Poemas de Sinéad Morrissey

Estamos leyendo poesía de Irlanda. Leemos tres poemas de la ganadora del Patrick Kavanagh Poetry Award en 1990 y del T. S. Eliot Prize en 2013, Sinéad Morrissey (Portadown, 1972). La traducción es de Adalberto García López,

Leemos, en versión de Adalberto García, López, tres poemas de Sinéad Morrissey (Portadown, 1972). Es autora de los libros de poesía​​ There Was Fire in Vancouver​​ (1996),​​ The State of the Prisions​​ (2005),​​ Parallax​​ (2013),​​ On Balance​​ (2017), entre otros. Ha ganado los diferentes reconocimientos en los que destacan el Patrick Kavanagh Poetry Award en 1990 y el T. S. Eliot Prize en 2013.

 

GENÉTICA

Mi padre está en mis dedos pero mi madre está en mis palmas,
los levanto y los miro con placer:
sé que mis padres me hicieron por mis manos.

Pueden haber sido llevados a tierras separadas,
en otros hemisferios, quizás acostándose con diferentes amantes
pero en mí ellos se tocan donde los dedos se unen con las palmas.

Sin nada más de su unión que los amigos
que intentan excavar su imagen de un río,
al menos conozco su matrimonio por mis manos.

Doy forma a una capilla donde se encuentra un campanario.
Y cuando le doy vuelta
mi padre está por mis dedos, mi madre está por mis palmas

recatados frente a un sacerdote recitando salmos.
Mi cuerpo es el registro de su matrimonio.
Vuelvo a representar su boda con mis manos.

Así que llévame contigo, toma lo que la piel exige
para reflejarse en futuros cuerpos.
Legaré mis dedos si tú legas tus palmas.
Sabemos que nuestros padres nos hacen por nuestras manos.

 

 

ARTICULACIÓN

Y estos, damas y caballeros, son los huesos
del caballo de Napoleón, Marengo. Articulado así
–tibia a peroné, escápula a húmero,
esqueleto apendicular enganchado a la cúpula
de la columna vertebral y las aletas colgantes de las delgadas costillas
que encierran​​ el espacio del corazón perdido–
parece remodelado a partir de un kit de manualidades,
un modelo de madera de cualquier caballo.
Veo a los ojos que han visto al Emperador
no es nada, sin embargo, a esto: ni una cafetera
o un cepillo de dientes, ni Su mejor abrigo gris perla
del mausoleo; ni el yeso
apretado en la forma de lo que se ha perdido
para devolverlo a la vida como una máscara mortuoria,
como una fotografía perforada al revés;​​ 
ni ninguna de las cosas en relieve
por uso o toque o asociación más libre
(charla​​ casual, rumores) con Su brillante semejanza–
estos mismos cascos pisaron barro en Austerlitz,
este mismo sacro aseguró la victoria final.
Además, pon tu ojo en la cuenca del ojo
(uno por uno y delicadamente) y observa
lo que cambia: tus curvas​​ en​​ perspectiva rectas,
el suelo sobre el que estás parado se inclina,
la atmósfera clara de la habitación se espesa
y como espejos inclinados uno contra el otro
se produce un pasillo abovedado sin fin
a otro lugar, donde se dan cita las cosas aún más verdaderas:
de toda la nieve rusa, un cielo de humo,
la picadura de hierro, las entrañas amontonadas,
acurrucado como un potrillo pequeño, un hombre duerme
dentro del estómago abierto de un caballo...
Así de cerca​​ está Marengo de la historia
–esfenoides, vómer, lagrimal, mandíbula:
el tiempo que dure antes de desmoronarse,
portal, máquina del tiempo, llave maestra
hacia lo que no se puede imaginar. ¿Quién podría resistir
un boleto para los campos de sangre humeantes
de Europa justo cuando la​​ Estrella​​ Perro se desvanece?
Aguanten la respiración ahora mientras les muestro esto.

 

 

LOS RELOJES

Los relojes hacen toda la conversación. Él visita la tumba en medio de un​​ loop​​ de tres horas
y sabe el año en que finalizaron todos los castillos en Irlanda. Su ruta
es siempre la misma: la torre vía el acueducto vía el cementerio vía las murallas
vía la Batalla de Artrim durante el Levantamiento de la Sociedad de los Irlandeses Unidos en 1798,
cuya matanza está más presente si se encuentra pensando en aquella madrugada
de su desayuno nupcial en Abril, o encerrado en el momento en el que le pusieron la máscara de oxígeno
y ella puso sus ojos en blanco. Ella no puede encontrar la parada de autobús a Belfast​​ 
y se queda en casa. Las redes vuelven la luz del día blanca y vacía.
Ella ha usado la vida matrimonial de su hermana con tanta insistencia
sobre la suya, los ruidos de los relojes la hacen sentir prácticamente que no tiene piel.
A veces se sienta en la silla de su hermana y se siente culpable.
Ella cuenta para atrás por compañía y una memoria selectiva:
la discusión en el funeral con su sobrina respecto a las joyas y, años antes,​​ 
la conspiración para mantenerla soltera, su éxito. El tiempo se asienta cada tarde
como una enorme ala cuando el alboroto de la hora del almuerzo finaliza
y los platos ya están acomodados para el té. Él lee bastante,
desde​​ Hitler and Stalin, Parallel Lives​​ hasta​​ Why Ireland Starved
pero recientemente ha comenzado a regalar libros a quien sea que llame.
Invierno o verano, los atardeceres terminan pronto: cada uno se va a su habitación
al menos dos horas antes de dormir. Cae como un acto de misericordia
cuando los veintidós relojes dan las ocho en punto casi al unísono.

 

 

LEYENDO A LOS GRANDES

¿Es acaso por sus fallas que me gustan?
Ignorando las reglas de la Poesía Selecta,
con lo que debió incluirse:
todo planchado, abotonado y reluciente;
en cambio, opto por la omnívora Poesía Completa.
Por lo banal. Por lo resentido. Por los errores eludibles:
Larkin y el imperio, o bien, Plath y las tías.

La emoción de cuando se hunden, tropiezan y se quedan
sin nada de qué escribir antes de comenzar,
es el consuelo de mirar
un paisaje marino que de pronto se seca y apesta
gracias a las moscas y cabezas de pescado y sargazo.
Y la marea a una distancia imposible. Sin regreso.
Sí, me encantan por eso.

 

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