En el marco de nuestro dossier, Veinte Poetas Francófonos Recientes, preparado por Sergio Eduardo Cruz y Gustavo Osorio de Ita, presentamos la poesía de Hélène Dorion (Quebec, 1958). Poeta, ensayista e investigadora, es una de las voces francocanadienses más reconocidas en el panorama de la poesía internacional. Ha publicado cerca de quince poemarios, dentro de los cuales destacan Sans bord, sans bout du monde (1995), Les Murs de la grotte (1998), Portraits de mers (2000), Jours de sable (2002) y Ravir : les lieux (2005); a éste último, Ravir : les lieux, pertenecen los poemas aquí traducidos (Premio de la Academia Mallarmé, convirtiendo así a Dorion en la primera quebequense merecedora de dicho galardón).
La poesía de Dorion se caracteriza por una búsqueda interior; una profundización sobre la contemplación – tanto interoceptiva como exteroceptiva – la cual subyace a la constitución de una poética fragmentaria que apuntala más un sentido que un significado; más una voluntad de decir que un dictum referencial.
Las versiones del francés son de Gustavo Osorio de Ita
Arrebato: los lugares
(Fragmentos)
Desde aquí se desplaza la luz. Veo
el pesado vacío sobre la espalda
esparcido por las ventanas.
Busca aquello que nominas, el imposible
mosaico silencioso del viaje
y la lámpara que podría decirse fue quemada
por el tiempo. Mira solo el cuarto
donde resuena tu vida. La sombra jamás vista
ahora es visible, a los ojos de la noche.
*
Entre todas las tierras, el centro, la casa
más al centro, el jardín: sillas
que has lijado, horquilla del alma
que proyecta el sol hacia ti
las aguas de lluvia en los pétalos
apenas surgidos. En el corazón de este mundo
la carne ennegrece el nombre, el teatro de las cosas
que entregas a los vientos. ¿Qué pájaro nace
del pájaro herido? Rehaces tu hogar
cada día, uno se imagina el suelo
bajo la mano, el alto árbol de las estaciones
el cielo plantado en la ventana, el hermoso gesto.
*
Aquí la escalera desde donde asciende
y vuelve a descender la historia, en este detalle
que encarnas. Palabras replegadas
detrás del silencio. Poco importa
el espacio que queda para ti mismo
– y flota entre estos muros, el crujir de los objetos –
ves la ventana, allá agita el mundo
un viento de alba, y las notas del piano
cambian lentamente.
Plantas tu pie, es el mar
que te desata. Olvidas casi la herida
la reclinada piedra, sobre el hilo de la memoria.
Desde hace años, miras a las ramas
como raíces, que se aproximan finalmente.
*
Escucha, como una sombra
se adentraría, al mar, el incansable
vuelo de las olas que golpean
contra la tierra, escucha
este mundo volverse mundo, a fuerza
de resonar entre los años. Tu infancia
es esta materia fósil, un deseo
del tiempo que mesuradamente bulle.
Escucha, y el pájaro volará de nuevo
rompiendo tus castillos de arena
en esta costa atlántica
donde ves al alba partir
y volver tantas mareas.
*
El balcón vacila, uno se tropieza
por la primera línea, la última palabra
el día anterior, el día después.
Uno mete la mano en el bolsillo del viento
uno saca escasos copos
que flotan como cuerpos
y pronto se estrellan
contra los árboles podridos, el gélido invierno
la tierra seca, las paredes incendiadas de los edificios
los mástiles donde penden velas que se desgarran
y cuelgan banderas descoloridas
el banco en el que uno pasa el tiempo, las aceras
donde uno pierde el rostro
las calles donde se hace tan tarde
los medidores desde ahora expirando.
*
Más allá de las dunas, la abrupta pendiente
conduce al mar. La perspectiva cambia
ligeramente, las nubes y los guijarros
se disuelven, el viento se esparce sobre la piel
y si se lleva una concha al oído
uno percibe el murmullo de cada recuerdo
dejado allí, enterrado bajo las mareas.
Entonces el Derviche, con la espuma, con la arena
penetra la medida
– el universo, la nada –
respira como si bailase:
sacude las hojas del alma.
