Tema fundamental de nuestro tiempo, presentamos una selección de poemas sobre migración. Poemas escritos en otras épocas y en los días que corren, para dar cuenta de la situación humanitaria crítica de los migrantes; de su interminable travesía de incertidumbre y desasosiego, orillados a la más extrema temeridad. La presente muestra incluye poetas que dan voz a los desplazados, a las ciudades y sus poblaciones, y también poemas escritos por migrantes.
Ocean Vuong
Besando en vietnamita
Mi abuela besa
como quien oye bombas estallar en el patio
donde la menta y el jazmín alzan sus perfumes
por la ventana de la cocina,
como si en algún lugar, un cuerpo fuera destazado
como si las llamas volviesen
a través de las intrincadas caderas de un jovencillo,
como si al salir por la puerta, tu torso
bailara de heridas abiertas.
Cuando mi abuela besa, no hay
largos besuqueos, ni música occidental
de persecución de labios, besa como
respirándote, su nariz compacta en tu mejilla
para grabar tu aroma
y hacer perlas de sudor gotas de oro
en sus pulmones, como si al tenerte
la muerte tomara también tu muñeca.
Mi abuela besa como si la historia
nunca acabara, como si en algún lugar
un cuerpo aún
fuera destazado.
Versión: Esteban López Arciga
Daniel Rodríguez Moya
‘La Bestia’
(The American way of death)
Somewhere over the rainbow
Way up high,
There’s a land that I heard of
Once in a lullaby.
E.Y. Harburg.
Pero el horrible tren ha ido parando
en tantas estaciones diferentes,
que ella no sabe con exactitud ni cómo se llamaban,
ni los sitios,
ni las épocas.
Dámaso Alonso.
Para Claribel Alegría
Tan filoso es el viento que provoca
la marcha de la herrumbre
sobre largos raíles,
travesaños del óxido…
Y qué difícil es
ignorar el cansancio, mantener la vigilia
desde Ciudad Hidalgo
hasta Nuevo Laredo,
sobre el ‘Chiapas-Mayab’ que el sol inflama.
Nadie duerme en el tren,
sobre el tren.
Agarrados al tren
todos buscan llegar a una frontera,
a un sueño dibujado como un mapa
con líneas de colores:
una larga y azul que brilla como un río
que ahoga como un pozo.
Atrás quedan los niños y su interrogación,
las manos destrozadas de las maquiladoras
que en un gesto invisible
dicen adiós,
espérenme,
es posible que un día me encarame a un vagón.
Queda atrás Guatemala,
Honduras, Nicaragua, El Salvador,
un corazón de tierra que late acelerado.
Las gentes congregadas muy cerca de la vía
con un trago en la mano,
el olor a fritanga y a tortilla
como si fueran fiestas patronales,
esperando el momento para subir primero,
y no quedarse en el andén del polvo,
montar sobre ‘La Bestia’, en el ‘Tren de la Muerte’
o esperar escondidos adelante,
en los cañaverales,
con un rumor inquieto.
Y esquivar a la migra.
Después habrá silencio durante todo el día,
un silencio asfixiante,
como un arco tensado que no escogió diana
y una tristeza
de funeral sin cuerpo
y paz de cementerio.
Es mejor no pensar en las mutilaciones,
en la muerte segura que hay detrás de un descuido
o en los rostros tatuados.
Amenazan igual que los jaguares,
aprovechan la noche y sus fantasmas
y ya todo es dolor y más tragedia.
Es tan lenta la noche mexicana…
Bajo la luna inquieta
una herida de hierro y de listones
traza un perfil oscuro,
un reguero de sangre que seguir.
El olor de la lluvia sobre la tierra seca
se corrompe mezclado con sudor y gasóleo.
Es agua que no limpia, que no calma la sed,
que sucia se derrama
entre las grietas de la vieja máquina,
una oscura metáfora del animal dormido.
Escrito en un cartel: “Nuevo Laredo.
¡Lugar por explorar!”
El coyote ya espera
para cruzar el río,
atravesar desiertos,
y burlar el control, la border patrol,
los perros, helicópteros,
¿aquello tan brillante es San Antonio?,
el sol de la injusticia que percute las sienes.
Sopla el viento filoso en la frontera
y otro tren deja atrás el río Suchiate,
los niños, las maquilas,
la arena de un reloj que se hace barro.
Transitan los vagones por los campos
donde explotan las más extrañas flores.
Pasan noches y días
como sogas del tiempo en marcha circular.
Cada milla ganada a los raíles
aleja en la llanura otra estación del sur.
Marcha lenta la máquina
con racimos de hombres a sus lados.
El humo del gasóleo
difumina un perfil que se pierde a lo lejos.
Ha pasado ‘La Bestia’ camino a la frontera.
Avanza hacia el norte
el viejo traqueteo de un tren de mercancías.
Antonio Romero Montoya
Una mochila
La luna y una brújula guiando mi sendero.
Tu carita dibujada entre estrellas y luceros, que cosa tan bella.
Para muchos no soy nada pero soy feliz porque sé que tú me amas.
Sé que aún no hablas pero siento tus palabras esperando mi llegada,
eso me da fuerzas para seguir viviendo.
Por eso no me importa todo lo que estoy sufriendo.
De mis errores he aprendido, no soy un fugitivo lo único que quiero es estar allá contigo.
