Shérdi y otros poemas, libro de Sujata Bhatt

Círculo de poesía Ediciones celebra diez años de trabajo con una colección editorial que inaugura, con Shérdi y otros poemas, la poeta hindú Sujata Bhatt (Ahmedabad, 1954). Andrea Rivas escribe sobre este volumen antológico traducido por el equipo de Círculo de Poesía. Bhatt estudió el MFA en el Writers Workshop de la University of Iowa. Ha publicado siete colecciones de poesía con la prestigiosa editorial inglesa Carcanet. Mereció el Commonwealth Poetry Prize de Asia y el Alice Hunt Bartlett Price por el libro Brunizem (1988). En 2014 recibió, en su primera emisión, el Premio de Poesía Nuevo Siglo de Oro del Encuentro Internacional de Poesía Ciudad de México. En 2014, Carcanet publicó su Collected poema. La versión de este poema es de Adalberto García López.

 

 

 

 

Aquí encontrarán poemas que se mueven libremente en esa peligrosa frontera entre lo real y lo maravilloso, mundos, ambos, iluminados. Este libro es una joya de poemas mágicos y modernos.

John F. Deane

 

Una de las mejores poetas vivas.

New Statesman

 

La poesía de Sujata Bhatt revela un compromiso profundo con otras artes. La configuración de sus múltiples influencias torna fascinante su lectura: encuentra resonancias y correspondencias entre disciplinas y culturas de un modo en que nadie más lo haría. Esto la vuelva completamente extraña y más valiosa al tiempo en que su verso, inteligente, limpio y ligero, da cuenta de una técnica rigurosa.

Don Paterson

 

 

 

 

 

Shérdi y otros poemas (Círculo de Poesía Ediciones, 2018) de Sujata Bhatt (Ahmedabad, India, 1956)

 

Todo poemario suele dejarnos, al final de la lectura, con una emoción particular, el pathos aristotélico, producto de la articulación de diversos mecanismos a lo largo de cada verso, estrofa y poema: asombro, decepción, melancolía, miedo, rebelión. Si pensamos, por ejemplo, en “El manto y la corona” de Rubén Bonifaz Nuño diríamos que su poesía nos somete a la desolación absoluta. Si pensamos en “If I told him…” de Gertrude Stein quizá será la confusión, la velocidad, la consciencia lo que se apodere de nosotros. Con Howl, de Allen Ginsberg tal vez sea el furor.

En Shérdi y otros poemas sin embargo, no es tan sencillo. En primer lugar, por supuesto, porque es una antología de poemas donde ideas de muchos años y muchos lugares convergen. En segundo lugar porque al leerlo encontraremos voces y sentimientos tan alejados entre sí que quizá, si quisiéramos, podríamos ponerlos a discutir. Polifonía.

Una voz nos redescubre a la juventud en lo femenino convirtiendo a la menstruación en vida:  “Cuando no puedo dormir, pongo la caracola en mi oído / para escuchar el fluido de mi sangre / la canción de mis latidos / el lento tamborileo dentro de mi cabeza, de mis caderas (8). Pero la mujer crece y la sensualidad latente en los versos de juventud se transmuta en la figura de un león paseando su lengua sobre el agua, o en una boca chupando shérdi, caña de azúcar pero también a su amado.

Pero en la adultez también llega la consciencia del mundo que convierte a la poesía de la confesión en poesía del testimonio: India, las calles de la ciudad de Ahmedabad y la impotencia: “el sufrimiento es vivir en América / y no poder / escribir una maldita cosa al respecto. / El sufrimiento no es para que te lo cuente. / Ve y conoce a la gente si puedes / y si quieres saber / sobre el hambre, sobre el sufrimiento, / ve y vívelo” (25).

Y la voz ya no es la misma voz, y se vuelve ahora hacia la historia de Shiva y Ganesh y se pregunta por los orígenes de la reencarnación, de estos dioses convertidos ahora en seres mortales, en elefantes humanizados bailando un baile desconocido, pero que al terminar el poema, se rehace en la voz para describir al Bremen de la posguerra, y que luego toma un avión hasta Brooklyn para criticar, en un nuevo tono social, a la sociedad estadounidense.

La voz es, además, autoreflexiva y consiente de su papel creador: las imágenes, los sonidos, las palabras, los sujetos mismos que se manifiestan en los poemas, son producto de la construcción meditada y precisa. En el poema “Feminidad” se nos invita a ser parte del proceso de creación: “He pensado mucho en la niña / que juntaba estiércol de vaca en un canasto / a lo largo del camino principal que lleva a nuestra casa / (…) y he pensado mucho, / porque me he sentido incapaz de usarla como una metáfora / usarla para una buena imagen. (…) / Soy incapaz de explicarle a alguien su grandeza / y el poder de la luz a través de sus pómulos / cada vez que descubre un buen, un excelente / montoncito de mierda” (9). Bhatt, nos hace cómplices de su escritura: escribe que no encuentra metáfora y vuelve real a la metáfora. La voz del yo-autora nos toma de la mano y nos explica cómo está hecha su poesía.

