Nicolás Peña Posada en La poesía te quiere vivo

Leemos, en el marco del dossier La poesía te quiere vivo que prepara Alejo Morales, algunos textos de Nicolás Peña Posada (1991). Actualmente es editor en la editorial independiente Totuma Libros.

 

 

 

 

Nicolás Peña Posada​​ (Bogotá, 1991) es​​ docente universitario y tallerista de escritura creativa en Idartes. Es editor en la editorial independiente Totuma Libros y co-director del colectivo Danielito Bang. Hace parte del grupo de rap Amigos imaginarios. Ha publicado los poemarios:​​ No sabía que teníamos en común pisar hojas secas​​ (2024),​​ El marrano​​ (2022),​​ Tardes de domingo​​ (2022) y​​ La abuela nunca llora cuando corta las cebollas​​ (2020). Obtuvo mención de honor en el Concurso de Poesía Tomás Vargas Osorio con el libro​​ Los desiertos del hambre,​​ y ha sido finalista de otros certámenes nacionales e internacionales.

 

 

 

 

 

 

 

 

Poema del libro​​ El marrano

 

 

 

I

 

 

Chillaba el marrano en el pasto, daba vueltas mientras la sangre regaba pequeñas piedritas negras, las bañaba con su color de tarde

 ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​​​ su pellejo de sandía rota. ​​ 

 

Los primos saltaban de alegría, decían:​​ marrano hijueputa​​ y daban vueltas.

Yo me reía con ellos, y los caballos, al fondo, pateaban las puertas de la pesebrera.​​ 

Los caballos relinchaban, pegaban y corcoveaban encerrados, con las rodillas raspadas, queriendo salir.​​ 

 

Nos reíamos juntos, pero también en la risa había algo de llanto por el marrano, algo de tristeza por su cuerpo sangrante, por ver su vida yéndose a través del hueco de la aorta donde los chillidos manaban como jazmines.​​ 

 

Era diciembre y en diciembre es cuando más marranos mueren en el mundo, o al menos en esta parte del mundo donde se hacen asados para celebrar que llega otro año, que otro año se va, y las familias cantan juntas, cantan mientras comen chicharrón y costillas, cantan juntas:​​ faltan cinco pa las doce el año va a terminar​​ o algo de Guillermo Buitrago1​​ para embriagarse un poco por lo que no se hizo, por lo que se hizo, por el amor, y mastican​​ 

 ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​​​ y muerden

 ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​​​ y despellejan​​ 

felices, ebrios y algo desconcertados también. ​​ ​​ 

 

Era diciembre y el marrano chillaba como doscientos niños golpeados, chillaba y se escuchaba ya la pólvora en las casas vecinas y el campo todo, las montañas, la superficie de los ríos olía a pólvora y a marrano muerto y un poco a aceite​​ Oliosoya​​ recalentado.​​ 

 

 

 

 

 

 

 

II

 

 

Con un destornillador, Pedro, el amigo de la tía Yolanda, le abrió el cuello al marrano.​​ 

 

Dijo:​​ toca ser precisos para que no se dañe la carne.

Dijo:​​ este marrano está bueno,​​ y le jaló las orejas y lo besó.​​ 

 

Yo pensé: ¿cómo alguien besa a un marrano que luego va a desollar?​​ 

Yo pensé: ese es el beso de la muerte.​​ 

 

El marrano tenía un hueco en el cuello, casi un ojo por donde nos miraba y por donde nosotros lo mirábamos a él: un agujero de gusano

 ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​​​ un pozo para llegar al centro de su corazón

 ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​​​ un túnel largo que terminaba en su ano frágil y salía al mundo.

 ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​​​ 

Los primos empezaron a lanzarle piedritas mientras el marrano corría desesperado entre el pasto, con la sangre cayendo​​ 

 ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​​​ cayendo

 ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​​​ cayendo ​​ 

 

Decían:​​ Yuyu, Yuyu, no te vas a salvar.