Mi verdadero amor: Maddy te amo por siempre
Marilyn Chin
Cómo obtuve ese nombre
un ensayo sobre la asimilación
Yo soy Marilyn Mei Ling Chin
y cómo amo la resoluta
personalidad de esa primera
persona del singular
seguida por el indicativo
superinflado de “ser” sin tal
incierto “si-en-do” de “volverse”. Claro,
mi nombre ha cambiado
en algún lugar entre el océano
y Angel Island, cuando mi padre
en los años cincuenta tardíos
y obsesionado con una rubia
transliteró “Mei Ling” como “Marilyn.”
Nadie optó por cuestionar
su impulso inicial porque, sabemos,
la lujuria llevó a los hombres
a la grandeza: no fue la bondad,
no fue la decencia. Y ahí estaba yo,
extraña pequeña y rosa, nombrada
por una mujer blanca y trágica
muerta de tanto ginebra y Nembutales.
Mi madre no pronunciaba bien la “r”.
Me llamaba “Mujé espectaculá númeo uno”
para la brevedad: entonces, ella vivirá y morirá
en su ignorancia sublime, rodeada
por sus hijos amorosos y la deidad
de la cocina.
Mientras mi padre vacila, refinado
en su costumbre de Hong Kong, jugador
de azar, criminal fracasado
que compró una cadena de restaurantes
de Chop Suey en Piss River,Oregon,
con dinero que había robado a Gucci.
Nadie se preguntó por su integridad dadas
sus hijas tan lindas y devotas
y sus hijos tan brillantes e industriosos
como si la piedad filial fuera el estándar
por el que todos los terrestres son medidos.
***
Oh, ¡y cuán confiables son nuestras hijas
y nuestros hijos cuán brillantes!
Cómo hemos llegado a hacer tontos a los expertos
en educación, demografía y estadística–
no somos muy creativos pero aún entendemos.
Por eso, somos para ser usados.
Pero eso de la “Minoría Modelo” es molesto.
sabemos que están observando,
así que nos negamos a atenderlos.
Cañas de bambú, de bambú, de bambú, cañas.
Mientras más al oeste vayamos, más al este;
mientras cavemos hacia abajo, llegaremos a China.
La historia ha vomitado
en una playa negra y contaminada–
donde la vida no depende
de aquél tractor de color rojo
o de si nuestro nuevo amante
desde el último episodio de “Santa Bárbara”
soplará sobre una vela aromática
y nos llamará “perra.”
Dios, Dios, ¿qué hemos hecho mal?
¡No tenemos recursos internos!
***
Entonces, una mañana redoliente de primavera
el Gran Patriarca Chin
miró desde su kiosco en el cielo
y vio lo feos que eran sus descendientes.
Uno tenía una cabeza cuadrada y una nariz sin puente
y el otro el perfil largo y nudoso de una calabaza
y el tercero era triste, y bruto,
y nunca habría de casarse.
Y yo, su menos favorita,
“ni medio hirviendo ni medio cocida,”
una manzana salvaje gorda por mi sangre–
demasiado incolora para pelear por el destino de mi gente.
“Matar sin resistencia no es asesinato,”
dice el proverbio. Así, espero mi muerte inminente.
El hecho de que esta muerte es también metafórica
es el testamento de mi letargo.
***
Aquí yace, pues, Marilyn Mei Ling Chin,
que se casó una dos veces con tal y tal, Lee y Wong,
nieta de jack “El Patriarca”
y de la melancólica Suilin Fong,
la hija del virtuoso Yuet Kuen Wong
y de G.G. Chin el infame,
hermana de una docena y prima de un millón,
sobrevivida por todos y por todos olvidada.
Ni blanca ni negra,
ni querida ni exterminada,
sólo otra que pasa en su propio jardín de bambú
atendiendo sus poemas–
cuando, un día, el cielo no fue piadozo
y un abismo se abrió donde ella estaba.
Como los gemidos de una gran ballena blanca
o las fauces del Godzilla metafísico,
se la tragó entera.
Ella no se movió ni se espantó,
ni enloqueció con el concepto del final
del mundo, sino
que se quedó. Sólida como madera, un poco
derruida, mordida, sorprendida,
pero felizmente, por todas las cosas
que le fueron brindadas
y por todas las cosas que le quitaron.
Versión: Sergio Eduardo Cruz
Rosa Marily Velásquez
Era un 19 de abril, lo recuerdo bien, eran las nueve de la mañana.
Dejé a mi madre en un mar de lágrimas y a mis dos hermanas.
Mientras salía de la casa una de ellas se colgó en mis brazos mientras mi corazón se quebraba en mil pedazos.
Nos vemos con el coyote, llegando a la frontera migración nos detiene y es el principio de la corrupción del viaje, nos quitan todo.
Seguimos.
Llegamos a la casa del emigrante, gran alivio.
Es similar a nuestra casa, nos dieron comida, saciaron nuestra sed y nos brindaron donde dormir.
Qué cosas tan lindas suceden en medio de la oscuridad.
Las personas que nos acompañaron en la casa, reciban bendiciones por brindarles un lugar a los que necesitan.
No solo de pan vive el hombre también de la palabra de Dios.
Joseph O. Legaspi
Anfibios
Los anfibios viven en ambas.
Los migrantes dejan su tierra,
endurecen en el mar.
Fuera del agua.
En griego, anfibio significa
“en ambos lados de la vida”.
Terra et Aqua. Costa.
En agua fresca:
los anfibios dejan
huevos sin hueso;
los migrantes dan luz
a americanos.
Renacuajos y ranillas
se transforman: branquias
a edad temprana. En tierra,
a los anfibios les crecen pulmones.
A los migrantes les crecen pulmones.
Con la piel húmeda,
los anfibios se oxigenan.
Los migrantes se desgastan
y duermen sin aliento.
Piel que da glándula.
Ojo que da párpado.
Los anfibios buscan tierra; los migrantes otras tierras.