La voz va y viene, no es la misma voz nunca. Pero es, a su vez, una voz: la voz de la actualidad, esa voz que no está estática, que no se mantiene inmanente en una sola idea, en un solo lugar sino que se transforma constantemente en la multiplicidad de culturas que convergen en el sujeto, que ya no es ciudadano de un país, de un continente, ni siquiera de una lengua, sino que es visitante y habitante de todos los lugares, que habla con todos los dioses y que no tiene dios, y que no hay sistema lingüístico que pueda albergar su mundo convulso pero a la vez calmo, sino el de la poesía. Su pathos es entonces el de lo real: al leer a Sujata Bhatt uno puede sentirse, al fin, en casa.

En resumen, en Shérdi y otros poemas Sujata Bhatt construye un viaje lírico que si bien puede tener bases en el desplazamiento espacial de la autora ―sus orígenes en India, su traslado a Estados Unidos a los doce años y su actual residencia en Alemania― va más allá de éste gracias a su exploración de perspectivas multiculturales, identidades propias pero también ajenas, en momentos redescubriendo la voz de personajes históricos como la pintora alemana Paula Becker que desarrollará su relación con Rainer Maria Rilke por medio del monólogo dramático, y luego volviendo de nuevo al “yo” y su propio viaje donde, con ritmo natural, dará vida y sentido a poderosas imágenes del mundo contemporáneo.

Andrea Rivas

 

 

 

 

 

Ve a Ahmedabad

 

Ve y camina por las calles de Beroda,

ve a Ahmedabad,

ve y respira el polvo

hasta que te ahogues y te enfermes

con una fiebre que el doctor no conoce.

No me preguntes

porque no te diré nada

sobre el hambre y el sufrimiento.

 

Cuando era niña aprendí

a nunca correr a alguien

de nuestra puerta. Madre me dijo

que diera agua fresca, buena comida,

nada que yo no comiera.

El hambre es cuando tu madre

te dice años después

que en América un doctor dice

que ella está desnutrida,

sus huesos débiles

porque nunca hubo suficiente

comida para los niños,

ella y las mujeres que venían

a nuestra puerta con los suyos.

Los niños siempre deben estar alimentados.

El hambre es que tu madre esté enferma

en América porque ella quería

que comieras bien. El hambre es

cuando caminas las calles de Ahmedabad

y en lugar de repartir

monedas para todos

les das tomates, pepinos,

e ir a tu casa con la boca

saboreando hojas de eucalipto quemadas

porque has perdido

el apetito.

Y sin embargo, no digo nada

sobre el hambre, nada.

 

Tengo amigos por todas partes.

Esta vez nos encontramos después de diez años.

Alguien murió.

Alguien se casó.

Alguien acaba de tener un bebé.

Y cargo al bebé

porque está llorando,

porque hay una extraña erupción

por todo su pecho

y mi amigo pregunta

si tengo un hijo y por qué no

y cuándo me voy a casar.

Y el autobús llega

lleno de gente colgada

por fuera, en las puertas y ventanas.

Y su bebé llora

en mis brazos, sigue llorando

y un anciano se despierta

y me grita: ¿Cómo pude dejar

que mi hijo se enfermara?

Afortunadamente, en ese momento

alguien cuenta un buen chiste.

 

Tengo amigos por todas partes.

Esta vez nos encontramos después de diez años.

Y el sufrimiento es

cuando camino por Ahmedabad

porque este es el lugar

que siempre amé

este es el lugar

que siempre odié

porque este es el lugar

donde nunca podré estar en casa

este es el lugar

donde siempre estaré en casa.

El sufrimiento es

cuando estoy en Ahmedabad

después de diez años

y aprendo por primera vez

que nunca escogeré

vivir aquí. El sufrimiento es

vivir en América

y no poder

escribir una maldita cosa

al respecto. El sufrimiento no es

para que te lo cuente.

 

Ve y camina por las calles de Baroda,

ve a Ahmedabad

y camina por el estiércol de vaca

pero no olvides

mirar al cielo.

Es especial en enero,

nunca más verás cometas como estos.

Ve y conoce a la gente si puedes

y si quieres saber

sobre el hambre, sobre el sufrimiento,

ve y vívelo por ti mismo.

Cuando hay una epidemia,

cuando el doctor dice

que tu hermano puede morir pronto,

que tu padre puede morir pronto

no me preguntes cómo se siente.

No se siente bien.

Por eso hacemos

té con hojas de tulsi,

por eso siempre hay alguien

que sabe una buena historia.

 

 

 

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