En esta nueva entrega de nuestro Dossier Paul Celan preparado y traducido por Roberto Amézquita, presentamos dos poemas nocturnos incluidos en Der Sand aus den Urnen (1948), el primer libro publicado por Celan en una edición vienesa que más adelante desautorizaría para luego convertir La arena de las urnas en la sección que abre su Amapola y memoria de 1952.
LA NOCHE es tu cuerpo moreno por la fiebre de Dios:
mi boca pone a temblar antorchas sobre tus pómulos.
No te dejes arrullar por los que nunca cantaron una nana.
La mano llena de nieve, soy yo también quien va hacia ti,
e incierto, como tus ojos azules
en la hora circular. (La luna de antaño era más redonda.)
Sofocado en tiendas de campaña vacías está el milagro,
helando la jarra de los sueños — ¿nos importa?
Haz memoria: una hoja negruzca cuelga en el sauco —
la hermosa señal para la copa de sangre.
MEDIA NOCHE
Media noche. Con las dagas de los sueños clavadas en el brillo de los ojos.
No grites de dolor: las nubes revolotean como lienzos.
Una alfombra de seda, fue extendida entre nosotros, para danzar de lo oscuro a lo oscuro.
De la madera labrada viva nos fue tallada la flauta negra y la danzante se aproxima.
Dedos hilados de la espuma del mar sumerge en nuestros ojos:
¿uno quiere aquí todavía llorar?
Ni uno. Así que ella se arremolina feliz y el timbal resuena ardiente.
Nos lanza las sortijas y con las dagas las ensartamos.
¿Así nos desposa? Como añicos resonando, y yo lo sé y lo sé de nuevo:
tú no falleces
en la multiplicada malva de la muerte
NACHTS ist dein Leib von Gottes Fieber braun:
mein Mund schwingt Fackeln über deinen Wangen.
Nicht sei gewiegt, dem sie kein Schlaflied sangen.
Die Hand voll Schnee, bin ich zu dir gegangen,
und ungewiß, wie deine Augen blaun
im Stundenrund. (Der Mond von einst war runder.)
Verschluchzt in leeren Zelten ist das Wunder,
vereist das Krüglein Traums – was tuts?
Gedenk: ein schwärzlich Blatt hing im Holunder –
das schöne Zeichen für den Becher Bluts.
HALBE NACHT
Halbe Nacht. Mit den Dolchen des Traumes geheftet in sprühende Augen.
Schrei nicht vor Schmerz: wie Tücher flattern die Wolken.
Ein seidener Teppich, so ward sie gespannt zwischen uns, daß getanzt sei von Dunkel zu Dunkel.
Die schwarze Flöte schnitzten sie uns aus lebendigem Holz, und die Tänzerin kommt nun.
Aus Meerschaum gesponnene Finger taucht sie ins Aug uns:
eines will hier noch weinen?
Keines. So wirbelt sie selig dahin, und die feurige Pauke wird laut.
Ringe wirft sie uns zu, wir fangen sie auf mit den Dolchen.
Vermählt sie uns so? Wie Scherben erklingts, und ich weiß es nun wieder:
du starbst nicht
den malvenfarbenen Tod.