Poesía peruana: Carlos Eduardo Quenaya

Leemos poesía peruana. Leemos poemas de Carlos Eduardo Quenaya (Arequipa, 1984). Ha publicado Elogio de otra vana invención (Lustra Editores, 2008), Los discutibles cuadernos (Paracaídas Editores y Tribal, 2012) y La trama sorda o la nube del no saber (Paracaídas Editores, 2016). Actualmente es profesor de la Universidad de Lima y la Universidad Cayetano Heredia. 

 

 

 

 

 

 

Potencia del cielo

 

Haces eléctricos, fluidos últimos, materia opaca y alba glandular. Gladiolo y jazmín.

Jeringa sube por el chorro y aprieta el culo en la bocacalle. “Nubes, estar rodeado de nubes es dar un paso en lo abisal, un preludio de fragor –potencia del cielo–, que al contacto con mi pelo se estira y se abalanza, se encorva y se adelanta.”

Jeringa se frota la cara en la palangana. Sus dedos pasmados refluyen y parsimoniosamente se hunden en el agua. La mañana lo despierta a los sonidos próximos: pájaros y autos desordenados en el corazón del sueño. Una oscura procesión le teme a su frente de perfil. Una ebullición que crece se apodera de sus labios. Las formas estivales encienden la ansiada plenitud: trompas, obleas, pajaritos. Y hay en el vaivén un personaje que no acaba de ponerse las medias.

Para acercarse la noche tendrá que abjurar de ser noche.

Los árboles amainan sobre el oro llovido. Y el viento se ha preguntado en las veredas por la igualdad del ser. Los poetas saludan a los transeúntes, visiblemente abatidos por su pasado. Y al recitar Jeringa se inclina ante las flores:

“De milagro no me apuro
El sol ha tramitado con placer su vasta necesidad
Del gaznate escurren gotas densas y amarillas
Saudades
Raudales de razón que desde el papel imploro
Espulgo entre las cosas un orden nuevo y misterioso
Y la noche alta
                        mi cuerpo nombra.”

  

 

 

 

Semejanza de las ondas

  

En relación al clima, Jeringa ha comprobado la lluviecita
Pero entonces su piel olía a quemado en la cerrazón del suelo
–muda la brizna, mudo el borborigmo mental–
Un claro rubor de cielo serpentea
El arco empedrado bordea más allá de las épocas
Perturbados helechos que el sol intriga
Pegada su piel al suelo se limita el cuello al juguito lunar
Acaricia el sol de la fantasía y reúne las flores de la profundidad
En el empedrado de las épocas, la piel oscura se ha tejido en el sueño
El futuro irradia y acampa en las flores,
                                                pedazo de nube y sol
¿Será magia el arte de recordar?
Figuras oblicuas ofician su danza
¿Quién se anticipa en colores y resquemores y estudia el oprobio en la piel?
En la multitud fantasma,
                                   al borde del lago eufónico y seco,
                         Jeringa estalla.

 

 

 

 

Agua en el vórtice

  

El dulce pezón dorado
Que asoma del cuerpo entregado a la lengüita
Y la fatalidad de los dedos haciendo el acopio
De la claridad atrapada en un mechón de pelo.
Rueda de sol y de cielo
Abstracción de sal
Lento sabor
Adornado por oscuros destellos
Y la humedad
Derramándose en los bordes
El olor a uvas produciéndose
Fantásticamente
Por un mecanismo genital transformado
En música
Y el extremo solar de mi frente
En la noche barrida.

 

 

 

 

El árbol, las gaitas, el pino

 

Jeringa vio frente a sí el arco de colores y se apersonó con paso lento. Envuelto en jirones y ráfagas no supo comprender.
Un haz de guirnaldas produjo un sol oblicuo.
En el mar soñó el viento pendular.
La música alardeaba y el corazón sin nombre.
Las calles y las plazas y el tiempo confluían en un solo punto:
                                                                                                    Arequipa.

“Y es aquí a tu lado –pensó– frente al espejo que recreo te descubro. Con paso líquido encuentro el sol. Me siento a observar y pienso mudas y solas las bancas de la vida.

He regresado. Las palomas ya no cesan. El fondo especular barre las hojas. La marcha sensible por la que te abres paso. El espectáculo del futbol. El cielo oscuro y la canción.”

Jeringa constituía así una mitología que reproducía personajes y números. Tiempo que recorre y que circula en la luz: “En mi cuerpo la canción de la vida. En mis manos la noche. En mi mente la metáfora del sol. En el fuego la relación de las cosas, el relato sin término, la vida juntos y el esquema. El presagio fatídico –tu nombre–, el árbol, las gaitas, el pino.

Esplendoroso tacto, escúchame:
Que su piel sea siempre
que su pelo ondule
y sus manos me lleven
que sea yo una forma de ella
y que habite en mí el sol de su lugar.

Tacto
          hermoso tacto
escúchame:
                    Gracias
por siempre gracias.”

 

 

 

 

 

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