Agua grande, poesía venezolana: Raday Ojeda

Leemos, en el marco del dossier de poesía venezolana que prepara Giordana García Sojo, algunos poemas de Raday Ojeda (1984). Recibió el del 12º Premio Nacional de Literatura Stefania Mosca (Venezuela, 2021). Su libro más reciente es La violenta maquinaria del olvido

 

 

 

 

 

Raday Ojeda (San Fernando de​​ Apure,​​ 1984)​​ es Abogado, titulado por la Universidad Bicentenaria de Aragua (Venezuela, 2007) y la Universidad de Buenos Aires (Argentina, 2022).​​ Especialista​​ en Ciencias Penales y Criminológicas​​ por la Universidad Nacional Experimental “Rómulo Gallegos” (2019). Es autor de los títulos:​​ Plaquette​​ (2009a),​​ Tinaja de oscuro paisaje​​ (2009b) y​​ La violenta maquinaria del olvido​​ (2022), merecedor del 12º Premio Nacional de Literatura Stefania Mosca (Venezuela, 2021). Textos suyos han aparecido en diversas antologías, compilaciones, hojas de poesía y revistas digitales de Latinoamérica y el Caribe. Escribe desde el 2020 el blog:​​ https://losartefactosliquidos.wordpress.com/

 

 

 

 

 

 

 

 

***

 

 

 

[Soundtrack]

El terco corazón de un jabalí

 

 

Lado A

Poemas de​​ Tinaja de oscuro paisaje​​ (2009)

 

 

 

 

 

Parado en línea horizontal

cavé la tumba del sol

 

mis manos dragaron ansiosas

la suciedad

con que aparecían los amaneceres

 

[las uñas se consumieron

ofrendándose al barro

 ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​​​ y a la podredumbre]

 

Creí

retornar al sitio pecaminoso

donde fornicaron mis ojos

con tres bestias en celo

rumiantes

 ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​​​ ​​ ​​ al son de la luna.

 ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​​​ ​​ ​​ ¡Odié la vida!

 

Soy animal de carga

sin pasto, sombra o agua,

semoviente

de una mujer blanca.

 

El epitafio del sol

resume mi fiel existencia. La planicie

quema una de mis costillas

 

esta tierra es negra, oscura.

 

El sol hiere las manías del ojo

y escupe fuego desde las quintaesencias.

 

Las cenizas que se levantan huelen a memoria,​​ 

mientras zamuros con turbantes encendidos:

vuelan sobre mí​​ 

 ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​​​ creyéndome un cadáver.

 

 

 

 

 

 

 

 

A lo lejos, divisé una tierra:​​ 

color de tu piel.

Corrí hacia ella/​​ 

 ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​​​ creyéndola tus brazos.

 

Pero la noche se impuso

vistiendo el luto de una luna muerta.

 

Secuestrado por esa nocturnidad

enciendo fósforos

 

uno

a

uno

 

alumbran el camino llano,

 ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​​​ regreso a casa.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Un cocuy

alumbra la noche solitaria.

 

[...Es invierno]

Su luz, hace ver

la miseria detrás de la oscuridad.

¿Cuánto frío habita

entre tu ausencia y mi nostalgia?

 

Conservo tu olor

en un puñado de frutas

donde la flor

 ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​​​ de bora nace

 ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​​​ y se retuerce entre las aguas.

 

La lluvia incesante

/borra tus huellas

torna sin brillo tu regreso

el cocuy entonces

ilumina esta casa

y confirma los atributos

que tarde la (a)sombran.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Creí beber a cántaros

la ebriedad puesta en tus ojos

y hoy, sin ti, me sé sobrio

entre rincones devastados.

 

Tras tu partida

odié cual iluso

el despertar de los años.

 

Tus fotografías

ganan lágrimas y espacio:

//vaga manera​​ de poseerte a tientas,

fracturando el quiste de la memoria

 

allí siguen tus ojos

y más allá​​  ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​​​ tu ausencia entre palabras.

 

 

 

 

 

 

 

 

Lado​​ B

Poemas de​​ La violenta maquinaria del olvido​​ (2022)

 

 

 

 

 

Declaración de guerra

 

¿Mujer, de qué te quejas?

 

Esta guerra

la provoca tu ausencia.

