António Lobo Antunes sobre Sombras y rompeolas de Dinu Flămând
Conocí a Dinu Flămând hace más de treinta años en Finlandia, en Lahti, con un sol que duraba prácticamente las 24 horas del día y un escritor de cada país del mundo, escritores por docenas, cargados de honras y premios, venidos hasta aquel sitio maravilloso con el fin de discutir sobre literatura. Un escritor de cada país, pero la Unión Soviética los traía por docenas, siempre en grupo, haciendo propaganda al realismo socialista. Dinu representaba a Rumania y yo a Portugal. La razón de que hubieran escogido al principiante que yo era, continúa siendo un misterio para mí. Tal vez porque Os Cus de Judas (En el Culo del Mundo, Siruela, 2001) fue excepcionalmente recibido allá. Sea como fuere, nos acercamos, Dinu y yo, porque debíamos ser los más jóvenes que allí andábamos.
Lo oí hablar ante aquella docta asamblea, y me espantó que un artista de un país satélite de la Unión Soviética se expresara con tanta energía, claridad e inteligencia contra las opiniones rusas y nos volvimos amigos de la infancia para toda la vida. Quiero decir, nos volvimos instantáneamente hermanos. Después conseguí rocambolescamente traerlo a mi casa, en Portugal, ayudándolo a escapar de la lacerante pregunta de los rumanos durante la dictadura de Ceaucescu:
—¿Habrá vida antes de la muerte?
Y sólo después de la caída del régimen él pudo volver a su amada tierra. Fui varias veces por Rumania, para recibir el Premio Ovidio, para recibir doctorados honoris causa, pero, sobre todo, para estar con él. La última ocasión fue en los Cárpatos, donde visité con Dinu la casa de campesinos de sus padres, y un premio y un doctorado en Cluj. Es imposible no adorar a Rumania y a su pueblo, tan generoso, tan latino, con tanta capacidad de sufrimiento y, al mismo tiempo, con tanto orgullo y elegancia: Dinu, por ejemplo, un hombre grande y fuerte, con una sonrisa que devora al mundo, es un príncipe. Es un gran poeta.
Acompañamos, desde Finlandia, el trabajo uno del otro, desde la época en que él era una gran promesa de la poesía rumana, y después una gran realidad, traducido y apreciado en varios países, aunque, en mi opinión, no siempre haya encontrado los mejores traductores, y estábamos en eso cuando me entregó Sombras y rompeolas, en una espléndida traducción de Corneliu Popa. La traducción es, de hecho, magnificente y el poema de la más alta calidad, en mi opinión su mejor trabajo hasta ahora. Me puse tan entusiasmado que al final de cinco minutos de lectura estaba ya telefoneando para la editorial Guerra y Paz a fin de mandarle el original a Manuel Fonseca, cuya opinión no podía ser muy diferente de la mía. Esto es Gran Poesía, sin ninguna caída, una falla, un tropiezo. Un libro en torno de la muerte de la madre, con un pudor y una contención admirables. Un Requiem majestuoso.
António Lobo Antunes
Traducción del portugués, Mario Bojórquez
***
como los siete colores que la luz agazapa
habitan mi oscuridad sombras
con sus rostros interiores
y así como
la hoja
muerta
en sí
se vuelve
hélice
de la caída
en
mí caen –muertos míos–
en su planear
fuera del tiempo
aunque sus huesos órficos
todavía
revuelven la tierra
y yo empiezo a oler
a piedra que ha llorado y me retuerzo
con manos atadas por dentro
vibrando
cuando me atraviesan hacia
ninguna parte
oteado sólo por ustedes
y me encuentro ya lejos
mientras sigo siendo todavía su vida
en los colores de lo invisible
***
quedas el último conocedor
de tu existencia
discrepas de toda realidad
ímpetu de ocultas llamas durmiendo en las piedras
sombra que huele a pólvora
y bajo el sol de mediodía inmenso la noche se transforma en día
de olvido
y de absorción entre efluvios de una cósmica compasión
acariciando con mecer de sauces ribereños un río que
despliega su cuello de galgo
ante tus pies
mientras la cantilena de cacerolas desconchadas desde la
oscuridad
llena de vaho anuncia los preparativos de la cena en
torno a la estufa; sobre ella
los rostros de las plácidas mujeres de la casa parecen
alumbrarse
bajo el reflejo de una dicha eterna
e ignorada
***
me pides como antaño enhebrarte
el hilo negro
con mis dedos toscos
y como entonces las orugas me parecen
ruido de piedras desgarrando
la hoja de morera
halcones desde el infinito acechan
a los atolondrados pollos
que cruzan por la verja hacia vecinos muertos
cuece el olvido en los hornos del verano indeciso
tempranas ciruelas
aguardan en el cieno sanguijuelas
alrededor, desde la niebla de recién llegados
brotan los gestos de palabras que rehúsan
ser sonsacadas
una luz interior funde sus rostros
tú no entiendes nada y te vuelves hacia mí
como de espalda
yo me preparo a engañar al innombrable
leyendo tus preguntas del revés
y al despertar
digo:
“no te preocupes
yo te traduzco
madre”
***
¿qué pudo haber quedado no dicho
no vivido
no tocado
no explicado
entre nosotros o en el hueco algún día habitado por nosotros
para que te levantes desde el interior de tan inmensa
dificultad del sueño en esta luminosa confusión
como la envergadura de un árbol hacia el cielo?
en parte estas cosas vienen de ti
otras son mías
y hay un ímpetu de dudas y dobles sentidos
como si todo hubiera sido precedido por algo que existe
con el único fin de anunciar algo distinto
y a la vez borrando
para inutilizar la ruta del significado
noche tras noche te me apareces tapándote la boca
con el pico del pañuelo
asustada
de lo que ves en mi rostro indistinto
estudiado por ti
con el desasosiego aun sangrando del desvelo por tu hijo
incluso en el más allá
y yo confuso empiezo a palparme o con la lengua verifico
los miedos que pueblan mi boca
esforzándome en esconder una minusvalía vergonzante
y no sé qué atisbas tú en esa niebla a la que se reduce
mi presencia
que no sea la fuga de estas sombras andrajosas
que me abrigan ante la luz y su crueldad
que hace arpaduras en los muros blancos
mas mis preguntas quedan como cápsulas vacías
de amapola
si bien una papaverínica impaciencia por manejar lo inútil
me hace escupir al aire cáscaras de palabras
al pasear mis dedos por las vértebras
mal soldadas de algún dolor más viejo
queda también esa indignación de la impotencia
acercamiento que añoramos a la cercanía
con su resignación fijada en
la imposibilidad de ambos para ser
realcanzados
NO OBSTANTE
en una infancia en común
donde otro ser nos acaricia tierno la cabeza
para que nos traguemos el hígado de bacalao
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