El 18 de septiembre de 1968 falleció en la Ciudad de México el poeta León Felipe (1884-1968). Quien fijó su residencia en México en 1939 como agregado cultural de la embajada de la República Española en el exilio. Gobierno reconocido por el entonces presidente de México, Lázaro Cárdenas del Río. Recordamos al poeta con algunos fragmentos de su Doctrina y con su poema El hacha, recogidos en el texto: Español del éxodo y del llanto.
Español del éxodo y del llanto
León-Felipe
La Casa de España en México
1939
Al Ciudadano Lázaro Cárdenas, Presidente de la República Mexicana, y fundador y presidente honorario de La Casa de España en México.
Homenaje de gratitud.
Polvo y lágrimas
Vivimos en un mundo que se deshace y donde todo empeño por construir es vano. En otros tiempos, en épocas de ascensión o plenitud, el polvo tiende a aglutinarse y a cooperar, obediente, en la estructura y en la forma. Ahora la forma y la estructura se desmoronan y el polvo reclama su libertad y autonomía. Nadie puede organizar nada. Ni el filósofo ni el poeta. Cuando sopla el huracán y derriba la gran fortaleza del Rey, el hombre busca su defensa en los escombros. No con éstos los días de calcular cómo se ha de empotrar la viga maestra, sino de ver cómo libramos de que nos aplaste la vieja bóveda que se derrumba. Nadie tiene hoy en sus manos más que polvo. Polvo y lágrimas. Nuestro gran tesoro. Y tesoro serían si el hombre pudiese mandarlos. Pero nada podemos. Somos pobres porque nada nos obedece. Nuestra riqueza no se midió nunca por lo que tenemos, sino por la manera de organizar lo que tenemos. ¡Ah, si yo pudiese organizar mi llanto y el polvo disperso de mis sueños! Los poetas de todos los tiempos no han trabajado con otros ingredientes. Y tal vez la gracia del poeta no sea otra que la de hacer dócil el polvo y fecundas las lágrimas.
Y esta es mi angustia ahora: ¿Dónde coloco yo mis sueños y mi llanto para que aparezcan con sentido, sean los signos de un lenguaje y formen un poema inteligible y armonioso?
Doctrina de un poeta español en 1939
Yo no tengo diplomas
Hace ahora -por estos días- un año justo que regresé a México. Y poco más de un año que abandoné definitivamente España.
Vine aquí casi como el primer heraldo de este éxodo. Sin embargo, yo no soy un refugiado que llama hoy a las puertas de México para pedir hospitalidad. Me la dio hace diez y seis años, cuando llegué aquí por primera vez, solo y pobre y sin más documentos en el bolsillo que una carta que Alfonso Reyes me diera en Madrid, y con la cual se me abrieron todas las puertas de este pueblo y el corazón de los mejores hombres que entonces vivían en la ciudad. Con aquel sésamo gané la amistad de Pedro Henríquez Ureña, de Vasconcelos, de Don Antonio Caso, de Eduardo Villaseñor, de Daniel Cosío Villegas, de Manuel Rodríguez Lozano… Entre todos se pudo hacer que yo defendiese mi vida con decoro…
Después, México me dio más: amor y hogar. Una mujer y una casa. Una casa que tengo todavía y que no me han derribado las bombas. Ahora que tanto español refugiado no tiene una silla donde sentarse, tengo que decir esto con vergüenza. Pero tengo que decirlo. Y no para mostrar mi fortuna, sino mi gratitud. Y para levantar la esperanza de aquellos españoles que lo han perdido todo…
Españoles del éxodo y del llanto, México os dará algún día una cama como a mí. Y más todavía. A mí me ha dado más. Al llegar aquí el año pasado, después de leer en este mismo sitio mi poema «El Payaso de las Bofetadas y el Pescador de Caña», La Casa de España en México me abrió generosamente sus puertas. Tal ha sido mi fortuna en esta tierra, que ahora, viendo que los dados salen siempre en mi favor, me pregunto como Zaratustra: «¿Seré yo un tramposo?»