*
El mundo devora nuestros párpados
más allá de los sueños, de la rosa
que mastica la noche, vivimos
como hojas enrolladas
alrededor del horizonte, flotamos
y para curarnos de nosotros mismos
– cuando estallen las fisuras
que se pierdan las piedras
lanzadas entre los jirones de los siglos –
nos deslizamos con los continentes
buscamos las aguas, buscamos la orilla
y un día la imagen se vuelve
el Guardián de los Lugares, de nuevo
se inclina sobre nosotros.
Ravir : les lieux
(extraits)
D’ici bouge la lumière. Regarde
le vide lourd sur l’épaule
éparpillé parmi les fenêtres.
Cherche ce que tu appelles, l’impossible
mosaïque silencieuse du voyage
et la lampe qu’on dirait brûlée
par le temps. Regarde seulement la pièce
où résonne ta vie. L’ombre jamais vue
visible maintenant, dans les yeux du soir.
*
Entre toutes terres, le centre, la maison
plus au centre, le jardin : sillons
que tu racles, bêche de l’âme
tirant vers toi le soleil
les eaux de pluies sur les pétales
à peine apparus. Au cœur de ce monde
la chair noircie du nom, théâtre des choses
que tu livres aux vents. Quel oiseau naît
de l’oiseau blessé ? Tu refais ta demeure
chaque jour, on imagine le sol
sous la main, l’arbre haut des saisons
le ciel planté dans la fenêtre, le geste superbe.
*
Ici l’escalier d’où monte
et redescend l’histoire, en ce détail
que tu incarnes. Des mots poussés
derrière le silence. Peu importe
l’espace qui te laisse à toi-même
– et flotte entre ces murs, le craquement des objets –
tu vois la fenêtre, là remue le monde
un vent d’aube, et les notes du piano
lentement tournoient.
Tu poses le pied, c’est la mer
qui te dénoue. Tu oublies presque la plaie
la pierre gisante, sur le fil de la mémoire.
Depuis des années, tu regardes les branches
comme des racines, qui s’approchent enfin.
*
Écoute, comme une ombre
s’avancerait, la mer, l’inlassable
vol des vagues qui claquent
contre la terre, écoute
ce monde devenu monde, à force
de résonner parmi les ans. Ton enfance
est cette matière fossile, un vœu
du temps qui brûle à mesure.
Écoute, et l’oiseau fuira encore
brisant tes châteaux sur le sable
de cette côte de l’Atlantique
où tu vis s’en aller l’aube
et revenir par tant de marées.
*
Le balcon vacille, on se bouscule
pour la première ligne, le dernier mot
le jour d’avant, le jour d’après.
On met la main dans la poche du vent
on en tire de maigres flocons
qui flottent comme des corps
et bientôt s’écrasent
contre les arbres pourris, l’hiver glacial
la terre sèche, les murs incendiés des bâtiments
les mâts où pendent des voiles que l’on déchire
et traînent les drapeaux décolorés
le banc où l’on passe le temps, les trottoirs
où l’on perd son visage
les rues où il se fait si tard
les compteurs désormais expirés.
*
Passé les dunes, la pente abrupte
mène vers la mer. La perspective se modifie
légèrement, les nuages et les galets
se fondent, le vent s’éparpille sur la peau
et si l’on porte à l’oreille un coquillage
on entend murmurer chaque souvenir
laissé là, enfoui sous les marées.
Alors le Derviche, avec l’écume, avec le sable
pénètre la mesure
– l’univers, le rien –
souffle comme il danse :
secoue les draps de l’âme.
*
Le monde dévore nos paupières
au-delà des rêves, de la rose
que mâche la nuit, nous vivons
comme des feuilles enroulées
autour de l’horizon, nous flottons
et pour guérir de nous-mêmes
– quand éclatent les fissures
que se perdent les pierres
jetées parmi les lambeaux des siècles –
nous glissons avec les continents
cherchons l’eau, cherchons le rivage
et un jour l’image se retourne
le Gardien des Lieux, à nouveau
se penche sur nous.