Sus colores brillan, camuflaje.
Se sabe que caen
del cielo.
Bajo la lluvia se sienten en casa.
Versión: Esteban López Arciga
Mary Jo Salter
El abotonador
El Presidente Roosevelt, recorriendo la Isla Ellis
en 1906, observó a las personas de tercera clase
hacer fila para su examen médico de seis segundos.
¿No podría, se preguntó en voz alta, la manipulación sin guantes
de los extranjeros que estaban enfermos, infectar a los sanos?
Sin embargo, por años más se hizo. Imagino
a mi abuela, una niña en ese polígloto
del Gran Salón, reverberante bóveda
más terrible que la iglesia, deslumbrada por las estrellas
y franjas en la inmensa bandera al frente
por donde los benditos habían pasado. Después ella también lo hizo,
a una habitación parecida a una pequeña capilla, donde su madre
podría tomar la comunión. Un hombre con gorra azul
y un uniforme azul— ¿un doctor? ¿un policía?
(Papá lo habría sabido, pero él había navegado
solo, antes que ellos, y ahora estaba
esperando en Nueva York; ¿que no era esto Nueva York?)—
un hombre con gorra azul alcanzó a su madre.
Sin decir una palabra (¿él no hablaba italiano?)
metió un dedo en el ojo de su madre,
luego levantó su párpado con un abotonador,
la cosa larga y curva para abrochar tus botas
cuando los botones eran muchos o muy pequeños.
No podías ser estadounidense si eras ciego
o si ibas a ser ciego. Eso sí lo entendió.
Ella iría al escuela, aprendería a leer y escribir
y le enseñaría a sus padres. El hombre de los ojos alcanzó
su cara después; ella imaginó que estaba lista.
Se sintió grande, como esa mujer en el mar
sosteniendo no un abotonador sino una antorcha.
Versión: Diana Itzel Marín Salazar
Adrián Castro
El sonido de un inmigrante aplaudiendo
Digamos que realmente
él
no llegó en un bote-
que el incansable coronel
nunca encontró la sutil garganta escondida
bajo el trance de la clave
o en manos truenos que hablaron
los repiques de esos crímenes
Digamos que fue a Nueva York
bajo la suposición de que
Mario Bauzá
Machito o
Tito (Rodríguez o Puente)
podrían hacer mover sus piernas y caderas
en una constelación de goce
Digamos que él simplemente
trató
de escuchar el eco de sus brazos
aleteando a través de una fabrica
como harapo rojo atado a ese ventilador
Digamos que el frío
a menudo congela sus vocales
tan caribeñas
tan resualosas y mermeladas
Podría el inmigrante incluso
silenciar la melodía de su lengua-
Ellos dicen, es el silencio
lo que hace música
Pero esto será como
un tamborileo
en el penacho lejano de una nube como
el coronel tajando el sonido que nunca encontró
pero que requiere años de olvido
para un extraño
respirar el agua salada
o mirar un montón de piedras
y decir
he cruzado a través de este portal
Ahora, este es mi hogar…
Versión: Tania Márquez Aragón
Ilyá Kamínsky
Alabanza
Salimos de Odesa con tanta prisa que dejamos olvidada fuera de nuestro edificio una maleta llena de diccionarios en inglés. Vine a América sin un diccionario, pero algunas palabras permanecieron:
Olvido: un animal de luz. Un pequeño barco encuentra viento y larga velas.
Pasado: figuras que llegan desde el borde del agua, cargando lámparas. El agua está sospechosamente fría. Muchos están de pie en la orilla, los más jóvenes lanzan sus sombreros al aire.
Cordura: una barrera que me separa de la locura no es una barrera, en realidad. Una enorme pecera llena de hierbas acuáticas, tortugas y peces dorados. Veo destellos: movimientos, nombres inscritos en las frentes.
Una risa repentina: ella se reclinó, intrigada. Yo bebí muy rápido.
Muerto: al entrar en nuestros sueños, los muertos se convierten en objetos inanimados: ramas, tazas de té, perillas de puerta. Yo me despierto y quisiera poder traer esta claridad conmigo.
Tiempo, gemelo mío, llévame de la mano
por las calles de tu ciudad;
mis días, tus palomas, se pelean las migajas.
***
Por la noche, una mujer pide un cuento con un final feliz.
No tengo ninguno. Como refugiado,
me voy a casa y me convierto en fantasma
en busca de las casas en las que viví. Ellas dicen:
el padre de mi padre de su padre de su padre era un príncipe
que se casó con una muchacha judía
contra la voluntad de la Iglesia y la de su padre y
la del padre de su padre. Perdiéndolo todo,
ansioso de perderlo: propiedades, barcos,
escondiendo este anillo (su anillo de bodas), un anillo
que mi padre le entregó a mi hermano, y que le arrebató.
Entregado, luego arrebatado, precipitadamente. En un álbum familiar
nos sentamos como maniquíes
de niños de escuela
cuya destrucción,
como si fuera una clase, ha sido pospuesta.
Luego mi madre empieza bailar, recordando
su sueño. Su amor
es difícil; amarla es tan simple como poner frambuesas
en mi boca.
Sobre la cabeza de mi hermano: ni siquiera
una cama, él le canta a su hijo de doce meses.
Y mi padre le canta
a su silencio de seis años.
Así es como vivimos en la tierra, una bandada de gorriones.
La oscuridad, un mago, halla monedas
detrás de nuestras orejas. No sabemos qué es la vida,
quién la hace, la realidad ha quedado espesa
por tantos anhelos. La subimos hasta nuestros labios
y bebemos.
