Presentamos una muestra poética del autor brasileño Ricardo Aleixo, en la versión del poeta y cantautor mexicano Miguel Inzunza. Es artista multimedia e investigador de Literatura, otras artes y medios, recibió de la Universidad Federal de Minas Gerais, en 2021, el título de Nótorio Saber, equivalente al grado de doctor. Ha publicado 18 libros, entre ellos Modelos vivos (Ed. Crisálida, 2010) y el más reciente, Extraquadro (Ed. Impressões de Minas/LIRA, 2021 – uno de los 5 finalistas del Prêmio Jabuti 2022), Sonhei com o anjo da guarda o resto da noite (Todavia, 2022) y Campo Alegre (Conceito Editorial, col. BH – A Cidade de Cada Um, 2022). Sus obras mezclan poesía, prosa de ficción, filosofía, etnopoética, antropología, historia, música, radioarte, artes visuales, video, danza, teatro, performance y estudios urbanos. Ha actuado en casi todos los estados brasileños y en países como Argentina, Alemania, Portugal, Estados Unidos, España, México, Francia, Suiza y Angola. Sus obras se exhiben de forma permanente en las exposiciones Rua da Língua e Falares (Museu da Língua Portuguesa/SP). Actualmente trabaja en la creación de un ciclo de 8 performances que se presentarán en la 35ª Bienal de São Paulo.
El Pez No Sostiene La Mano De Nadie
El cuarto es un pez. Tres no son peces. Son hombres,
está a la vista. Ninguno de los tres que no son peces fue pescado
por los demás. Sospecho que el pez fue pescado por algún otro
pez que no aparece en la fotografía. Un hombre. Con
una cámara fotográfica. E pez está muerto. No entiende
que fue fotografiado, muerto como parece estar. En el momento en
que se tomó la fotografía, todos, menos el pescado, estaban vivos.
El menor de todos no había tenido hijos nunca. Era
él mismo, un hijo. Uno de los dos, hijo de uno de los otros dos,
que también eran hijos, de padres que no aparecían en
la fotografía, y que también fueron padres de hijos fuera de escena.
El que sostenía el pez era el padre del niño que sostenía la mano del otro de
los dos mayores. El más pequeño de todos ellos (más pequeño incluso que el pez dado por muerto, porque lo sostenían como un
trofeo y colgante de un anzuelo) tenía una hermana. Aunque no
aparece en la fotografía, la hermana del niño era hija del que
sostenía el pez. Se desconoce si el pez, que también era hijo,
tuvo hijos, ni si el otro hombre, el que tomaba la mano del hijo del hombre,
que sostenía el pez muerto, tenía hijos propios,
nacidos de su propia verga. El pez había sido comido por
alguien que no estaba en la foto. O por su familia. No la
del pez, sino del que lo fotografió. La familia del padre que sostenía
el pez no comió ni el más mínimo trozo de pescado. La familia
del otro hombre, si es que la tenia, tampoco probó
el pescado. De los cuatro que aparecen en la fotografía, ninguno sonríe. Ni dicen palabra alguna. El pescado tiene la boca abierta. La fotografía comprueba
lo que dicen: que por la boca muere el pez. Las bocas de los tres que no son peces están cerradas. Por ellas no escurren ni sonrisas
ni palabras. Son tres bocas silenciosas. Tres silencios dorados.
Cuatro, con el del pescado, que está con la boca abierta. Cinco, con
la del hombre que tomó la fotografía. Su sombra cae sobre
el cuerpo del hombre que sostiene la mano del hijo del hombre que sostiene
el pescado. El pescado, tal vez porque está muerto, no toma la mano de nadie. De los hombres, el más pequeño de todos es el único que algún día escribirá
sobre la lejana época en que la gente posaba para las fotografías con un pescado muerto colgado de un anzuelo. El pescado es ajeno a
todo lo que su mirada muerta ya no puede ver. Los pescados no escriben. Tampoco la mayoría de los hombres. Algunos hombres escriben
sobre pescados y hombres que capturan pescados para exhibirlos como trofeos. Una fotografía es una forma de pescar personas, piensa el
chico. En una fotografía todos parecen muertos, seguirá pensando el niño cuando no sea más un niño, sino el padre de algún
niño o niña. Uno de los cuatro en la fotografía tal vez
sea yo. Yo no soy el/un pescado. Él, el pescado, ya había sido pescado
y exhibido como un trofeo en ese momento. Yo no soy un trofeo. Ni soy los otros dos de la fotografía. Ni es mía la
sombra que reposa para siempre sobre el que parece ser el más viejo de los que aparecen nítidamente en la fotografía. Y que nunca
serán del todo peces, incluso después de muertos. De la madre de los niños peces, mi madre, aprendí que sólo debo pedir, ahora que
ya no soy el más pequeño de todos, el siguiente deseo: que ningún pescado muerto aparezca conmigo, cuando la muerte venga a pescarme.
