Presentamos un texto de Adalberto García López sobre Memorial de Ayotzinapa de Mario Bojórquez. Libro fundamental de la poesía en lengua castellana y que ha alcanzado ya su quinta edición. Recientemente Bojórquez obtuvo el Premio Antonio Bouza, que se entrega en la ciudad de Burgos, España. El texto fue leído en el marco del Festival Cultural Sinaloa, en octubre de 2024 en Culiacán.
Sobre Memorial de Ayotzinapa de Mario Bojórquez
I.
En 1945, Theodoro W. Adorno decía la máxima que después de Auschwitz no se puede escribir poesía, pues ésta constituiría una prolongación de la barbarie. La máxima fue contundente: después de las atrocidades que se vivieron en Europa y Asia, después de los campos de concentración, de la cámara de gas, de la tortura, era imposible articular cualquier expresión que no perpetuara los violentos y humillantes y horrorosos actos que ocurrieron en los campos de concentración (y durante la Segunda Guerra Mundial).
En una idea similar, “Simiente de lobo” de Paul Celan expresa el sufrimiento de quien habla en el poema, presumiblemente el propio autor, porque los poemas en alemán que él escribía serían cantados por los soldados alemanes, asesinos de su madre (con el recordatorio, por supuesto, que antes el mismo Celan había adoptado por su lengua poética el alemán, y no el rumano, su lengua materna).
Desde el dictum de Adorno, desde la angustia de Paul Celan se ha reflexionado sobre la posibilidad por cantar de la poesía. El mismo Paul Celan, en “Fuga de muerte” nos ofrece una opción para articular el horror de esta época: a partir de la recolección de diversas voces, de diversos lugares de enunciación, y a través de un delgado hilo del sentido, Paul Celan logra encerrar una parte de Auschwitz y permite que estas voces cuenten su propia versión de Auschwitz.
Pasada entonces la Segunda Guerra Mundial, se ha abierto, cada vez más, para que la poesía sea el discurso que ponga en crisis los signos con el que está construido nuestro mundo, todas las instituciones modernas que hemos creado (el Estado, la Iglesia, la Familia, entre otras), para dar voz a quienes han sido callados sistemáticamente. Es así como la poesía, la expresión más alta, más limpia y perfecta, el estado de máxima tensión en el lenguaje, se convierte en el vehículo más propicio para articular también la denuncia, pues como dice Michel Butor: “La tarea del poeta es demostrar las insuficiencias de todo programa político actual.”
En ese sentido, Memorial de Ayotzinapa de Mario Bojórquez se propone poner en crisis conceptos fundamentales con los que comprendemos nuestro presente. Me interesa comenzar por lo que inmediatamente el libro sentencia:
I
—Le dije a mi nahual—
Todas las formas están vacías
apenas un relámpago atraviesa
la piedra de moler
y el río
que corre abajo
hacia la tierra honda
es apenas murmullo de agua
Todo está vacío
Que todo sea apenas rescoldo de su propia esencia, que todo esté vacío, abre la misma interrogante de la Segunda Guerra Mundial: ¿Se puede escribir poesía después de la desaparición de 43 estudiantes de la Normal de Ayotzinapa en manos del Estado? La escritura del mismo libro nos sugiere que sí.
II.
En la época de la posmodernidad uno de los grandes cambios paradigmáticos es el de la “Historia”, con mayúsculas; hemos avanzado hacia las “historias”, plurales y con minúsculas, es decir, la posibilidad de establecer diversas tramas a un mismo hecho a partir de nuestro lugar de observación y enunciación. Empatando con esta singularidad, la poesía, como discurso, es capaz de llegar a los rincones de los acontecimientos a los cuales no pueden acceder los discursos históricos: en los páramos más oscuros, solamente la poesía puede alumbrar con su inventiva para explicar o dar sentido a los acontecimientos de la historia.