***
Creo en la infancia, una tierra natal de exámenes de matemáticas
que vuelven y no vuelven, observo
la orilla, los árboles, un muchacho
que corre por las calles como un dios perdido;
la luz cae, y toca su hombro.
Donde la memoria, una vieja flautista,
toca en la lluvia y su perro duerme, su lengua
medio salida;
por veinte años entre la vida y la muerte
he corrido a través del silencio: en 1993 vine a América.
***
¡América! Escribo la palabra en una página, es mi ojo de la cerradura.
Miro las calles, las tiendas, el ciclista, las adelfas.
Abro la ventana de un apartamento
y digo: una vez tuve amos, rugían sobre mí,
¿Quiénes somos? ¿Por qué estamos aquí?
La linterna que llevaban aún brilla en mis sueños,
–en este sueño: mi padre respira
como si encendiera una lámpara una y otra vez. La memoria
está echando a andar su viejo motor, empieza a moverse
y yo pienso que los árboles se están moviendo.
Sobre las sucias esquinas de las páginas
camina mi maestro, mientras compone una voz;
frota cada palabra en sus palmas:
“las manos aprenden del suelo y del vidrio roto,
uno no puede pensar un poema”, dice él,
“mira la luz endurecerse en palabras”.
Nací en la ciudad que tomó su nombre de Odiseo
y no alabo a nación alguna
-al ritmo de la nieve
las torpes frases de un inmigrante acaban en discurso.
Pero tú pediste
una historia con final feliz. Tu soledad
tocó su lira. Yo me senté
en el suelo, mirando tus labios.
El amor, un pájaro cojo que compré de niño
por cuarenta centavos y que luego liberé,
ha regresado. Mi alma en plumas imprudentes.
¡Oh el lenguaje de los pájaros
que carece de palabra para queja!,
Los balcones, el viento.
Es así como, mientras la oscuridad
dibujaba mi perfil con su dedo meñique,
he aprendido a ver el pasado como lo vio Montale,
con los más recónditos pensamientos de dios cuando desciende
entre los golpes de tambor de un niño,
sobre ti, sobre mí, sobre los limoneros.
Versión: G. A. Chaves
Juan Gelman
Bajo la lluvia ajena
(notas al pie de una derrota)
V
de los deberes del exilio:
no olvidar el exilio/
combatir a la lengua que combate al exilio
no olvidar el exilio/ o sea la tierra/
o sea la patria o lechita o pañuelo
donde vibrábamos/ donde niñábamos/
no olvidar las razones del exilio/
la dictadura militar/ los errores
que cometimos por vos/ contra vos/
tierra de la que somos y nos eras
a nuestros pies/ como alba tendida/
y vos/ corazoncito que mirás
cualquier mañana como olvido/
no te olvides de olvidar olvidarte
Walter K. Lew
Dejando Seúl: 1953
Tenemos que enterrar las urnas
Mi madre y yo. Tratamos de dejarlas en un cuarto trasero,
Atraídas por una lámpara, y correr
Pero ellos aterrizaron aquí, detrás nuestro, en la entrada principal.
Es la sexta hora, inicios del invierno, frío negro:
Sólo, del otro lado de las puertas de papel de arroz,
El ondol amarillo de flores calientes en el piso
Sigue cálido. Veo las azules
Lámparas en la pista de aterrizaje, el avión brillante.
Tras su último paso, mi madre, desorganizada
Como de costumbre, ha ideado una torpe cuerda y una pala
Para enterrar las urnas. Me pregunto en voz alta
Cómo ella se convirtió en doctora. Vete, ella decía,
Ve con tu padre: él tampoco
Sabe qué es lo que está pasando. Mira,
Mi padre está esperando en la pista de aterrizaje en un capote
Del ejército de Estados Unidos. Ha perdido su sombrero, a su padre
También lo perdió, y está fumando Lucky’s como loco…
Nos agarramos de entre las hierbas altas y el viento
Que comienza a correr por debajo de nosotros como un río de hielo.
Está nevando. Lloramos, ¿por el frío
O por qué? Solamente décadas
Después de eso, tapando las brillantes y frías jarras,
Descubro que éstas contienen todo lo que permite
El dominio que mi padre tiene sobre ella.
Versión: Adalberto García López
Iván Vergara
Un silencio atlántico
Mi padre cruzó un continente,
se convirtió en indio posmoderno
al entrar por la aduana del nuevo mundo,
surcó presto su orientación de monte
y perdida la esperanza tomó trenes,
autobuses para otras tierras,
aviones erradicados por la peste
y no era él
hoy mi padre yace en cama
bajo el agobio de las horas extra,
trajo un lastre de quinientos quince años
con el cual descansar los pies y las manos
y no sean él
yace mi padre en un techo de casa blanca
con su cuerpo moreno asfixiado por la historia,
con su cuerpo tallado por la vista de los volcanes
y un indómito yacimiento de leyendas
donde se escribe la historia de mi viejo,
sobre una ladera marina y tintas de piedra
ha salido esta tarde y se ha tirado al río
con el fardo absurdo de todo lo recorrido,
ha ahogado a los peces contándoles la historia
de un hombre y una mujer que se amaban
como tierra blanca y fértil,
yelmos recios de conquista
ha devorado al unísono dos continentes
y se ha convertido en tierra submarina;
salió por la tarde un indio posmoderno
y la noche recibió todas las almas,
todos los llantos
por la noche un llanto de ultramar,
por la mañana la tierra engreída,
conmocionada por la espera que mueve valles,
tumba ciudades, engendra mitos,
y lo que se escucha entre las ruinas
es un llanto que pierde a sus vástagos
un padre indio que duerme en casa blanca
con su corazón rebozando tierra,
rebasando a las aves,
resplandeciendo de nada
absoluta nada
Luis Ángel Orellana Esquivel
Entre lágrimas y abrazos es difícil olvidar a mi viejecita que en mi casa tuve que dejar.
