Presentamos, en versión del poeta y traductor costarricense G.A. Chaves, un excelente texto de la poeta norteamericana kim Addonizio (Maryland, 1954). Ha merecido la beca Guggenheim, el Mississippi Review Fiction Prize. Fue nominada al National Book Award. Recibió también el Pushcart Prize por “Aliens” y la San Francisco Commonwealth Club Poetry Medal.
INTIMIDAD
La mujer que prepara mi capuchino en la cafetería—ojos oscuros, cabello rojo teñido,
cuello de tortuga negro y sin mangas—fue la amante del hombre con quien salgo ahora.
Ella no me conoce; somos extraños, y sin embargo no puedo mirarla
casualmente, como solía hacer antes de saberlo. Ella está junto a la máquina, hundiendo
la válvula
en la espuma de la leche, mirando al vacío—no sé qué es lo que piensa.
En lo que a mí respecta, ella bien podría estar recordando a mi amante, recordando lo
que sea que haya ocurrido
entre ellos—él nunca me ha dicho nada, excepto que no fue importante, y luego
cambia rápido de tema, demasiado rápido, ahora que lo pienso; ¿sería que él,
después de todo, había mentido?, ¿y no había cruzado brevemente por su cara una
expresión de
dolor? No puedo estar segura. De seguro no fue nada, me digo a mí misma;
no hay razón para sentirme incómoda aquí parada, o sentirme cómplice,
como si hubiera algo importante entre nosotras.
Ella podría estar pensando en cualquier cosa; pero, ¿por qué siento ahora la súbita
sospecha
de que ella sabe, de que ella me puede sentir mientras la estudio, mientras intento
imaginarlos juntos?—
su pintura de labios de un rojo oscuro, más oscuro que su cabello—mientras intento
verlo a él besándola, volteándola en la cama
en la forma en que le gusta tenerme. Me pregunto si tal vez
había cosas en ella que él prefería, cosas que él extraña ahora que estamos juntos;
a veces, cuando él y yo hacemos el amor, hay momentos
en los que me abruma la tristeza, y aunque estoy ahí con él no puedo dejar de pensar
en las manos de mi ex esposo, que me gustaban de un modo especial, y quisiera
regresar
a esa vieja intimidad, que a menudo se sentía como la más pura felicidad
que haya conocido, o que vaya a conocer. Pero todo eso ha acabado; y, además, ¿no
hubo otros amantes
que no dejaron rastros? Cuando los veo ahora apenas puedo recordar
cómo se veían desnudos, o cómo se sentía tenerlos
dentro de mí. Entonces, ¿qué es lo que siento mientras ella vierte el negro espresso
sobre la leche
y empuja la taza hacia mí, y yo le doy el dinero,
y nuestros ojos se encuentran por sólo un segundo, y nuestros dedos se tocan?
Intimacy
The woman in the cafe making my cappuccino — dark eyes, dyed
red hair,
sleeveless black turtleneck — used to be lovers with the man I’m
seeing now.
She doesn’t know me; we’re strangers, but still I can’t glance at her
casually, as I used to, before I knew. She stands at the machine,
sinking the nozzle
into a froth of milk, staring at nothing — I don’t know what she’s
thinking.
For all I know she might be remembering my lover, remembering
whatever happened
between them — he’s never told me, except to say that it wasn’t
important, and then
he changed the subject quickly, too quickly now that I think about
it; might he,
after all, have been lying, didn’t an expression of pain cross his
face for just
and instant? I can’t be sure. And really it was nothing, I tell myself;
there’s no reason for me to feel awkward standing here, or
complicitous,
as though there’s something significant between us.
She could be thinking of anything; why, now, do I have the sudden
suspicion
that she knows, that she feels me studying her, trying to imagine
them together?—
her lipstick’s dark red, darker than her hair — trying to see him
kissing her, turning her over in bed
the way he likes to have me. I wonder if maybe
there were things about her he preferred, things he misses now
that we’re together;
sometimes, when he and I are making love, there are moments
I’m overwhelmed by sadness, and though I’m there with him I
can’t help thinking
of my ex-husband’s hands, which I especially loved, and I want to
go back
to that old intimacy, which often felt like the purest happiness
I’d ever known, or would. But all that’s over; and besides, weren’t
there other lovers
who left no trace? When I see them now, I can barely remember
what they looked like undressed, or how it felt to have them
inside me. So what is it I feel as she pours the black espresso into
the milk,
and pushes the cup toward me, and I give her the money,
and our eyes meet for just a second, and our fingers touch?