Dossier de poesía africana: Bertin Bandiangou (Togo)

Leemos, en el marco del dossier de poesía africana que prepara Mariela Cordero, algunos poemas del poeta togolés Bertin Bandiangou. Tras las últimas manifestaciones juveniles que exigían un cambio de régimen, Bertin Bandiangou fue encarcelado junto con otros 112 activistas.

 

 

 

Bertin Bandiangou es un poeta y estudiante de derecho en la Universidad de Lomé, Togo. Es​​ presidente nacional de​​ Synergie des Elèves et Etudiants du Togo, una organización sin fines de lucro cuya misión es defender los intereses materiales y morales de los alumnos y estudiantes. Su compromiso cívico le costó el encarcelamiento y la tortura de su padre. Tras las últimas manifestaciones juveniles que exigían un cambio de régimen, Bertin Bandiangou fue encarcelado junto con otros 112 activistas.

 

 

 

 

 

 

Cómplices mudos

 

Ustedes, que hablan​​ tan alto de derechos y valores,

naciones autoproclamadas de la libertad como canto,

¿Por qué cierran​​ los ojos ante nuestras desgracias,

y sus​​ conciencias se adormecen cuando nuestra sangre se derrama?

Oh, Europa de discursos​​ nobles, América poderosa,

sus​​ embajadas se alzan en el corazón de nuestra capital,

pero​​ sus​​ ojos permanecen ciegos y​​ sus​​ oídos distantes,

cuando nuestros​​ niños caen bajo las botas fatales.

Firman​​ acuerdos, alaban​​ la democracia,

y luego estrechan​​ la mano sangrienta que nos oprime.

Por unos barriles de petróleo, por​​ su​​ economía,

se convierten​​ en cómplices mudos del​​ régimen.

Los salones alfombrados​​ de la ONU resuenan con palabras vacías,

mientras nuestros cuerpos se amontonan en la indiferencia total.

«Preocupación», «inquietud», fórmulas insípidas

que ocultan mal el​​ banal​​ interés ante la muerte.

En la Francofonía, nuestros tormentos son comas,

entre dos declaraciones sobre el francés que hablamos,

mientras aquí, un pueblo muere, retrocede,

y​​ nuestros derechos fundamentales​​ están​​ hechos​​ jirones.

La Unión Africana,​​ hermana​​ sorda a​​ nuestros llamados,

prefiere la unidad ficticia a la justicia real.

Cuando nuestros jóvenes se ahogan o huyen bajo el cielo,

ella espera el tiempo​​ pase​​ y el olvido selle.

Mundo hipócrita que habla de derechos universales,

pero cuya universalidad se detiene en nuestras fronteras,

un pueblo negro que sufre no es sensacionalista,

nuestra sangre no vale ni un minuto en​​ sus​​ cadenas​​ principales.

 

Extendemos nuestras manos magulladas hacia​​ sus​​ conciencias,

pero​​ sus​​ ojos están fijos en otros horizontes.

La indignación selectiva es​​ su​​ ciencia,

y nuestra agonía continúa sin razón.

 

¿Qué hace falta para merecer​​ su​​ mirada?

¿Cuántas muertes anónimas, cuántas cárceles abarrotadas?

¿Cuántos exiliados errantes, que partieron tan tarde,

para que Togo no sea más que una sombra?

poderosos del mundo, cómplices por​​ su​​ silencio,

la Historia recordará​​ su​​ cobarde abandono,

y nuestros hijos maldecirán​​ su​​ indiferencia,

cuando Togo gritaba sin obtener​​ clemencia.

 

 

 

 

 

 

 

Los camaleones

 

Doctores con palabras eruditas, profesores de renombre,

que venden su pluma al mejor postor,

¿no le han enseñado sus diplomas dorados

que el honor no se trueca por billetes?

Y ustedes, que ayer mismo clamaban contra la injusticia,

elocuentes detractores del reino tiránico,

¿Qué milagro ha transformado su ardor en servilismo?