En término generales, en Hispanoamérica, durante el siglo XX hemos atravesado una serie de sistemas políticos que han sometido a través de la represión y la censura a su población. Es de nueva cuenta la poesía el vehículo de comunicación que responde a esta realidad; una característica fundamental de la poesía contemporánea en español, cuando se trata del poema social, es el de la fragmentariedad: se logra dar cuenta de las múltiples voces desde el fragmento. El poeta, en lugar de ser la voz autorizada, es el portador de todas las voces, como un Prometeo contemporáneo. Algunos de estos poemas descansan sus estrategias textuales en el concepto de “poesía documental”: a partir de la intervención de documentos de diversa índole (textos periodísticos, conversaciones, notas oficiales, entre otros) construyen el poema. “Taberna” o “Viejuemierda” de Roque Dalton, “Cadáveres” de Néstor Perlongher, “Canto a un amor desaparecido” de Raúl Zurita o “La bandera de Chile” de Elvira Hernández son algunos de los poemas con los cuales dialoga Memorial de Ayotzinapa, entre esos poemas se inscribe cuando alumbra con sus 43 cantos los hechos a los que refiere el libro.
Quizá el ejemplo más cercano al libro que hoy nos reúne sea “Lectura de los ‘Cantares Mexicanos’: Manuscrito de Tlatelolco” de José Emilio Pacheco, poema en el que superpone dos momentos históricos en Tlatelolco, nudo fundamental de nuestra historia. Por un lado, el tiempo de 1521, cuando Tlatelolco fuera la última resistencia por parte de los pobladores mexicas frente a los ejércitos españoles y tlaxcaltecas y que, resultara en una cruenta batalla que de acuerdo con Bernal Díaz del Castillo había tantos cadáveres que era imposible caminar. Del otro lado, se recuerda el 2 de octubre de 1968, la matanza que ocurrió en Tlatelolco, en la Plaza de las Tres Culturas, cuando el gobierno de Gustavo Díaz Ordaz abrió fuego contra estudiantes y civiles que se manifestaban en las calles.
Similar al poema de Pacheco, en Memorial de Ayotzinapa se superponen, al menos, dos momentos: primero, el mito creacional prehispánico que canta el viaje de Quetzalcóatl, con su nahual, al Mictlán en busca de los huesos preciosos que habrá de moler y mezclar con su sangre para otorgarle la vida al hombre, es decir, los macehuales (los merecidos por la penitencia); después, lo ocurrido entre el 26 y 27 de septiembre de 2014 en Iguala, donde 43 alumnos de la Normal de Ayotzinapa fueron desaparecidos en lo que fue un crimen de Estado, así como la posterior relatoría de los hechos por parte de éste, y que fue conocida como “verdad histórica”. El libro cuestiona por este rasero con el que se privilegian unas voces, con la que se acallan otras más. La verdad histórica es un vehículo narrativo con el que se instaura desde el poder del Estado una sola visión común por encima de cualquier otra. Dice hacia el final el libro:
XLII
En el centro un pódium
a la izquierda una gran pantalla
que muestra imágenes de los hechos
la prosa cansina del señor del Mictlán
va relatando con crudeza
“la verdad histórica”
testimonios de los matones
fotografías de la escena
cada uno de los sucesos
se van acomodando a la versión oficial
de un Crimen de Estado
(vidulfo reclama a encinas las 80 órdenes de aprehensión desistidas por la efe ge erre)
Así se relata un Crimen de Estado —pensé
Así consta en autos —me dijo mi nahual
Paul Valéry, reflexionando sobre su obra, escribió a propósito de El cementerio marino, que los poemas no se terminaban, simplemente se abandonaban. Este carácter de evolución o cambio ha sido necesario para la escritura de este libro. Recordemos que, como hemos dicho, una de las características más ominosas de este hecho fue la instauración de la “verdad histórica”, a partir de omisiones, reelaboraciones, tachaduras sobre el discurrir de los hechos. Además, diferentes instancias como el periodismo o la academia han sumado datos, información, conceptos, desechando otros tantos elementos. El poema, desde su carácter documental, ha acompañado estas nuevas reelaboraciones del caso, para ajustarse en sus posibilidades, permitiendo una cierta contaminación o intromisión de estos soportes documentales. ¿Cuál ha sido entonces el trayecto de este libro desde su publicación?
Aparecido primero en 2015, en la mítica editorial española de Visor, el libro fue agregando información que se iba haciendo pública o bien, reelaborando desde la poesía los hechos que transcurren en este tiempo dramático. Así ha acumulado ya cinco ediciones con estas modificaciones, añadiendo nueva información que puede reinterpretar el mito o la trama, creando una nueva zona de sentido.