Y creo que esta noche, para definir mi conducta y aliviar mi conciencia, ha llegado la hora de rendir cuentas a México y a La Casa de España. Esta noche, después de un año de residencia en esta tierra y un año de labor en esta Institución, quiero preguntar a todos: ¿Qué vale lo que hace un poeta?
Porque yo no tengo una cátedra ni una clínica ni un laboratorio; ni recojo ni investigo. Y quiero preguntar en seguida: el dolor y la angustia de un poeta, ¿no valen nada?
Estos versos que ahora voy a leer, mi elegía «El Hacha» y mi poema «El Payaso de las Bofetadas»… que han nacido en esta tierra y en estos doce meses últimos, ¿no sirven para pagar en cierta medida algunas de las mercedes que me ha otorgado México?
Amigos míos, esta noche habéis venido aquí a contestar a estas preguntas. Todos. Todos los que me escucháis. Los mexicanos y los españoles; y supongo que también ese hombre encendido de cólera, que grita todos los días en la prensa: ¿quién es ése? ¿por qué ha entrado ése? ¿quién le ha abierto las fronteras y la puerta de plata? Que muestre sus diplomas. ¿Dónde están sus diplomas?
Yo no tengo diplomas. Mis diplomas y mi equipaje se los ha llevado la guerra y no me quedan más que estas palabras que ahora vais a escuchar:
El hacha
Elegía española
Dedicatoria
A los Caballeros del Hacha,
A los Cruzados del Rencor y del Polvo…
A todos los españoles del mundo.
…Los muertos vuelven,
vuelven siempre por sus lágrimas
(el muchacho que se fue tras los antílopes regresará también).
nuestras lágrimas son monedas cotizables;
guardadlas todas ¡todas!
para las grandes transacciones.
Hay estrellas lejanas
¡y yo sé lo que cuestan!
El hacha
I
¡Oh, este dolor,
este dolor de no tener ya lágrimas;
este dolor
de no tener ya llanto
para regar el polvo!
¡Oh, este llanto de España,
que ya no es más que arruga y sequedad…
mueca,
enjuta congoja de la tierra,
bajo un cielo sin lluvias,
hipo de cigüeñal
sobre un pozo vacío,
mecanismo, sin lágrimas, del llanto!
¡Oh, esta mueca española,
esta mueca dramática y grotesca!
Llanto seco del polvo
y por el polvo;
por el polvo de todas las cosas acabadas de España;
por el polvo de todos los muertos
y de todas las ruinas de España,
por el polvo de una casta
perdida ya en la Historia para siempre!
Llanto seco del polvo
y por el polvo. Por el polvo
de una casa sin muros,
de una tribu sin sangre,
de unas cuencas sin lágrimas,
de unos surcos sin agua…
Llanto seco del polvo
por el polvo que no se juntará ya más,
ni para construir un adobe
ni para levantar una esperanza.
¡Oh, polvo amarillo y maldito
que nos trajo el rencor y el orgullo
de siglos
y siglos
y siglos…!
Porque este polvo no es de hoy,
ni nos vino de fuera:
somos todos desierto y africanos.
Nadie tiene aquí lágrimas.
Y ¿para qué hemos de vivir nosotros
si no tenemos lágrimas?
Y ¿para qué hemos de llorar ya más
si nuestro llanto no aglutina?
-ni en los clanes rojos
ni en las harcas blancas-.
En esta tierra
el llanto no aglutina;
ni el llanto ni la sangre.
Y ¿para qué sirve la sangre derramada
si no junta los labios de la casta?
Disolvente es la sangre en esta tierra
lo mismo que las lágrimas,
y ha clavado banderas
plurales y enemigas
en todos los aleros.
Los ídolos domésticos
hablaron vanidad.