¿Qué alquimia ha transformado sus gritos en cánticos?

más celosos que los perros guardianes originales,

persiguen a sus hermanos con saña,

como si su salvación ante el padre eterno

dependiera de la fuerza de su reniego.

Intelectuales vendidos, ¿tienen poca memoria

de la historia de los regímenes y sus servidores?

El dictador los​​ adula​​ mientras son útiles,

y luego los arroja al olvido cuando llega la hora.

¿Saben que Bokassa también tuvo​​ sus poetas?

¿Que Mobutu apreciaba a sus «intelectuales»?

¿Dónde están hoy,​​ esas mentes brillantes?

¿En qué fosas comunes, bajo qué cielo?

El tirano no tiene amigos,​​ retengan​​ esta lección.

solo herramientas que rompe​​ en la ocasión.

Sus​​ discursos pomposos,​​ sus​​ análisis retorcidos,

no son más que los sonajeros de un poder arduo.

Cuando firman​​ esos textos que justifican el horror,

cuando aplauden​​ las leyes liberticidas,

¿Creen​​ escapar al ojo vengador

de la Historia, que​​ registra sus​​ pérfidos​​ nombres?

el pueblo no olvida,​​ grábenlo​​ en​​ sus​​ almas.

 

Esos niños a los que hoy privan​​ de futuro,

mañana​​ empuñaran​​ la pluma que escribirá​​ sus​​ culpas

y juzgará con severidad​​ su​​ infamia.

La rueda sigue girando, inexorablemente.

El karma es paciente, pero golpea con certeza.

sus​​ castillos de arena y​​ sus​​ cuentas bancarias infladas

no protegerán​​ su​​ nombre mancillado en el último día.

Pregunten​​ a los que​​ los precedieron

cómo acaba la historia de los lacayos demasiado​​ fervorosos.

Quizás​​ les digan, si aún siguen en pie,

que el amo sacrifica primero a los más serviles.

Así que duerman​​ en paz si aún pueden.

Cuenten​​ sus billetes manchados de sangre inocente.

Pero​​ sepan que,​​ en​​ la noche, cuando el remordimiento​​ los muerda,

la voz de la Historia​​ los​​ esperará pacientemente.

 

 

 

 

 

 

 

Sesenta y cinco

 

Sesenta y cinco primaveras desde aquel día glorioso,

cuando el alba​​ togolesa​​ iluminaba la esperanza,

cuando Olympio enarbolaba nuestra bandera,

prometiendo a África un nuevo destino.

Sesenta y dos​​ estaciones​​ de sueños​​ abortados,

desde aquella noche oscura en la que se derramó sangre,

Olympio yaciendo​​ a las puertas de la embajada,

el primer presidente caído en una emboscada.

Un disparo al amanecer, un destino destrozado,

el hombre que se jactaba de haberlo asesinado

no era otro que​​ el futuro tirano,

que sumiría al país en un abismo de sangre.

Sesenta y cinco años, cincuenta y ocho de terror,

bajo la bota de un padre, luego la de un hijo,

dinastía del miedo, herencia del horror,

que encadena al país a su propio​​ suplicio.

Los sollozos ahogados de las madres​​ de luto,

las esperanzas enterradas bajo el mismo ataúd

que el de Olympio, mártir de la nación,

cuya sombra aún persigue a cada generación.

Sesenta y cinco cosechas de promesas traicionadas,

niños sin futuro en un país herido,

recursos saqueados por las mismas familias,

mientras nuestro pueblo desesperado se exilia.

Oh, Togo, hermoso país con cadenas invisibles,

tu libertad robada desde su primer aliento,

tu independencia convertida en blanco

de un poder que desde hace décadas te asfixia.

 

Sesenta y cinco otoños llorando a tus mártires,

buscando en la oscuridad un rayo de esperanza,

mientras los hijos de los verdugos siguen causando estragos,

temiendo que algún día el pueblo pueda verlos.

De la sangre de nuestros héroes brotarán rosas,

porque sesenta y cinco años no son más que un paso,

la historia juzgará a los responsables,

y​​ Togo, algún día, encontrará su valor.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

***

 

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