Como ejemplo de esta nueva zona de sentido, comparemos de la primera edición los fragmentos XV, XVI, XVII, XVIII y XIX con los mismos fragmentos de la quinta edición. Se dice la primera edición:
XV
Éramos —le dije a mi nahual—
43 los del “río de las calabacitas”
y yo, pero yo no cuento ni tú tampoco
éramos, entonces, 43
los que cruzamos la noche
XVI
Cruzamos la noche
y nos mandaron a sus perros
perra y perro
para morder
con colmillos de grueso calibre
“No estamos armados, por qué apuntas”
gritábamos—
pero no nos escuchaban
Perra y perro
de colmillos de grueso calibre
XVII
Me dijo mi nahual—
Debes soplar tres veces
el caracol sin agujeros
invita a los gusanos
y a las abejas
para que hagan hoyos
por donde soplar
sopla fuerte
antes de que te arranquen la cara
XVIII
Le dije a mi nahual—
Hay muchas fosas
para caer adentro
pero si caigo me moriré
no puedo caer en las fosas
no sé caer en ellas sin morirme
XIX
Me dijo mi nahual—
cuídate de las codornices
que pueden roer
los huesos preciosos
las codornices van a roerlos
roerán
los huesos preciosos
A continuación, se podrá apreciar esa contaminación o intromisión del lenguaje documental en el lenguaje poético, propio de lo que se ha desarrollado como poesía documental y que referí anteriormente. De esta manera, la quinta edición se reformula de la siguiente forma:
XV
Éramos —le dije a mi nahual—
cuarenta y tres los del “río de las calabacitas”
y yo, pero yo no cuento ni tú tampoco
éramos, entonces, cuarenta y tres tortugas
las que cruzamos la noche
XVI
Cruzamos la noche
y nos mandaron a sus perros
perra y perro
para morder
con colmillos de grueso calibre
En juan n. álvarez y periférico norte
todas las puertas y ventanas eran ojos y oídos
y las tortugas ya eran calabazas en el agua
El cabo gil texteando para el elegante en su blackberry
“60 paquetes ya guardados y otros en san pedro”
Diles —le dije a mi nahual— que vendré a dejar los huesos
Ve y diles, que me apodero de ellos
Gente del Mictlán! dioses!
Tú, ciro, joaquín, loret, denisse, carmen, adela, marín, menéndez
Gente del Mictlán! dioses!
—dijo mi nahual—
Vendré a dejarlos!
XVII
Le dije a mi nahual—
Hay muchas fosas
para caer adentro
pero si caigo me moriré
no puedo caer en las fosas
no sé caer en ellas sin morirme
XVIII
Me dijo mi nahual—
cuídate de las codornices
que pueden roer
los huesos preciosos
hey, paisa, aguanta
cuídate de los ácidos
de los peques
de los tilos
de los cholos
y de la sosa cáustica
los huesos preciosos
la vértebra lumbar, los cuboides y los calcáneos
hey tú peluco, pajarraco, duvalín, terco, huasaco, dioses
fémures y carpos
las codornices van a roerlos
roerán
los huesos preciosos
III.
Otro aspecto del libro que me gustaría abordar es la relación que establece con las literaturas mesoamericanas. Hacia 1977, mientras dictaba una de sus cinco conferencias en El Colegio Nacional, Octavio Paz sostuvo que la presencia de “el gran antecedente precolombino” lo diferenciaba de los poetas europeos de su generación y aun de muchos poetas iberoamericanos. Desde el siglo XX, en México, gracias a las aportaciones de Ángel María Garibay, Miguel León Portilla, Rubén Bonifaz Nuño y otras esplendentes inteligencias, podemos apreciar la sabiduría de los pueblos originarios de México a través de su poesía, su filosofía, su modo de entender la vida.
No obstante, la relación de las culturas mesoamericanas con la cultura hispana es, además de conflictiva, contradictoria y ha permanecido en una importante deuda histórica. Sin embargo, la poesía de Mario Bojórquez ha logrado construir puentes de conciliación en diversos momentos, donde antes había abismos. Es su obra un vivo modelo en la que el mundo mesoamericano y el hispanoamericano conviven. Antes de Memorial de Ayotzinapa debemos recordar su libro Macehualiztli, pasajes diversos de otros libros o su labor como editor de poesía.