 

Le habían puesto Yuyu al marrano porque sí, porque querían bautizarlo antes de verlo morir, porque querían sentir o pensar que el marrano les pertenecía, nos pertenecía a todos en la familia. Y yo con ellos grité:​​ Yuyu, Yuyu, corre, corre​​ mientras le lanzábamos piedritas, mientras el marrano daba vueltas en círculo, mientras los tíos tomaban aguardiente y alistaban los chamizos para prender la hoguera.

 

 

 

 

 

 

 

Poema del libro​​ No sabía que teníamos en común pisar hojas secas

 

 

 

 

 

TE recuestas en mi hombro

pienso que hay cosas graves en el mundo

y tu cabeza apenas pesa​​ 

es lunes y los lunes otra vez​​ 

intentamos los pantalones y las camisas

no desesperar en el ascensor

menos mal estamos cerca

te lo digo de esa forma

uno al lado del otro​​ 

como caracoles

ocupando los espacios

quiero dedicarte una canción

que diga algo así:

todos los caballos algún día​​ 

estarán en el cielo con nosotros

una canción que dure los siete días de la semana

y donde suenen las hojas que nunca caen​​ 

dices que a veces te cansas​​ 

es el capitalismo,​​ pensamos los dos

esta forma que toma el cuerpo cuando hacemos mercado​​ 

y la inclinación de la espina dorsal​​ 

por estar a diario lavándonos los dientes​​ 

qué podemos hacer en todo caso

al menos nos queda el sol

porque la luz a veces parece remediar todos los dolores

y nos prolongamos el uno sobre el otro​​ 

como esos insectos que llegan por la noche al sueño​​ 

mañana te levantarás a alistarte

yo veré cómo te enrollas el pelo​​ 

y pensaré que las cosas más bellas​​ 

siempre están sostenidas por un nudo

saldrás a trabajar y nos veremos en la noche para sacar al perro

podremos acostarnos, si nos da la vida

a ver una película donde las ventanas aparezcan abiertas

así imagino la felicidad

una casa siempre ventilada​​ 

donde puedan entrar​​ 

todos los sonidos perdidos del mundo.

 

 

 

 

 

 

 

Laika

 

Te llamabas Laika

como la perra de Moscú

que murió asfixiada​​ 

 

tú también andabas las calles del barrio​​ 

escarbando basura para ver​​ 

si encontrabas algún hueso de pollo​​ 

o los sobrados de una lata de atún​​ 

 

los niños de la cuadra te queríamos

porque jugabas fútbol con nosotros​​ 

y nos acompañabas a las expediciones

en los últimos potreros de la Campiña:​​ 

allá donde comenzaba a hundirse el mundo

 

eras guardia y compañía, Laika,​​ 

nos defendías de los otros perros​​ 

cuando salían a atacarnos​​ 

por meternos en esos lotes baldíos​​ 

donde luego construirían grandes edificios

y cadenas de comida rápida​​ 

 

te habíamos puesto Laika​​ 

porque te la pasabas mirando el cielo​​ 

como si buscaras a tu hermana desaparecida

entre esas garrapatas de luz​​ 

que sostienen con sus uñas el universo​​ 

y muchas noches ladrabas a la luna​​ 

mientras nosotros nos alistábamos para dormir

 

aullidos agudos que se extendían​​ 

como baba negra sobre los techos

de nuestras casas protegidas con esas rejas afiladas

que habíamos aprendido a saltar​​ 

para ir a ver juntos el amanecer​​ 

​​ 

Como Laika, la astronauta rusa,​​ 

tú también eras huérfana

todos nosotros lo éramos un poco

aunque te dábamos los sobrados de comida​​ 

que preparaban en la casa​​ 

y algunas veces, cuando nos quedábamos solos,

te dejábamos dormir en el patio o en la sala

 

pero tú eres de la calle, vieja amiga,

lo tuyo era la noche y el ruido de los planetas

enredándose en los cables de la cuadra

el olor húmedo de los árboles cuando llueve​​ 

y las peleas a diente en el parque central​​ 

 

los padres no te querían, perra criolla,​​ 

hiena de ojos oscuros como el mar

porque a veces te metías a escondidas en las casas

y dejabas las cocinas llenas de basura​​ 

o te orinabas en los sofás y las baldosas

 

