su marido murió de una extraña fiebre con nombre de capital: Montevideo, Palermo, Cartagena o Estambul. Recuerda el cesto para lavar, el sentido de las manecillas del reloj, el lugar exacto en el que colocar la sal y el intervalo temporal en el que puede aparecer él tras la puerta. Lo que está en fuga se retiene aplastando hojas de té. Prometió no teorizar pero le divierte dar pistas, sembrar caminos, asfaltar encrucijadas. Acompaña con el movimiento de labios alguna frase pronunciada a medio camino. Hoy duda, desde la cama, qué pie poner primero sobre la tierra.
Platón y asalariados (Pre-Textos, 2024)
Donde solo había viento
En el proceso de andar juntos,
de estar cerca, nos retiramos,
mutuamente, el peso de encima.
En el proceso de no alejarnos,
de no caer dentro de nosotros,
acalorados, a la deriva,
con la confusión, con el desmayo,
nos acomodamos, el uno al otro,
propias y ajenas, las desgracias.
En este proceso en el que andamos
perdimos antes de comenzar:
lo grande se comió a lo pequeño,
lo útil ha desplazado a lo inútil,
lo breve se impuso y, por eso,
este proceso nuestro de hacer
perdurar todo lo que no encaja,
resiste como las rosas frías,
tirantes, altas y adelantadas,
como las ramas imprevistas,
como los cauces que, buscando
su espacio, avanzan y retroceden.
En este proceso del nunca
encontrarnos del todo se fundan
lo notorio y feliz del descalabro,
la saludable insistencia
de la enfermedad y el desinterés
por aquello que podría salvarnos.
En este proceso, cada mañana,
atravesamos ríos, dislocamos
astros, alzamos muros que la noche
derrumba, abrimos puertas donde antes
solo había viento.
Cavar
Cavar hoyos para reconstruir ciudades. Cavar hoyos por el placer de hacerlo y también para sembrar cráteres. Cavar por cavar, cavar por amor un hoyo y esconderse del mundo dentro. Cavar como imagino que harían los que no tenían dientes y cavaban para buscar alguno y masticar así la salazón. Cavar porque las cosas se cavan o se olvidan, se centran en puntos de contacto o se dejan pasar. Cavar para doblegar las dobles negaciones. Cavar a la manera de los antiguos, toscos y desamparados —tocados por la dulzura sin apariencia—, que dirigían la caída del sudor para atildar aperos. Cavar como nadie. Cavar, como escribir, para no hacer que desaparezcan todos. Cavar silencios. Cavar por no escribir, por dejar que las cosas vivan o mueran sin interferencias.
A una poeta futura
Sería extraño no estar en crisis
y que no haya quienes ejerzan
—con evidente equívoco— el poder.
Ten presente que la abundancia
es primer síntoma de penuria
y que las plagas se anuncian festivas.
No te dejes llevar por la angustia
o las ciencias económicas, baila
e intercambia encargos
que iluminen ideas ajenas.
Si comes, duermes y los tuyos
se van en orden, celébralo.
Deja a los filólogos la vulgata
y anota lo que harás el lunes
para que nadie te lo arrebate.
No hagas caso a las máquinas,
responde, recopila, reenvía,
salvo cuando tu vida esté en juego:
un tren podría ocultar otro,
no fumes en el metro,
última parada,
aléjate de la línea amarilla.
Huye de los mecenas
y di estar siempre haciendo otra cosa,
nunca digas escribiendo poesía.
Cuando lo hagas evita lo bélico
pero sé combativa, no complazcas
pero permite que los muchachos
se enamoren a tus espaldas,
disiente, sé amable ocurra lo que ocurra,
recita a Safo, Ovidio y Catulo
y no creas a quienes venden
éxito, felicidad o progreso.
La prosperidad: sábanas, platos
y alguien que te quiera mientras escribes.
Gravedad del mar
El viento pone huevos
en todo lo que alcanza a ver.
No quiere para él toda la tierra.
Así, lo invisible pasa a lo visible
sin atravesar fronteras.
Una araña ha renunciado a hilar
y trata de ocultarse en el ángulo
de un plato llano.
Algo ancestral se pierde en cada camino
que deja de conducir a otro camino.
El mar penetra táctil
el mundo sin orillas.
Las espigadoras de Millet
retiran sus pañuelos y se abanican.
Regresan de la muerte los gallineros.
Rayos de corral iluminando
féretros de espiga.
Rutinarias fábulas de diluvio
y vidas bajo el agua.
Nos convocan las chicharras políglotas,
árbol de Babel, en el que crece
lo que existe y lo que imaginamos.
De aquí no nos moverán ni las rosas
envidiosas que insisten en su prisa,
ni los enemigos de la sombra
que no nos ven, pero nos intuyen.
Se ha parado el tiempo, trabajamos
con rumores: ritmo de galaxia
gastada o en desuso: estrellas, polvo,
gases, partículas que creen ser
otra cosa,
así vivimos bajo los árboles,
estatuas que han pactado con lo efímero
para no sufrir con la eternidad.
Repasamos los ángulos del fuego.
Los jilgueros se excusan antes de cantar.
Algunos ojos se vuelven sobre sí,
se encierran en su respiración
y caen de miedo si a la córnea llega
una luz. Son los que cuidan remolinos,
los que albergan la inquietud.
A fuerza de crecer el laberinto
y de esforzarse en que no coincida
con el tiempo, la tierra gira
con la certeza de hacer coincidir
la vida con la vida.
beso político de cada amor que tengo (Libros de la Resistencia, 2024)