Acerca de la influencia mesoamericana en el libro, Evodio Escalante anota: “Bojórquez no sólo manipula las estructuras del relato, como se ha visto; con maestría análoga pone en acción un lenguaje que rememora los procedimientos paralelísticos de la tradición mítica mesoamericana e incluso recurre en varias ocasiones a mexicanismos.”
Memorial de Ayotzinapa encuentra en la literatura náhuatl un lugar de enunciación. El libro se inicia con un largo epígrafe del Códice Florentino, en la versión de Miguel León-Portilla, para introducirnos a ese tiempo mítico que referí anteriormente. En la superposición del tiempo mítico con el tiempo ordinario se crea una zona de sentido desde la que podemos reinterpretar ambos hechos.
El desplazamiento que hay entre estos dos tiempos establece diferentes lugares de enunciación: es desde la figura del nahual, “la otra voz”, la voz que se desplaza, que se establecen estos diversos puntos de vista, este desdoblamiento que hace del sujeto de la enunciación un yo delusorio. El nahual es una suerte de guía en este relato, un salvoconducto con el que se testimonian los hechos. Algunas veces desdoblado en Quetzalcóatl, en otras ocasiones se oculta en un estudiante de la Normal de Ayotzinapa, en otras troca en sicario.
La participación de los elementos mesoamericanos se ofrece no sólo al recuperar conceptos o figuras propias de esta cultura, sino a modo de simbolismos o recursos propios de esta tradición literaria. En la interlocución con el nahual, se sugiere un destino que atraviesa la historia y se presentan en la escenografía lírica elementos, conceptos, iconografías de este continente:
IV
Entonces le dije a mi nahual—
Cuatrocientas noches me he rajado el miembro
para sangrarlo con púas de maguey
y filos de obsidiana
pero no logro despertar
los huesos abatidos
Voy desgajando mi penitencia sobre un murillo de huesos
Cae mi sangre mi rojo sobre los huesos quebrantados
Cae sin final mi sangre y los huesos rotos no se despiertan
de su largo sueño
En ese tiempo circular, “sin final”, desde los diferentes rostros del nahual, que busca encontrar los huesos preciosos, ofrecerlos como expiación, en los que vagamos sin mayor ruta que el desconcierto, acaso caemos en la desgracia fundacional del poema del Anónimo de Tlatelolco que nos dicta el destino fatal: “y es nuestra herencia / una red de agujeros.” Nuestra historia repite cicatrices que es una “costra antigua cada tanto levantada y revivida” recordando al poeta Abigael Bohórquez, a quien recordamos hace un par de días.
IV.
Hace un lustro, cuando se cumplió un lustro de este acontecimiento que ya es una de las heridas más dolorosas de nuestro país, pude acompañar a Mario a Iguala para la presentación de este libro. Durante el día, junto a nuestro amigo Francisco Avilés y su hermano, recorrimos una parte de la ruta de los estudiantes bajo un intenso sol y la triste mirada de quienes pasaban por ahí. Avanzar en la ruta era como atravesar un cuarto en llamas. Nuestra imaginación sólo pudo ser interrumpida por el graznido de un solitario cuervo que nos arrojaba, de nueva cuenta, a la dramática noche de 2014. Quiero decir que el cuervo estaba dentro del poema y nos ponía de frente al espacio en que se desarrolló esta triste historia.
Horas después, cuando ya nos encontrábamos en el auditorio del Ayuntamiento de Iguala para la presentación del libro, el auditorio estaba casi lleno. Era gente diversa que buscaba luces para este hecho, que buscaba algún tipo de sentido quizá. En la mesa estábamos Edmundo Delgado Apolinar, Francisco Avilés, Mario Bojórquez y yo, antes el niño que cantaba canciones cantó las canciones que acompañan las marchas cuando la voz de las personas no es suficiente para hacer eco en los oídos del poder. Debo decir que la lectura de Mario me conmovió porque comprobé que la poesía también puede ofrecer explicaciones y paliativos a una comunidad atravesada por la violencia. Que la poesía tiene la posibilidad de tocar aquella materia de la injusticia y la crueldad y servir como un vehículo para la comprensión de los hechos. Y hoy también vuelvo a conmoverme porque la poesía nos convoca a estar en este recinto entorno a la palabra fundamental.
Lo que quiero decir es que sí se puede escribir poesía después de Ayotzinapa.