Tierra arenosa sin riego,
carne estrujada sin llanto,
polvo rebelde de rocas rencorosas
y lavas enemigas,
átomos amarillos y estériles
del yermo,
aristas vengativas,
arenal de la envidia…
esperad ahí secos y olvidados
hasta que se desborde el mar.
II
¿Por qué habéis dicho todos
que en España hay dos bandos,
si aquí no hay más que polvo?
En España no hay bandos,
en esta tierra no hay bandos,
en esta tierra maldita no hay bandos.
No hay más que un hacha amarilla
que ha afilado el rencor.
Un hacha que cae siempre,
siempre,
siempre,
implacable y sin descanso
sobre cualquier humilde ligazón:
sobre dos plegarias que se funden,
sobre dos herramientas que se enlazan,
sobre dos manos que se estrechan.
La consigna es el corte,
el corte.
el corte,
el corte hasta llegar al polvo,
hasta llegar al átomo.
Aquí no hay bandos,
aquí no hay bandos,
ni rojos
ni blancos
ni egregios
ni plebeyos…
Aquí no hay más que átomos,
átomos que se muerden.
España,
en esta casa tuya no hay bandos.
Aquí no hay más que polvo,
polvo y un hacha antigua,
indestructible y destructora
que se volvió y se vuelve
contra tu misma carne
cuando te cercan los raposos.
Vuelan sobre tus torres y tus campos
todos los gavilanes enemigos
y tu hijo blande el hacha
sobre su propio hermano.
Tu enemigo es tu sangre
y el barro de tu choza.
¡Qué viejo veneno lleva el río
y el viento,
y el pan de tu meseta,
que emponzoña la sangre,
alimenta la envidia,
da ley al fratricidio
y asesina el honor y la esperanza!
La voz de tus entrañas
y el grito de tus montes
es lo que dice el hacha:
«Este es el mundo del desgaje,
de la desmembración y la discordia,
de las separaciones enemigas,
de las dicotomías incesables,
el mundo del hachazo… ¡mi mundo!
dejadme trabajar».
Y el hacha cae ciega,
incansable y vengativa
sobre todo lo que se congrega
y se prolonga:
sobre la gavilla
y el manojo,
sobre la espiga
y el racimo,
sobre la flor
y la raíz,
sobre el grano
y la simiente,
y sobre el polvo mismo
del grano y la simiente.
Aquí el hacha es la ley
y la unidad el átomo,
el átomo amarillo y rencoroso.
Y el hacha es la que triunfa.
III
Hay un tirano que sujeta
y otro tirano que desata…
y entre los dos tu predio, libertad.
¡Libertad, libertad,
hazaña prometeica,
en tensión angustiosa y sostenida
de equilibrio y amor!
¡Libertad española!
a tu derecha tienes
los grillos y la sombra
y a tu izquierda la arena
donde el amor no liga.
Se es esclavo del hacha
lo mismo que del cepo…
Y el desierto es también un calabozo;
el desierto amarillo
donde el átomo roto
no se pone de pie.
De aquí nadie se escapa. Nadie.
Por que dime tú, amigo cordelero,
¿hay quién trence una escala
con la arena y el polvo?
Español,
más pudo tu envidia
que tu honor,
y más cuidaste el hacha
que la espada.
Tuya es el hacha, tuya.
Más tuya que tu sombra.
Contigo la llevaste a la Conquista
y contigo ha vivido
en todos los exilios.
Yo la he visto en América
-en México y en Lima-,
Se la diste a tu esposa
ya tu esclava…
y es la eterna maldición de tu simiente.
Tuya es el hacha, el hacha:
la que partió el Imperio
y la nación,
la que partió los reinos,
la que parte la ciudad
y el municipio,
la que parte la grey
y la familia,
la que asesina al padre
-Alvargonzález,
Alvargonzález, habla-,
Bajo su filo se ha hecho polvo
el Arca,
la casta,
y la roca sagrada de los muertos;
el coro,
el diálogo
y el himno;
el poema,
la espada
y el oficio;
la lágrima,
la gota
de sangre,
y la gota
de alegría…
Y todo se hará polvo,
todo,
todo,
todo…
Polvo con el que nadie,
nadie,
construirá jamás
ni un ladrillo
ni una ilusión.