también robabas en la panadería de doña Blanca

y por eso te sacaban a patadas o escobazos:​​ 

chite, chite, perra de mierda, te insultaban​​ 

y tú salías corriendo entre las mesas y las sillas​​ 

hábil por los andenes y los carros

escapando de la muerte que te agarraba la cola

 

hermosa Laika, vivías de tropel en tropel

con otros perros, con los gatos, con los vecinos

esquivando patadas, piedras, escupitajos

 

pero para nosotros, los niños de Suba,​​ 

la pequeña pandilla que jugaba rin rin corre corre

eras una hermosa perra desmueletada​​ 

que nos enseñaba atajos y nos lamía la cara

cuando le dabamos empanada de carne y arroz​​ 

 

Laika, tú también habrías podido subir al espacio

conocer el mundo desde afuera

ver tu esquina favorita de Suba desde la Sputnik II

y sentir la turbulencia de la gravedad​​ 

cuando se sale de la atmósfera​​ 

 

igual que Laika, la de Moscú,​​ 

habrías muerto asfixiada, terrible muerte, es cierto

pero al menos no te habrían matado a golpes

por robarte un pedazo de carne​​ 

 

qué triste fue ver tu cuerpo botado​​ 

cuando regresamos del colegio ese viernes​​ 

la piel seca que comenzaba a pudrirse​​ 

y los labios tiesos pegados al cemento​​ 

mientras la gente pasaba por encima​​ 

sin mirarte, sin pedirte perdón​​ 

 

nunca saliste de esas cinco manzanas​​ 

tu vida eran los postes y las canecas​​ 

el pequeño terruño del parque que volviste casa​​ 

y esas largas caminatas que hacíamos​​ 

a las afueras del barrio para armar grandes fogatas

y contar historias de miedo mientras tomábamos​​ 

en pico botella largos tragos de ron​​ 

 

entre todos los amigos te levantamos​​ 

y te llevamos a esos mismos potreros​​ 

a los que íbamos a jugar guerra de caucheras

para enterrarte en la noche

cuando más alumbran los muertos​​ 

 

nos acostamos y vimos la galaxia​​ 

pensando que ahora, luego de la sepultura​​ 

te encontrarías con tu gemela de Moscú​​ 

ella te contaría cosas sobre el espacio y las galaxias​​ 

el calor que hacía en el Sputnik II​​ 

y los entrenamientos que recibió en la URSS

​​ 

tú le hablarías de nosotros, el color de la montaña​​ 

que se ve desde tu casa en el parque​​ 

esa vez que peleaste con dos Pastores Alemanes​​ 

o el silencio que hacía en la esquina de la cuadra

cuando llegaba otra madrugada de domingo​​ 

 

te reuniste con Laika, tu hermana mayor

y ahora ladran juntas sobre la tierra​​ 

en un coro desafinado que despierta a los recién nacidos​​ 

y nosotros, perra criolla, tus amigos​​ 

te seguimos escuchando en la distancia​​ 

cuando nos asomamos por la ventana

a ver esa cartografía lunar de la que ahora haces parte

 

y el cielo, Laika, estamos seguros​​ 

se siente menos solo ahora que está contigo.​​ 

 

 

 

1

​​ Las tías se levantaban de la silla, en círculo bailaban mientras repetían:​​ ¿cómo me compongo yo el día de hoy? ¿cómo me compongo el día de mañana? ​​ Y su canto viejo hacía temblar las campanas y el día era claro en cada punta y había una nube cerca de la finca con forma de águila.

 

 

 

Estefanía Angueyra

Christian Rincón

Stefhany Rojas Wagner

Alexandra Espinosa

José Rengifo Delgado

Daniela Pérez Taborda

Laura Andrea Garzón 

Ana López Hurtado

Andrés Restrepo

Daniela Prado

Tomás Collazos

Natalia Martínez Calderón

Luisa Masiel 

Michael Benítez Ortiz

María Alejandra Buelbas Badrán

Lina Alonso

Maria Luisa Sanín Peña

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