Poesía norteamericana: Forrest Gander

Presentamos, en versión de Gustavo Osorio de Ita, algunos textos del poeta y traductor norteamericano Forrest Gander (1953). Es uno de los traductores más destacados del español al inglés. Ha publicado colecciones como Eye Against Eye (2005), Torn Awake (2001) y Science & Steepleflower (1998). También es antologista, ha escrito novela y ensayo. Tradujo a Pura López Colomé y a Coral Bracho. Ha merecido distinciones como el Whiting Writers’ Award, el Howard Foundation Award, el Jessica Nobel Maxwell Memorial Prize, becas como del National Endowment for the Arts, de la Guggenheim Foundation.

 

 

 

 

 

 

 

On a Sentence by Fernanda Melchor

 

¿Qué es lo más cabrón que te ha pasado en la vida?

The most fucked-up thing to happen to me?

Addled by busyness, I crumpled my life and let it drop

and then I outlived my life, rocking

on my misery like a cypress in the wind. I watched

stars emerge from a black egg. Lucidity

of loss. Someone came to tell me the spider

vibrating on its long legs in the ceiling corner

over my desk does not exist now. It is wedged

between the violent uninterruptedness

of one single day and the void I discovered

inside myself. Forehead tautening with self-pity.

I said, You think you know me, but you don’t

know me from Adam’s goat. And she said,

I do, and you are one and the same thing.

 

 

 

 

 

Sobre un enunciado de Fernanda Melchor

 

What is the most fucked-up thing to happen to you?

¿Qué es lo más cabrón que me ha pasado en la vida?

Arruinado por ocupaciones, arrugué mi vida, la dejé caer

y luego la sobreviví, balanceándome

en mi miseria como un ciprés en el viento. Observé

estrellas emergiendo de un huevo negro. Lucidez

de la pérdida. Alguien vino a decirme: la araña

que vibra sobre sus piernas largas en la esquina del techo

sobre mi escritorio ya no existe. Está acuñada

entre lo violento ininterrumpido

de un solo día y el vacío que descubrí

adentro de mí. Frente tensada con autocompasión.

Dije: Crees que me conoces, pero tú no

me conoces. Ella dijo,

Te conozco mosco, eres uno y la misma cosa.

 

Mariana Rodríguez

 

 

 

 

 

 

 

Madonna del Parto

 

And then smelling it,

feeling it before

the sound even reaches

him, he kneels at

cliff’s edge and for the

first time, turns his

head toward the now

visible falls that

gush over a quarter

mile of uplifted sheet-

granite across the valley

and he pauses,

lowering his eyes

for a moment, unable

to withstand the

tranquility— vast, unencumbered,

terrifying, and primal. That

naked river

enthroned upon

the massif altar,

bowed cypresses

congregating on both

sides of sun-gleaming rock, a rip

in the fabric of the ongoing

forest from which rises—

as he tries to stand, tottering, half-

paralyzed— a shifting

rainbow volatilized by

ceaseless explosion.

 

 

 

 

Madonna del Parto

 

 

 

Y después oliéndolo,

sintiéndolo antes que

el sonido llegue incluso

a él, se arrodilla

al borde del acantilado y por

primera vez, gira su

cabeza hacia las ahora

visibles cascadas que

se precipitan sobre más de un cuarto

de milla de granito

escarpado a través del valle

y hace una pausa,

bajando los ojos

por un momento, incapaz

de resistir la

tranquilidad— vasta, sin trabas,

terrorífica y primordial. Ese

río desnudo

entronizado sobre

el macizo altar,

cipreses inclinados

congregándose a ambos

lados de la roca que brilla bajo el sol, un desgarro

en el continuo tejido del

bosque desde el cual se eleva—

mientras él trata de pararse, tambaleándose, medio

paralizado— un cambiante

arcoíris volatilizado por

una incesante explosión.

 

 

 

 

 

 

Stepping Out of the Light

 

Bleaching the

spaces between

each trunk, fog de-

lineates, from

a vast of green,

the silhouette of

each pine

on the slope.