IV
España no eres tú,
el de las harcas blancas,
ni tú,
el de los clanes rojos.
España es el hacha.
Y el hacha es la que gana.
Esta vez pierden todos, caballero.
(-Me esconderé en el portalón
detrás de la columna
y apostaré después
cuando la bola haya salido).
Esta vez pierden todos, caballero:
el que se esconde
y el que huye;
los jugadores de ventaja,
el tramposo,
el garitero
y el matón…
Y el hacha es la que gana.
Cobraremos todos en arena,
todos, hasta los muertos,
que esperan bajo tierra
la gloria y el rosal.
Esta vez pierden todos.
Obispos buhoneros,
volved las baratijas a su sitio:
los ídolos al polvo
y la esperanza al mar.
Hemos bajado el último escalón…
el que acaba en la cripta.
Mirad ahora hacia arriba
por el pozo viscoso de la Historia.
Allá,
en el disco apagado de la noche,
ni una voz
ni una estrella.
Nadie nos llama
ni nos guía,
y mientras nuestra sangre se desborda
el mundo juega al bridge
y el Gran Juez a los dados.
Fuimos un espectáculo anteayer,
pero hoy ya el circo está vacío.
La negra pantomima
fratricida de España,
la vio Tubal-Caín,
es vieja como el mundo,
como el odio y la envidia…
y hoy la enciende y la apaga
un empresario inglés.
Sin embargo, vosotros
podéis aun arroparos, si hace frío,
en una manta proletaria
o en un manto señorial.
Y apedrearme, si queréis,
maldecirme y gritar:
¡Muera ese falso augur
que ve mejor la grupa de la noche
que la frente de la mañana!…
Pero aquí en nuestras manos
sólo hay polvo y rencor.
V
-¡Eh, tú, Diego Carrión!,
¿qué insignia es ésa
que llevas en el pecho?
-El haz de flechas señorial.
-¿Y tú, Pero Vermúez?
-La estrella redentora y proletaria.
Españoles,
dejémonos de burlas.
No es ésta ya la hora de la farsa.
Vámonos poco a poco,
que en los nidos de antaño
no hay pájaros hogaño.
Yo fuí loco
y ya estoy cuerdo.
Nadie tiene aquí lágrimas,
pero tampoco risas.
Aquí no hay lágrimas
ni risas…
Aquí no hay más que polvo
¡Quitaos esas máscaras!
Nuestro símbolo es éste: el hacha.
Marcaos todos en la carne del costado
con un hierro encendido,
que os llegue hasta los huesos
el hacha destructora…
Todos,
Diego Carrión,
Pero Vermúez,
todos.
Y vamos a dormir,
a descansar en el polvo,
aquí,
en el polvo y para siempre.
No somos más que polvo.
Tú y yo y España
no somos más que polvo
polvo,
polvo,
polvo…
Nuestra es el hacha,
el hacha y el desierto,
el desierto amarillo
donde descanse el hacha,
cuando no quede ya
ni una raíz
ni un pájaro
ni un recuerdo
ni un nombre…
España,
¿por qué has de ser tú madre de traidores
y engendrar siempre polvo rencoroso?
Si tu destino es éste,
¡que te derribe y te deshaga el hacha!
VI
El llanto… el mar
Y aquéllos… ¿los del norte?
La elegía de la zorra
que la cante la zorra,
el buitre
la del buitre,
y el cobarde
la suya.
Cada raza y cada pueblo
con su lepra y con su llanto.
Yo lloro solamente las hazañas
del rencor
y del polvo…
y la gloria
del hacha.
Luego,
mañana..
¡para todos el mar!
Habrá llanto de sobra para el hombre
y agua amarga
para las dunas calcinadas…