Como plástico a la tailandesa y bebo plástico
seco del sur de España. Después de salir
de la ducha me pongo todos los colores
del plástico. ¿Quién comió de mí? ¿Quién bebió
de mi tacita? ¿De quién es el popote y de qué es
la bebida fluye a través de mi muñeca?
Este poema podría haberse titulado Turismo
en la era del capitalismo tardío, pero sólo es un
hotel de tres estrellas, para las palabras.
Intento elogiar un mundo mutilado: hojas
mordidas por caracoles, yo quejándome
sobre el jardín sin podar y los agujeros en el tejado.
Cuando llueve, tenemos dos niagaras adentro:
una cerca de los fusibles, la otra en la pared
de al lado, un chorro espectacular detrás del espejo.
El agua se detiene en las mohosas
dictas, torpemente clavadas en el techo.
Persiste mucho después del chaparrón. Intento elogiar
todo esto en un lenguaje mutilado por
escuelas y universidades. Intento elogiar
un espejo cubierto con una capa de telarañas.
Fukushima
Un árbol brilla, el sol zumba.
Así es el mundo antes de su fin.
Una rosa
Ven, cortaré una rosa para tu mujer,
me dice Łukasz cuando me lo encuentro
por casualidad en el patio trasero,
la tengo en mi huerto, ¿recuerdas?
Y luego me cuenta la lección de historia.
Porque él es profesor y
estaba preguntando a los estudiantes
si sabían alguna palabra que viniera
del latín. Los niños son brillantes, saben muchas palabras,
pero no sabían que de latín
también viene la palabra ‘sedes’.
'Sedes', queridos niños, significa algo
sobre lo que uno se sienta. Porque,
si se estuviera de pie,
sería una ‘estación’.
Y por último, añade:
¿Qué te parece? ¿Me acompañas a la huerta?
Cortaré una rosa para tu mujer.
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