Poesía irlandesa: 5 poemas de Paula Meehan

Presentamos cinco poemas de Paula Meehan (Dublín, 1955). Poeta y dramaturga irlandesa. Ha merecido reconocimientos como el Arts Council Bursaries in Literature; The Martin Toonder Award for Literature; The Butler Literary Award for Poetry otorgado por el  Irish American Cultural Institute, entre otros.  Estos cinco poemas pertenecen a su más reciente libro, Painting Rain. La traducción es de Roberto Amézquita.

 

 

 

 

 

 

 

Muerte de un campo

 

El campo mismo está perdido la mañana

se convierte en un lugar cuando el anuncio llega:

Fingal County Concil, 44 casas.

 

El recuerdo del campo está

extraviado con la pérdida de sus hierbas.

 

Aunque las palomas en el sauce

y los pinzones en lo que del seto de espino queda,

y claro, la pajarilla del alba en el sauco,

canten su canción de verano hambriento.

 

Las urracas suenen como castañuelas en vuelo…

 

Y el recuerdo del campo desaparezca con su flora:

¿Quién puede saber la añoranza de la añosa milenrama

o la dificultad el apuro la angustia, de la pimpinella

Escarlata cuyo verdadero color es el naranja?

 

Y el fin del campo es el fin de los escudriñados escondrijos

donde las primeras caladas, los primeros pasones, el primer acariciar a tientas

tuvieron el aroma de la manzanilla despojada de perfume.

 

El fin del campo como lo conocemos es el inicio del Estado

el sitio para ser plantado con casas cada dos

o tres camas nido de peso y química, carga de alegría.

 

El fin del diente de león es el inicio del Maestro Limpio

el fin del muelle es el inicio del Pledge

el fin de las cardenchas es el inicio del Ariel

el fin de la flor de primavera es el inicio del Salvo

el fin del cardo es el inicio del Suavitel

el fin del endrino es el inicio del Vanish

el fin del geranio de San Roberto es el inicio del Brasso arranca grasa

el fin de la Ojo brillante es el inicio del Axión.

 

¿Quién de entre nosotros es capaz de enumerar el fin de los pastos

de enumerar las pérdidas de cada inflorescencia?

 

Yo caminaré una vez

a pie descalza sobre la luna para conocer el campo

a través de las plantas de mis pies para escuchar

las innumerables hojas viviendo verdes y cantando

el millón de millones de ciclos de estar en vuelo.

 

Eso —antes que el campo se convierta

en mero mapa del recuerdo en algún archivo en la pantalla

de algún arquitecto.

Yo podría poseerlo o él poseerme a mí

a través de su rocío nocturno, su camisola de blanca luna

su pulida y brillante y prolífica,

en cada aleteo en cada pulso

del tiempo.

 

 

 

 

 

Corazón nómada

 

Algunas veces mirando las frías estrellas invernales

puedes sentir el planeta moverse mientras gira

en el flujo de la galaxia el completo sendero

de la Vía Láctea resonando como una colmena.

 

Dicen que es mejor la travesía que el arribo

a tientas haciendo la faramalla habitual

de moverse-a-lo-largo-del-cambio.  Algunas veces el alma

tan sólo implora un lugar para el descanso

a salvo de las guerras de lo terrestre.

 

Las luces de la ciudad vienen en pares y ternas y las hojas se están

petrificando congeladas en charcos de inmundicia los coches

están atrapados en atascos o pitando a casa.

 

Si es que no somos orillados a arrodillarnos

caeremos de rodillas en esperanza,

en gratitud, en fe, en alabanza —al imperio de la ley en clara

cartografía sobre la extensa cúpula del cielo.

 

 

 

 

 

Cenizas

 

La marea sube la marea baja otra vez

limpiando la playa de lo que la tormenta

arrojó. Ahí donde había rocas hoy hay sólo arena;

donde ayer hubo arena hoy rocas descubiertas.

 

Así que pienso dónde es que sus restos mortales

podrían alcanzar tierra en su transmutada forma,

hace ahora un año desde que la solté de mi

queriendo detener el reloj inexorable.

 

Ella que murió por su propia mano no puede saber

el simple amor que tengo por las cosas que dejó  detrás.

Yo no podría salvarla yo no podría

incluso tratando. Miro la dirección

en que el viento sopla la vida hacia una vela

floja, la tensión de trama contra urdimbre

que levanta la nave y estancada la empuja

hacia afuera.

 

 

 

 

Kippe

 

Como un tejido guante holandés

encontrado en un pedazo de nieve

 

tiro de la palabra para hacer una casita

por encima de mis dedos congelados

 

gateando hacia la luz del sol

(por encima de mi propia sombra)

 

arrastrando mi costal de huesos

mi costal de pellejos hacia la puerta y dentro

del hedor del sueño,

mi mano se escabulle por fin

de su caparazón de hielo

 

 

 

 

En recuerdo de Joanne Breen

 

Estoy urdiendo una extensa madeja

del molino de Stornoway.

Es verde como el prado del verano

aunque cuando la desenredo a contracorriente del astro

miro torcer dentro del ovillo fibras de azul,

y amarillo y púrpura ocasionalmente anaranjado.

Estoy deshaciendo la magia del carrete,

desentrañando.

 

Ella cree que estando juntos

somos tan poderosos como una amarra

que podría atar la nave del espíritu

en un anclaje seguro o lazar al salvaje

caballo de la imaginación,

o unir las bisagras de cada uno en una fuerza de la naturaleza.

 

Este era su trabajo. Esta era su camino.

Este fue el destino que ella nació para soportar.

 

El día que la sepultamos las arbúlagas eran llamas de oro.

 

Nosotros enterramos el verano con ella, nosotros enterramos

las altas nubes de mayo, las golondrinas, nosotros enterramos

aquellos hilvanes de tierra y mar, aquellas farsas de cielo

para la oscura tierra que se abrió para su belleza.

 

Nosotros enterramos la canción de su cuerpo,  las promesas

de fidelidad y de hijos y de empleo el modo

en que ella entrelazaba al delfín y al salmón y al cisne

fuera de la tempestad de la tierra misma

su propia trama y su propia urdimbre sus cosas, su tinte sus fijaciones

la tierra que ella pisó

tan suavemente.

 

Estoy urdiendo una extensa madeja

del molino de Stornoway. Invierno profundo ahora

y el viento llora en la chimenea.

La vela se derrama en las fisuras

la sombra oscila en las paredes

y el aliento,

el aliento se engancha en la memoria.

 

Érase una primavera en que ella

era una chica en las ramas de la playa vieja más allá del erial.

Ella se aferra a la cuerda y salta hacia afuera—

 

el perro las nubes los arbustos la azotea el pajar las vacas

el arroyo la colina la villa todo de vuelta y junto,

mareada y aturdida ella ríe balanceándose hacia los brazos

de nuestro amor.

 

 

Enero 16 de 2006.

 

 

 

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