Aquel veintidós de marzo, no se olvidará
el viaje pareciera un cuento de nunca acabar.
Recuerdo aquella noche, lluvia y frio viajando en el tren, una pesadilla.
Hice una fogata, da algo de calor.
Extraño mi querido lugarcito, El Salvador, lo recuerdo con mucho amor.
Patria, patria que me ha dado amor, me reconforta el anhelo de volver a verte
sin embargo, tengo que huir de la muerte.
Victor Hernández Cruz
El Lower East Side de Manhattan
Cerca del East River
en la isla de Manhattan,
donde los Iroquois
navegaron alguna vez–
un líquido transparente
acaricia un nuevo nombre
para las rocas,
y la serpenteante
columna de la Avenida D
donde se mantienen
unidades habitacionales
con puertorriqueños y afros
Johnny Pacheco/Wilson Pickett
La radio portátil de noche
a través de las luces neón
dulzonas en la costa de Brooklyn
Comparsa de luces
megalopolitanas
desde la calle Houston
veinte niños avanzan
en sus bicicletas
sobre el puente Williamsburg
el cabello volando
proteína de soya
más bajo que la clase trabajadora
saltando como ranas-
pericos con impermeable nuevo
moviendo cañas de bambú
como si fueran otras piernas
bajando por la calle Sexta
entre Dragones que rugen
paseantes que fluyen lento
Cuando llega el invierno
van en sus abrigos por Delancey
muerden sándwiches de pastrami
en Katz’s y avanzan
entre bloques rojos
brillantes y se propulsan
con la pierna izquierda
y mueven los brazos
desafiantes
Plegarias hebreas dentro
contenedores de metal
metidos en paredes
reliquias de la renta
techos de aeropuerto para aves
Carros jalados por caballos
llegan con la mañana
pasando entre cortinas
venecianas
y cerca inglés acento polaco
ladra duraznos y melones
y luego llegá el hielero
vendiendo agua dura
cortada en bloques
la tarde en que una
plancha metálica une
a los edificios que empiezan
a llenar de carbón sus bocas
de sótano.
Adónde las montañas
se preguntan los immigrantes
los lugares donde casas
y objetos regresaron
a la historia que les guió
hacia la naturaleza
Por dentro de raíces de plantas
melaza de frutas
que devienen eternidad,
bloques traídos de París
vueltos oídos de paredes
donde las primeras palabras
en español recuerdan lo que se ha ido.
La gente seguía llegando
mientras los campos de caña
se secaban y arbusros
voladores de otro planeta
que tenía una piña por luna
y vegetales y raíces de árboles
emergiendo del equipaje
cantantes de lamentaciones
hacia dentro del alma de Jacob Riis
donde las plegarias hacían eco
Santa María entre fibras
que quedaban de la Torá
canturreo de la calle Eldridge
acento español nunca escuchado
entre los gitanos.
Una vez se oyó la Cábala
en voz de Córdova entre las tiendas
de la calle Orchard y negociantes
haciendo ofertas como en un bazar
derruido en algún gueto
de Varsovia.
Más lejos de la economía
sigue la migración,
más allá de tiendas de trabajadores
y piezas de acentos
en el elevador siempre hacia arriba.
El autobús rojo de la avenida B
desaparece hacia abajo entre
los agujeros de fábricas de ropa
cañerías de ciudades
últimas cañerías
donde la herrumbre se hizo vejez
los vientos helados
al filo del río
atacando el bajo Broadway
mientras los hot dogs
descienden por las aguas
del Canal
Pasando Forsyth Park
el inicio de Italia
Florencia dentro de las ventanas
de Mott Street–
los ojos de Angie
que vienen de Palermo
mirando la etiqueta de un ’45
y los Dupree haciéndose polvo
como azucar glass espolvoreada
entrecruzando
las chimeneas
para llegar al departamento
de Lourdes
Knishes servidos junto a frijoles
rojos.
Los jasídicos de la calle Broome
sombreros de piel marcianos
con bordes de ultimátum
portorriqueños canturreando
sobre rostros cuyas formas
han sido concebidas
de algún estofado universal–
Dialecto rural del Mississippi
vista al parque de la Avenida D
exiliados todos almas rotas
caballos gallinas y vacas
flores por el camino rural
todas olvidadas por la urbanidad
que recuerda
el ritmo de las montañas
el humor de los campos.
Entre arbustos de guayaba
fuera de un pueblo
con nombre Arowak
escucho las viejas flautas
junto al yo que vio acercarse
a los botes andaluces
llegar desde la playa
y distribuir ojos
moriscos.
El Lower East Side
más rápido que la velocidad
de la luz
un tornado de ladrillos
y chimeneas
donde tenías que agarrarte
de algo o tomar
el vuelo con vientos lejanos–
Las voces proletarias
despegaban como pelotas
de goma Spauldine golpeadas
por palos de escoba azules
en la calle 12–
Invierno y verano
temporales de pasillos y techos
entre doo-wop y pachanga
sólo una generación más
calles gritando entre ellas mismas
abandonadas de la estación
temporal del deseo y el desastre
Conocí Anthony’s
y a Carmen
a Butchy
a Little Man
a Eddie
a Andrew
a Tiny
a Pichon
a Vigo
a Wandy
a Juanito
¿Dónde están ahora?
