Leonardo Gustavo Ruiz nació (Barinas, 1959) es poeta, ensayista, cronista, narrador y artista plástico. Como ensayista, ha dedicado varios títulos a temas literarios y culturales como Extravíos y direcciones (2004), Leer llano (2005), Palabras de la polis (2005), El alma rural y provinciana de Venezuela (2017). Sus más recientes libros de poesía son El viaje (Acirema, 2022) y esto, palabra, eres (Monte Ávila Editores Latinoamericana, 2023). Actualmente dirige la Revista “Resolana”, de la Escuela Nacional de Poesía “Juan Calzadilla”.
***
Del libro Fragmentos de un libro del poeta perdido (2007)
La espera
La casa donde escribo es tan vieja como este poema
y en sus alrededores los años tardan en cruzar el jardín
¿cuántos granos de arena? ¿cuánta agua del río?
Mas entra, el día menos pensado, una mujer
Y se sienta en el borde haciendo la cama
olorosa al velador que hace años nadie rondó
¿Cuáles versos escribe y tacha, escribe y tacha?
Ella es sutil en su presencia, casi una figura
vaciada de sentido, pero sabe muy dentro de sí misma
lo intuido en los árboles por la época de su amor
¿Cuánta tinta ha hecho oscuro su reloj de sangre
para que ella presienta otros pasos en las hojas?
La casa está tranquila, ella se inclina para ver cómo
la casa está tranquila y sola
Del libro Fuera de una simple nostalgia (2009)
TANTEANDO LAS PAREDES de las casas
de donde, hace bastantes años,
brotaban músicas, jolgorios que hoy no oye,
el viejo cruza calles, décadas, y borra.
No es que quiera olvidar, pero los muros
no son los mismos. Los otros se han marchado.
Es él quien, de tanto tocar, perdió las claves.
Un viejo sordo ya no busca pistas en el estuco,
relieves hacia el bar, fisuras familiares,
melodías o voces que replicar.
Hace treinta años aún podía creer,
por ejemplo, en ciertas gradaciones,
en cambios para siempre soportables.
El cuerpo, lo que queda del cuerpo
aún hoy lo cree, pero la ausencia,
que no es definitivamente asunto suyo
sino de los demás, se empeña en excluirlo
y él no oye. Él olvida que oía
y sus manos lo engañan.
No tiene a quien decirle que tampoco ve
y tanteando las tapias de las viejas casonas,
cruza plazas de memoria. Son otras calles,
pero él las va cruzando sin que nadie sepa,
sin que les interese. Y a menos que
se haya ido convirtiendo en un fantasma,
aún hoy él cree creer, mientras los otros,
los ausentes, no.
El chico
Juega con la más grande ilusión:
el tiempo de la música
para el cual ni inteligencia, ni datos
ni lo arduo ni lo duro cuentan ya.
En el asfalto, en el jardín, en la ruina
juega. Sólo el juego es importante.
Pero sueña y piensa mientras juega.
Allí comienza a tramarse la madeja
de las tribulaciones, esa esponja del futuro.
Y si el árbol mece sus ramas, y
si el otro tiempo pasa con su garra negra,
el chico juega al adulto, toma el agua
como si de té o de vino se tratase.
Fuma un cigarro de tiza, dispara
una pistola de madera. La trompa
de sus pequeños carros de latón
se besan como hormigas. Y ay!
de repente experimenta un cosquilleo
en el bajo vientre, y el árbol
alarga sus ramas como manos de tigre,
y el tizón brilla en la oscuridad
y el vino se mezcla con la sangre.
Pero el chico aún no cruza el riachuelo
que separa
los días inocentes del misterio…
a Sebastián
Del libro Preguntar al viento si prefiere arena (2020)
Los basamentos nunca se ven sostener las casas
y dices Sólo el polvo se suspende a sí mismo
mas la presión que lo mantiene y hace flotar o soñar toca
tierra y esta lo invisible y esto lo infinito el uno el cero
lo seguro
La poesía no hace tanto ni todo
ni nada Visibiliza el éter su amor
en las veces que es polvo
Lo estéril huye de ella como un Yo
del charco engreído
Me veo pasar por allá y hace años
esto palabra eres
Del libro esto, palabra, eres (2023)
Madrugas a un zaguán
y afuera cruje el resto.
La hojarasca pasó.
Densas sombras huían.
Se oyen huellas de árboles
íngrimos e intactos,
marcas de los sin sitio
para no volver.
Madrugas
y ya se ha escrito esa voz
embebida en los ojos,
lloviznada en un susurro
de primer resplandor.
Madrugas para qué, si ya voló.
Inéditos
Cual poeta, por la boca
muere el pez sin ser pescado
aunque no tenga bocado:
muerde cuando no le toca
decir blanda es esta roca,
callada cuando se acaba
de ablandar y hacerse lava
la dureza del acero,
y por dentro es lo más huero
que en desafuero aguardaba.
Las preguntas llueven amargura,
traen moho a la mesa con su pan
acaecido. Cuánto cuesta un camino,
qué largura resulta de vivir
en un constante horizonte
brisa poco apacible.
Sin embargo una flor habla de reír
y esta brizna cruza el paisaje.
Sale airosa.
Se disiparon las motas de nubes.
Eran tapar la corona
del cerro. Se estiraron.
Adviene otro copo al Este
con hebra de venados.
Ese monte volcado en la noche
cruza lo inmenso allá.
Soñar un perro muerto, una nube
con forma de sofá para solitarios
y funerales. En fin, una pesadilla
con despertar de alegre comic.
Algo complejo desvestir el poema,
darle un sentido
nuevo al artefacto
del cadáver del perro del sillón
en la tristeza del burdel
de la mala poesía.
Una mirada a la poesía venezolana: La tradición que nos une