Si el río abriese los ojos: Antología de la continuidad. Es una selección que reúne voces de poetas venezolanos nacidos a partir de 1990. La muestra nos invita a reflexionar acerca de las diversas identidades que se presentan en la poesía actual venezolana. La escogencia del título rinde homenaje a dos voces que dejaron una huella fundamental en el panorama más reciente de la vida literaria del país: César Panza, con su verso Si el río abriese los ojos qué viera, y Caneo Arguinzones cuando dice que Haber retrocedido al abismo ha convertido la continuidad / en una festiva alabanza. César nos devuelve la pregunta de la identidad sin pretender abrirnos los ojos, sino buscando que habitemos con él la pregunta; defiende lo auténtico mientras nos habla de la impermanencia. Caneo plantea una vivencia corporal que enfrenta a la muerte, pero que, en un detenerse, busca la continuidad de la vida como una “festiva alabanza”. Estos autores y referentes, por siempre jóvenes, son voces desenfadadas, discontinuas, navegantes de lo incierto en el río identitario, vitales, como las que presentamos a continuación.
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Alborada Garrido (Caracas, 1995) es licenciada en Artes Audiovisuales (Unearte) y Magister en Estudios de la Mujer (UCV). Directora de los documentales El nieto de Francisca (2018), Selección Oficial del Concurso Nacional A CORTO PLAZO, y Clandestinas (2020) el cual formó parte de la cartelera audiovisual del Primer Festival por el Aborto Legal en América Latina y el Caribe, entre otros. Cocreadora del espacio artístico multidisciplinario digital Proyecto Analepsis (2020), y de la plataforma cultural Torcer la palabra (2021). Sus textos han sido publicados en revistas digitales como Canibalismos, Revista Madriguera, Poesía en Casa y Ciudad Caracas. Participó en el 1er y el 2do Encuentro Internacional de Escritoras, Caracas 2020 y Caracas 2022 respectivamente. Actualmente estudia en la escuela de escritoras Casa Índigo.
Todos los lunes
Te despiertas con el mantra:
Mi vida va a cambiar.
Te paras de la cama
te haces el skincare
escoges té en vez de café
y llenas un termo de agua de dos litros
que cargarás a cuestas
las próximas horas.
Prendes un incienso, sonríes:
Mi vida está cambiando.
Abres tu cuaderno
intentas escribir
pero algo se opone al poema.
Puede que sea la voz que te dice
que te faltan tetas
y te sobra barriga
puede que sea la otra:
fallas tantas veces que ya perdí la cuenta.
O tal vez aquella
que está convencida
de que este poema no vale la pena
por falta de metáforas
de perfección
de tetas.
Piensas en el poema
como tu hermana siamesa
con la que compartes
corazón y cerebro
una proyección de tu yo:
cansado, desolado, vacío de palabras.
Cierras el cuaderno y abres la nevera.
Hay que preparar la comida
antes de la hora del trabajo
y luego habrá que dormir
al menos lo mínimo
como para que tu cerebro comPARTIDO
se regenere un poco.
Hoy tampoco se va a escribir el poema
hoy tampoco vas a encontrar
la palabra más preciosa
que defina
lo que siempre ha estado allí
esperando ser visto para brillar.
Hoy tu vida no cambió
el próximo lunes sin falta.
Clases de natación
Tu instructor de natación
también se cansó de ti.
Nunca pudiste pasar
del área de la piscina
en la que sabías que tus pies
aún podrían tocar el suelo.
Incluso llegaste a ahogarte de miedo
cuando el agua te llegaba apenas a los tobillos.
Ese día saliste corriendo a media jornada
derrotada
otra vez.
Aún así sabes
que cuando puedas moverte
por debajo del agua
algo se va a romper
algo se va a liberar
y te sentirás
más ligera
o quizás no.
Quizás seguirás siendo
un pez de tierra
fantaseando con el momento
en el que te atrevas a sumergirte
y brote de ti
la bioluminiscencia.
¿Dónde lloran las mujeres?
En la ducha
donde siempre ha llorado tu madre
para que su niñita no la vea.
En la cocina
el único espacio de la casa
en el que pueden estar solas.
Evitan llorar
picando la cebolla
porque la escena se volvió un cliché
que hasta los hombres conocen.
Caminando
rumbo a una diligencia intransferible
a un compromiso urgente
una cita consigo mismas
para poder llorar en paz.
En la cama
no sin antes haberse asegurado
de darse bien la vuelta
y no emitir ni un solo ruido
para que el de al lado piense que están dormidas.
En el autobús
justo a la hora dorada
porque todas sabemos bien
que ese es el momento del día
en el que más sentimos
el anhelo de lo inasible -
con un vallenato de fondo
que no deje a nadie escuchar
cómo se chupan los mocos.
Mirando una novela
romántica
patética
o la más trágica de todas
que permita justificar
un llanto descontrolado.
Luego están las que no lloran
porque no saben cómo
mucho menos dónde.
Afortunada tú
que lloras en el poema.
Tus sueños ya no están contigo.
Se quedaron atrapados
sin voz ni oxígeno
en una caja sellada
con interminables franjas de cinta adhesiva
debajo de tu vieja cama
en la casa de tu madre.
Se quedaron parados
frente al rayado
mirando a un semáforo
eternamente en rojo
en la Av. México.
Se quedaron estancados
flotando en el agua de tu playa favorita
la que no tiene olas
donde podías flotar por horas
sin miedo a ahogarte
pensando en tus sueños.
Se quedaron en la cima de la montaña que presumes
ese día que quisiste gritar cuando llegaste
como en las películas
pero te dio vergüenza
con los demás transeúntes.
No supieron descender
y tú te fuiste
cerro abajo
sin sueños
con un grito guardado
sin luz ni oxígeno
debajo de tu vieja cama
en la casa de tu madre
parado frente al rayado
mirando a un semáforo
eternamente en rojo.
Toda tú eres miedo.
No hay un rincón de tu cuerpo
que se salve
que te salve
de lo que sabes inevitable.
Prefieres nunca abrir esa puerta.
Sabes que es mejor no salir
y que nadie pase.
Cuidas tu dolor
como el tesoro más precioso
el alivio
de que al menos algo
todavía es solo tuyo.
Pero te rehúsas a escribir sobre lo que duele.
Quieres escribir lo hermoso
relatar el hallazgo de un milagro
rendirle homenaje a Mary Oliver
tributar, como ella, al brillo de las cosas.
Tachas el poema entero
y vuelves a empezar:
Soy el árbol y soy el cuerpo que cobija su sombra.
Soy la paraulata y soy la sabana que la contempla.
Soy la hoja y soy la mandíbula de la hormiga que la transporta.
Soy el único rayo de luz que irrumpe en la casa oscura
y soy también la casa
dejándome atravesar por la vida.
Soy el poema y la que escribe.
La soledad es imposible.
***
Pamela Rahn / Luis José Glod / Milagro Meleán / Carlos Katán / Jesús García / Érika Manoche Barreto / Yéiber Román / Ana Mirabal Mujica / José Mestre / Michela Lagalla / Kaira Vanessa Gámez / Ricardo Sarco Lira / Sofía Crespo Madrid / G. Galo / Alejandro Indriago / AnCe Jesús Zamora Maneiro / Hamid El Sayegh / Jesús Montoya / Ariana Mathison / Soriana Durán / Carlos Iván Padilla / Paola Alzuru / Stephani Rodríguez / Rogelio Aguirre / Valentina Diaslara /