Las ventanas los consumieron
el pavimento tenía bocas
que los devoraron
desaparición urbana
ilusión
y yo también
Henry Roth
“Call it Sleep.”
Versión: Sergio Eduardo Cruz
Juan Felipe Herrera
Mitad mexicano
Extraño es ser mitad mexicano, déjame ponerlo de este modo
yo soy mexicano + mexicano, entonces, queda la cuestión de la mitad
decir mexicano sin la mitad, bueno, eso quiere decir otra cosa
uno puede decir solamente mexicano
y entonces pensar en pirámides, vetas de obsidiana, códices de fuego, diosas con
rostros desollados, zarpas en los pies y cráneos como cinturones
—esto no es mexicano
estas son existencias, eso es decir:
esclavitud, tendones, corazones destazados sacrificios por el continuum
galaxias y quarks, la leche cósmica que fluye al interior de los árboles
luego oscuridad
Qué es lo otro —Sí,
eso también es mexicano, aun sin forma, salpicado de partículas.
Piezas europeas? Decir Colonia o Poder es incorrecto
mejor pensar en Kant en su diminuto cuarto
arrastrando sus calcetines negros en busca de la noción del tiempo
o Einstein volviendo sobre la ecuación errónea
acerca del modo en que la luz se curva —todo esto tiene que ver con
El medio, el medio-algo, cuando se es medio-alguien
Tiempo
Luz
Cómo ellos te acechan y cómo tú les imploras,
todo esto se convierte en tu proyecto de por vida, esto es
tú eres mexicano. Una mitad mexicano la otra mitad
mexicano. Entonces, la mitad en contra de sí misma.
Versión: Roberto Amézquita
Rigoberto González
Cosas que brillan en la noche
La corona de plata de Fulgencio -cuando ronca
la luna, moneda de Judas, deslumbrando
a los más pequeños metales que llamamos estrellas
mi hebilla
la punta de mis botas
las piedras en mis riñones
un arete
una lagrima en la mejilla
los caminos que se bifurcan en la cremallera
la cuchilla de una navaja que se desenfunda
la cuchilla de una navaja seduciendo una naranja
la cuchilla de una navaja salivando
la cuchilla de una navaja
la palabra México
la palabra migra
Versión: Tania Márquez Aragón
Paul Muldoon
Conociendo a los británicos
Conocimios a los británicos en el ocaso del invierno.
El cielo era lavanda
y la nieve era lavanda y azul.
Podía escuchar, a lo lejos,
el sonido de dos arroyos que se cruzan
(ambos estaban congelados)
y, no menos extraño,
a mí mismo dando el llamado en francés
a través de ese claro
del bosque. Ni el General Jeffrey Amherst
ni el Coronel Henry Bouquet
tenían suficiente estómago para nuestro tabaco de sauce.
Ni tampoco para el inusual
aroma cuando el Coronel sacó su
pañuelo: C’est la lavande,
une fleur mauve comme le ciel.
Nos dieron seis anzuelos para pescar
y dos sábanas bordadas con viruela.
Versión: Gustavo Osorio de Ita
Edward Hirsch
Veteranos de guerras extranjeras
No olvidemos al General
Arrastrándose en su calzado gris
Para alimentar a las palomas en Logan Square.
Llevaba una maltratada gorra de los Medias Blancas
Y una pesada bufanda de lana colgando
En su hombro, incluso en verano.
Recuerdo cómo se susurraba a sí mismo
Y tosía en su periódico
Y se quejaba de su gota
Con los exiliados letones,
El físico que vivía en Gogol Street
En Riga, ciudad natal de mi abuelo.
El policía auxiliar de Daugavpils,
Y el ingeniero químico
Que siempre me daba dulces
Aunque mi abuelo escupiera
Y mi abuela me alejara
Cuando los veía venir.
Versión: Adalberto García López
Mijail Lamas
Trenes
Atrás quedan los niños y su interrogación,
las manos destrozadas de las maquiladoras
que en un gesto invisible
dicen adiós,
espérenme,
es posible que un día me encarame a un vagón.
Daniel Rodríguez Moya
I
Trepados a los árboles del joven verano
escuchamos los trenes.
Andábamos con los oídos limpios y las piernas sucias
de tanto correr entre los montes,
con las manos ansiosas por llegar más alto.
Escuchamos los trenes
que pasaban en dirección a la noche,
iban cargados con la última luz del día
y con la voz que se va.
Y ahora qué ganas de escapar en un silbido,
de terminar allá donde inician las vías.
II
Deshojamos la rosa de un tiempo que creímos mejor,
pero el camino que nos lleva a la noche no es el mismo.
Ya no pasan los trenes,
ya no puedo escuchar su sonido a lo lejos.
III
Pero me aseguran que sí pasan los trenes,
pero son fantasmas,
un montón de fantasmas
los que viajan en ellos.
IV
Se subieron al tren como decir que ya no volverán
como mirar el fin donde inician las vías.
V
En el tren de los muertos el maquinista calla.
Él sólo mira al frente
buscando un horizonte que sabe imposible.
VI
Atrás queda el Suchiate,
atrás Ciudad Hidalgo,
pero ya no sabemos si pasaron Reynosa.
Primero está la migra
y luego están los narcos
la mara
la muerte.
Por aquellos senderos
siempre hay algo que perder.
…de Guatemala unos, otros de El Salvador…
se van quedando.
A unos la policía, a otros los zetas,
nunca se sabe bien quién los detiene…
Nadie averigua nada,
los pobres no valemos…
VII
El trampa es el que sube a los cargueros,
él salta a los vagones desde el sur.
Huye de la miseria.
Busca el norte que no es más que otra forma
de nombrar a la muerte.