Palabrear
Mi madre me obsequió el mundo y
sin tener nada que dar,
me enseñó a lanzar palabras
al viento para volar.
Me dijo: “Hijo, la palabra
tienes que aprender a usar.
Es como algunos remedios:
cura, mas puede matar.
Cuida de pedir permiso,
antes de empezar a hablar,
el dueño de las palabras,
es quien puede consagrarte
y convertir tu palabra
en flecha que corta el aire,
cuando sea tiempo de guerra
y tu tiempo de pelear,
o en un pétalo de rosa
cuando el tiempo sea de amar.
La palabra es cual veneno
mata, mas puede curar.
Dedica todo el cuidado
que se debe dedicar
a las fuerzas naturales
animales, plantas, aire,
aunque sepas que la dicha
se creó para gastarse,
que una termina y viene otra
para ocupar su lugar”
Todavía ayer en la casa,
me senté para charlar
con mis dos pequeñas niñas
y me puse a recordar
dos casos en que mi madre
se esmeraba por contar,
con luz de luna en los ojos
mientras hacía de cenar.
No era tanto por el tema
que me gustaba escuchar
aquella voz que nació
con el don de desdoblarse
en las voces de otros tiempos
que vuelven a despertarse,
cada vez que alguien, jugando
lanza palabras al aire.
Me gustaba tanto ver
cómo inventaba su voz
mundos enteros sin casi
retomar respiración,
recobrar fuerzas y hacer
a mi cabeza rodar,
como rueda todavía,
cuando para no llorar,
lanzo palabras al viento
y las vuelvo a ver volar,
(lanzo palabras al viento
y la vuelvo a ver volar)
Shangó
El que
lanza rayos
a la casa
del curioso
y congela
la mirada del
mentiroso.
Leopardo,
esposo de Oyá.
Leopardo, hijo de Yemayá.
Shangó que cuece
el ñame con el viento
que sale
de su aliento.
Que da un nombre nuevo
al mucumí.
El que sigue vivo
cuando creen
que ya está muerto.
Orisha que mata
al primero
y mata
al vigésimo
quinto.
Shangó persigue
al cristiano
con su grito,
nube
que oscurece
la cara del cielo.
Leopardo
de mirada
fulgurante,
no permitas
que la muerte
me lleve
un día
antes.
Otro, otra persona
Era obvio que ella me tomaba por otra
persona.
Me dijo: Acércate un poco más
a la luz. ¿Aquí está bien? pregunté. Aquí es
mi isla, respondió. Y yo asentí,
parado sobre el círculo de luz donde ella
me había pedido. ya me sentía otro,
otra persona, aunYue aún no sabía
exactamente quién, qué otra persona.
Penuria Revisitada
Las putas, como los dioses,
cobran por lo que dan.
Los poetas, no.
Policías y pistoleros
venden seguridad
(es decir, venganza o protección).
Los poetas se jactan del limbo, del veto
de la censura, del exilio, de la bulla
y del dinero no).
La poesía es pan (alimento para
el alma, se dice), pero atención:
el panadero de la esquina más corriente
vive de lo que hace; el más
fino poeta no.
Los poetas dan gratis
el aire de su gracia
(y encima se burlan
-en compañía de las polillas-
de tan “noble condición”).
Sacerdotes y pastores venden
lotes en el cielo
a plazos.
Los políticos compran y
(se) venden
a la primera ocasión.
Los poetas (puesto que viven
de aire) hacen del No, gracias
su canción.