 

Lo demás es un macilento estornudo

que la memoria rasguña y

 ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​​​ guinda sus tajos para ahuyentar

 ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​​​ sequías o el ahogo de las bestias.

 

Claro que lo sé:

la muerte de tu amor malevo

hoy es extemporánea

y de nada vale, que me repita:

—Nunca más... Nunca más...

 

Rodeado de cigarrillos y cáscaras,

veo fijamente el techo y estoy solo, cautivo,

con una mano metida en el ruido de la luna

y la otra, en tu fugada ribazón.

 

Porque esta habitación

 ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​​​ a medio cerrar

evidencia lo que eres:

 ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​​​ un vicio

 ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​​​ disfrazado de mujer.

 

Pero hubo un tiempo

donde tú eras la pulsión exacta de la vigilia

su holocausto

 ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​​​ / y temblor.

 

Ahora, ¡mírame!

llevo este cuchillo amarrado a mi cintura

por si una mañana despierto

 

y tú estás a mi lado.

 

 

 

 

 

 

 

 

El viajero cautivo

 

Quiero verte destronada. Hecha toda guarida

tras el grueso estornudo de mis empuñaduras.

 

Ven, punza con tus hilachados

nervios, el no sitio

donde los lunares son estrellas

y rompecabezas

desbaratados por un golpe de azar.

 

Te quiero arrodillada,

contra la pared y con ojos aguados

como los insectos

echados encima del mareado polen.

 

Ahora, quién se arrojará sobre este pozo

gigantesco  ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​​​ que es también caparazón

recubierto de hule y con olor a la creciente de los ríos.

¿Quién de nosotros?

 

— Serás tú, que siempre bebes de cuencos partidos,

mientras la luna multiplica el ardor de sus menguas.

 

— Tendré que huir​​ entonces

antes de que el sonido de tus axilas

y la mancha bajo mi​​ lengua, estallen:

¡Y yo todavía esté tan lejos de casa!

 

 

 

 

 

 

 

Anticipación del adiós

 

Me hice polvo y hollín,

óxido = cielo arrasado / hojita de mango caída

 

una resolana que te esquiva

para no despertar asustado.

 

Tú en cambio eres isla borrada de los mapas,

mordiscos detrás de toditas aquellas cortinas,

escondite de cal y savias para la inflamación,

unas lágrimas dejadas a media pared

donde me prendo fuego, y descalzo:

a las arrugas de tus besos doy alivio.

 

—Ay amor: lo rojizo en nuestras espaldas

evidencia muchos días bajo un mismo sol.

 

—El olvido es esta errancia, que (re)inicia

cuando el canto de los gallos se oscurece.

 

[Amanece. Un puñado de pájaros,

picotean el encandilado borde de tus axilas].

 

— Morir en el sueño

hubiese evitado esta mudanza sin sol.

 

— Recuérdalo: Furiosa entre las encías

te llevabas pedazos de mi inflamación.

 

 

 

 

 

 

 

 

Acto de desagravio

 

Olvídame así de repente:

¡Dejándome atribulado en el despiste de mil ciempiés!

 

Quémate, en cambio, las retinas.

 

Pregúntale a tus santos: ¿Por qué el estiércol humea​​ en sus altares de plastilina y cal? Luego, respírate las​​ axilas –allí mi sumisión, recuérdalo–, la indigencia​​ constante de la lengua, atravesando tus más apretados​​ anillos. Pequeña sombra que ahora de mí huyes, aquí o​​ allá, siempre serás la misma nostalgia: La ciudad que​​ derrumbas; la casa que ajaste; el cuerpo que aún en​​ otras orillas supuras; todo, turbio anhelo amanecerá.

 

De esa memoria común de los cuerpos

suena la hermosa porfía de las aldabas;

eso soy: un hule

salpicado por salivas

y llanto, vil estallido.

Un ahogo que me deja mirando muy asustadizo

la quietud con que suelen irse nuestros muertos.

 

Debes venir y curar esta inflamación

con que camino.

 

Tómalo como una finísima

A ​​​​ D ​​​​ V ​​​​ E ​​​​ R ​​​​ T ​​​​ E ​​​​ N ​​​​ C ​​​​ I ​​​​ A.

 

 

 

 

 

 

Bitácora de postguerra

 

Volveré a casa oscureciéndome

desvestido de todas las vigilias / hecho garúa

y puesto encima tan sólo tu lento tapiz de oro.