Los han visto pasar mirando hacia las casas,
deseando estar adentro.
Ellos vienen de paso, están cansados
dice la madre al niño
que mira fascinado el paso del convoy.
Ellos vienen de paso… pero el trampa no vuelve.
¿Alguien después de mucho,
cuando los trenes pasan por los pueblos del sur,
recordará sus nombres?
VIII
Alguna vez viajé en aquellos trenes
con el funcionalismo agrietado, con los asientos rotos
y en sus últimos días de pasajeros pobres,
un poco menos pobres que los trampas del carguero.
Yo también esperé dos noches seguidas
a que el convoy que va hacia el norte llegara,
para subir de prisa y no dormir y mirar
el desierto de Sonora demorarse en la ventana.
Afuera todo era incendio de azoteas
y rostros que se quedan.
No recuerdo a mis hermanos ni a mi madre junto a mí,
sólo el letargo de la arena desde la ventana.
IX
Yo también trenes
y más trenes
y ganas de cortar en dos la lejanía.
Yo también el viaje y en el pecho
las ganas de partir,
dejar atrás.
Yo también esa fuga en que se pierde
el nombre y la ciudad,
los hermanos
los padres
los todos que sujetan.
Yo también solo, trepado en algún árbol,
viendo partir en dos el mundo
desde el andén de lo posible.
X
Aquí
ya
no
hay
más
trenes,
sólo
un
montón
de
nombres
que
ya
nadie
recuerda,
sólo un olor
a cuerpos
que se pudren.
Alfred, Lord Tennyson
Ulises
Es de poco provecho que este rey ocioso
en un campo seco, entre riscos y páramos,
casado con una anciana, imponga y cumpla
leyes desiguales a una raza de salvajes
que ayuntados duermen, comen y me desconocen.
No puedo descansar del viaje: beberé
la vida hasta las heces: a cada momento
tanto he disfrutado, tanto sufrido, con aquellos
que me amaron y solitario, en la costa,
cuando las Híades jugando en la corriente
me maldecían con el océano. Soy ahora un nombre,
porque tanto he visto y conocido en mi búsqueda
llevando el corazón hambriento: ciudades
de otros y formas de ser, climas, palacios y gobiernos
que me honraron todos, siempre, como igual;
y he sentido la ebriedad en el fragor de la batalla
con mis hermanos, lejos, en los campos de Troya.
Soy parte de todo aquello que he visto,
y aún la experiencia es como un portal
detrás del que brilla el mundo inexplorado cuyo margen
desdibuja siempre un poco más cuando me muevo.
¡Qué aburrido detenerse, imponer un final,
dejar que el tiempo corroa y abandonar así el brillo
como si la respiración fuera vida! Vida sobre vida
me han sido tan poco, y de la vida postrera
ya poco me queda: pero cada hora vale la pena
y se arranca del silencio, cuando alguna cosa nueva
aparece; y sería tan grosero acumular tres mañanas
en las que despierte para recluir este viejo cuerpo
y este gris espíritu que arde de añoranza
por buscar conocimiento como estrella que se hunde
más allá de la última frontera del pensamiento humano.
Ahí está mi hijo, mi querido Telémaco,
a quien voy a dejar este cetro y estas tierras:
lo miro con orgullo, pues sabe cómo cumplir
su labor, y tiene la prudencia para hacer tranquila
a esta gente tan burda y, lentamente, con el tiempo,
los encaminará hacia la bondad y hacia lo útil.
Está ahí, sin culpa alguna, tan centrado en la esfera
de sus deberes, tan decente que no hará algún mal
a los que demuestre ternura, y sabrá pagar
su cuota de adoración a los ancestros
cuando me vaya. Él hace su trabajo, yo el mío.
Ahí está el puerto; la nave despliega sus velas:
Allá se vislumbran los mares anchos y oscuros. Navegantes
míos, almas que han trabajado, luchado y pensado conmigo
y que siempre han tomado el rayo y el día con sonrisas
y les han mostrado corazones libres, y libres frentes:
ya somos viejos; la vejez nos brinda hoy honor y sufrimiento;
la muerte se nos acerca: pero algo más allá del fin,
algún trabajo noble todavía nos queda, ser
todavía hombres que lucharon una vez con los Dioses.
Las luces comienzan a escuecer del pedrerío:
el día se acaba, la luna asoma: los más profundos
gemidos del mar nos rodean. Vengan, mis amigos,
porque no es tarde nunca para encontrar un mundo nuevo.
Avancen, y con el orden de siempre hagan mover
los pesados surcos del océano; porque hoy navegaremos
más allá del atardecer y de los nacimientos
de todas las estrellas de occidente, hasta mi muerte.
Quizás será que las olas van a destruirnos,
quizás que regresemos a las islas de los héroes
y allí encontremos al gran Aquiles, nuestro conocido.
Tanto nos hemos llevado, y aún tanto queda; aunque
ya no somos aquella fuerza que en los días antiguos
movió la tierra y los cielos, nos queda aún este soplo:
un solo temperamento de corazones heroicos,
debilitados por el tiempo, pero todavía con voluntad
para luchar, para buscar, encontrar y no dejarse derrotar.
Nota del traductor:
Mucho ha dicho la crítica reciente, y con razón, que este poema de Tennyson es una expresión del colonialismo victoriano: que la “ideología de conquistadores” anglosajona respira ampliamente en la voz del Ulises viejo que quiere hacer suya toda la tierra. En esta traducción se ofrece un experimento de contexto: ¿qué pasaría si extirpamos, por una vez, el contenido del poema del contexto temporal que representa, incluso de su lengua original, y dejamos que las palabras floten alrededor de otro contexto? Puesto, entonces, en el marco de este discurso extendido sobre la migración, el poema de Tennyson puede operar de manera diferente: el Ulises que habla ya no es sólo la voz de un conquistador empedernido, sino la voz de todo aquél que se aventura lejos de casa, hacia aquello que no conoce, y no dejará que las circunstancias que se presenten por el camino lo derroten.