 

Maybe it’s like that,

only all along it was

obscured by what–

rush, distraction? Fog.

A pine. Querying

grosbeak. Something

shifts. You find

yourself in another

world you weren’t

looking for where

what you see is that

you have always been

the wolves

at the door. Left

 

ajar, gaping, your own

door. And you burst

in as the Mangler,

you gouge out

your right eye which

hath offended. And you

burst in as the Great

Liar gorging

on your own flesh

and as Won’t

Let Go who shreds

your tendons, gnaws

your femur. You can’t

stop bursting in,

coming upon yourself

alone, vulnerable, in the

privacy of your dying,

bending to pick up

with a tissue a crushed spider

 

from the bedroom floor,

half-sensing in your solar

plexus the forces

of that which cannot yet

be sussed, discovering yourself

once again already

to have been inside something

like an equation with

a remainder, a deodand, a

reminder of the impossibility

of reconcilement—

to what? Once again. Forgive

yourself, they say, but

after you forgive

what you have lived,

what is left? You can’t

 

set aside the jigger

of the present from

the steady pour of hours

or even differentiate

trails of ants

scurrying through some

massive subterranean network

from the shredded

remains of a galaxy

backlit by star glow. Time

 

to close the door you think

but your face is changed,

so many crow’s feet. You

must be on

to the next stage

in which you begin

to recognize

your mortal body,

that nexus of your various

holds on the world, as

repository of every-

thing you didn’t know

you took in, human

and not, all of it

charged and reactant

which accounts for the trembling

in your hands as now

you discern the

body of your body—

like a still,

hanging bell

that catches and concentrates

each ghostly, ambient

reverberation.

 

 

 

 

 

Dando un paso fuera de la luz

 

 

Blanqueando los

espacios entre

cada tronco, la niebla de-

línea, desde

una vasta gama de verde,

la silueta de

cada pino

sobre la ladera.

 

Tal vez es así,

solo que todo este tiempo fue

oscurecido ¿por qué

prisa, distracción? Niebla.

Un pino. Un cascanueces

que inquiere. Algo

cambia. Te encuentras

a ti mismo en otro

mundo al cual no

buscabas donde

aquello que ves es que

siempre has sido

los lobos

a la puerta. A la izquierda

 

entornada, entreabierta, tu propia

puerta. E irrumpes

como el Desaparecido,

te arrancas

tu ojo derecho el que

ha ofendido. Y tú

irrumpes como el Gran

Mentiroso hartándote

de tu propia carne

y como un No

Te Irás que tritura

tus tendones, roe

tu fémur. No puedes

dejar de irrumpir,

viniendo sobre ti

solo, vulnerable, en la

privacidad de tu muerte,

inclinándote para recoger

con un pañuelo una araña aplastada

 

en el piso de la habitación,

detectando a medias en tu plexo

solar las fuerzas

de aquello que aún no puede

ser atendido, descubriéndote

una vez más ya

habiendo estado dentro de algo

como una ecuación con

un resto, un objeto prohibido, un

recordatorio de la imposibilidad

de conciliación—

¿con qué? Una vez más. Perdónate

a ti mismo, dicen, pero

después de perdonar

lo que has vivido,

¿qué queda? No puedes

 

apartar el sorbo

del presente del

constante derrame de las horas

o incluso diferenciar

rastros de hormigas

corriendo a través de alguna

masiva red subterránea

de los despedazados

restos de una galaxia

retroiluminada por un resplandor estelar. Ya es hora

 

de cerrar la puerta piensas

pero tu rostro está cambiado,

tantas arrugas. Debes

de estar ya

en la siguiente etapa

en la que comienzas

a reconocer

tu cuerpo mortal,

ese nexo de tus varios

afiances al mundo, como

el repositorio de todo

aquello que no sabías

aceptaste, humano

y no, todo

cargado y reactivo

lo cual explica el temblor

en tus manos pues ahora

disciernes el

cuerpo de tu cuerpo—

como una quieta,

campana colgante

que atrapa y concentra

cada fantasmal reverberación

del ambiente.

 

Gustavo Osorio de Ita

 

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