Exacto tu peso será mi única gravedad.

 

¡Vaciarme quiero la tristura!

En ti, cierta filiación, mi vástago principia.

Que tu boca sea cuenco / vertientes, colmillo o cicatriz;

esa anarquista sed que arrincona tanta luz al mediodía.

 

Confíate sobre mi músculo:

Desprovisto artilugio sin huesos ni dientes,

parto y cesantía de misteriosas migraciones.

 

Vendré con la piel de los oráculos

a develarte: ¿Adónde el hervor de mis carnes?

Dame raíces, y bajo tus arcos la dilatada vocal.

 

 

 

 

 

 

 

 

https://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/thumb/8/8a/Coda_sign.svg/200px-Coda_sign.svg.png

CODA FINAL

(Texto inédito)

 

 

 

 

Petitorio I

 

a Gabriela Franchi

 

Catrina​​ 

tú que te sabes inevitable

   ​​ ​​​​ la 

dulce y​​ 

 ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​​​ profana inevitable.

 

¡Toma mis manos y guíame!

[No como Beatriz a Virgilio, 

sino como un violento sol de mediodía

cuando cae vertical​​ 

sobre insectos y blandísimas pasturas]

 

Ven y llévame, catrina.

Despabila mis ojos y hazme en alevosa vigilia​​ 

A ​​ N ​​ O ​​ C ​​ H ​​ E ​​ C ​​ E ​​ R

:::::::::::::::::::::::::::::::::

Porque vendrá la vida ensanchado sus dominios con partituras de guerra y tendrá tu soplo, tu nocturna cofradía de sal o ese ciego ademán tuyo con que te sueñas: ungida de augurios/ de vocales guturales & redondas del habla de​​ nuestros difuntos. Sumérgeme, catrina, no me dejes escapar. Mírame, atravesando tus océanos voy, amarrado a un mástil para no capitular el último navío. Ay, catrina: sé tú la terrible, la que me espera en cada orilla del mundo y me castiga siempre cuando de nuevamente tengo que zarpar. Quema mis cabos de vela. No permitas en mis carnes otra cicatriz.

Y borra las rutas de ida/​​ 

 ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​​​ de los migrantes.

 

Confisca mis armas​​ 

y bienes.

 

Cierra todas las formas de escape: 

al cielo/ mares y a la tierra yerma, échales candela.

 

Muéstrame​​ 

cómo es que se regresa al fin de la guerra.

 

Hazme en tu altar​​ 

y playas: descansar-dormir.

Ser una criatura mitológica

contigo tras la tibia cópula.

 

Ven catrina, y enséñame los verdaderos sones de tus mantras:

...llovizna... / ...llovizna... / ...llovizna...

 

¡Dame ambrosia, preciosos pastos y garúas!

Todo el oro de tus axilas, dámelo. Las bóvedas de mi lengua bruscamente he vaciado para ti. Hazlo catrina, hazlo. Tuerce mi rama a tus musgos. Y sé tú la vaina de este puñal que ahora llevo amarrado a mi cintura: Por si un​​ día quisieran hurtar nuestro oro o la llovizna o el vigoroso​​ quantum​​ de esta mitología personal, donde como Sísifo recomenzamos… recomenzamos… recomenzamos… y se nos llenan las manos de cayenas, y los torsos de lirios y anoncillos se nos llenan, ¿y las cabezas? Ah también se nos llenan de ratas y pájaros, muchos pájaros y ratas con sus nidos nos aplastan; esos nidos nos aplastan.

Ven catrina, guarda mis filos, llévame.

Y sé tú la dulce/ la siempre inevitable.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Una mirada a la poesía venezolana: La tradición que nos une

Isaura Duarte

Giordana García Sojo

Mariajosé Escobar

Oswaldo Flores

Yuri Patiño

Esmeralda Torres

Cristina Gutiérrez Leal

Antonio Robles

Daniel Arella

Benito Mieses

María Alejandra Rendón

Indira Carpio Olivo

Pedro Varguillas

Leonardo Gustavo Ruiz

Cristina Gálvez Martos

César Seco

Yhonaís Lemus

Alejandro Silva

José Javier Sánchez

Raday Ojeda

 

 

 

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