Versión y nota: Sergio Eduardo Cruz
Regie Cabico
Poema de mango
Mamá toma el fruto del huerto de mango
tras la reja de bambú.
Arranca su funda de papel-cuero durante el receso de mediodía,
antes de la clase de inglés, describe su danza
ante mis ojos de primer mundo durazno ciruela
melón. Cuando el sol abrasó el polvo,
dejó caer fluidos melifluos
sobre sus libros de tarea.
En dónde los mangos se plantaron primero, mamá,
una niña, se escondió bajo grava
envuelta por Lola, mi abuela,
después de que la tía y el tío de mi madre
fueran atados a un tronco
y apuñalados
por japoneses. Madre e hija vivieron de
mangos caídos, los huertos sembrados a oscuras
antes de que yo naciera.
Dejamos Filipinas
por California esquivando
aduaneros de EEUU con el fruto prohibido
pensando en quién le quitaría a mamá sus mangos.
Con la mirada baja papá niega poseer alimentos
perecederos, meneando pasaportes en el aire inerte,
haciendo señas,
para que siguiéramos a la terminal.
Tras una larga fila de viajeros,
mis hermanas rodean a mamá
como paredes de papel esconde la fruta
cubierta de periódico entre sus piernas. Los mangos durmiendo
en la hamaca de su falda, tela brillante
ondulando del movimiento
de azafatas empujando maletines
en carritos de metal.
Caminamos alrededor de mamá,
formando un crucifijo donde ella era centro.
En el avión, mientras cruzamos zonas horario, mamá desenvuelve
sus mangos maduros, los del árbol que Lola plantó
antes de dar luz a mi madre,
la hija que dejó la casa para ser enfermera
en América,
que se casaría con un marino filipino
y tendría tres hijos propios. Madre comiendo
el fruto cuyos jugos llueven
sobre desiertos y maizales.
Versión de Esteban López Arciga
Vijay Seshadri
Arrastrando nubes de gloria
Aunque soy un inmigrante,
el ángel con la espada de fuego parece no tener problema conmigo.
Él desengancha la cuerda de terciopelo. Me hace entrar al club.
Algo de actividad en el mosh pit, un banquete aquí, un mendigo allá,
una cortina gris dispuesta sobre la infinitamente curva luneta,
Júpiter en su fase creciente, enorme,
un panorama de una cascada, con un arco iris en el rocío,
algunas orgías fortuitas, una cartelera
del coche eléctrico de nariz respingona del futuro—
el interior es exactamente el mismo que el exterior,
hasta el m.c. en los guardabarros amarillos.
Así que ¿cuál es la razón del ángel con la espada de fuego
dejando entrar a las ovejas y rechazando a las cabras,
y de los hombres con los binoculares,
apoyando los codos en las barras antivuelcos de los jeeps,
mirando al desierto? Hay una frontera,
pero no está fija, vacila , oscila, se eleva
y se sumerge en la inimaginable séptima dimensión
antes de hacer erupción en un campo de maíz de Dakota. En el tren F
a Manhattan ayer, me senté frente
a una familia de tres, guatemalteca, por el aspecto que tenía—
delicada, arcaica y maya —
y evidentemente indocumentados hasta el hueso.
No parecían ansiosos. La madre se reía
y peleaba con la hija
por una imitación de teléfono inteligente en el que jugaban un
videojuego juntas. El niño, tal vez de tres,
desdeñaba su alboroto. Reconocí el ceño fruncido en su cara,
la retrospectiva, rabia sin máscara del comienzo.
Se veía igual que mi hijo cuando salió de su madre
después de treinta horas de labor — la cabeza aplastada,
los labios hinchados, la piel púrpura y horrible
con sangre y placenta. Fuera del inflamado túnel
y dentro de la fría sala de ásperos sonidos.
Me miró directamente con sus legañosos ojos.
Tenía una voz como la de Richard Burton.
Tenía un impresionante dominio de los principales textos ingleses.
Haré tales cosas… cuáles, todavía no sé,
pero serán el terror de la Tierra, dijo él.
El hijo, dijo, es el padre del hombre
Versión: Diana Itzel Marín Salazar
Mario Bojórquez
Tribeca
Hay una termita en los muelles
que ambiciona comerse el mundo entero.
Los hombres del mar se ríen de sus bravatas
pero en el fondo saben que una termita empecinada
puede ser un peligro.
Una termita al año, trabajando dos turnos, dañará,
sin dudarlo,
un largo tablón de encina y con suerte una trave.
Esto no les preocupa.
Seguro el municipio o la capitanía de puerto
repondrá los maderos.
Esta ciudad es grande, grande es su presupuesto,
donde no faltará, es claro,
un buen plan general para mantenimiento.
La termita trabaja dos turnos y descansa
con la satisfacción de que su obra continúa
a pesar de las muchas dificultades.
Los hombres del mar se alejan con sus mercaderías
y entre bromas y ron la recuerdan.
¡Ah! –se dicen– La empecinada termita
y sus pequeñísimos dientes.
Sus graciosos discursos, de pronto,
quedan atravesados por silencios terribles
y el rumor de las jarcias
eriza inesperadamente el vello de sus espaldas.
Tribeca | “Pretzels”