Paula Alejandra Castillo en La poesía te quiere vivo

Leemos, en el marco de la serie de joven poesía colombiana, La poesía te quiere vivo, que prepara Alejo Morales, algunos textos de Paula Alejandra Castillo (Bogotá, 1998). Es egresada del programa de Creación Literaria de la Universidad Central, collagista y diseñadora editorial.

 

 

 

 

 

 

Me hablaste de la delicadeza de los depredadores

mientras la lama de las piedras acariciaba tu espalda.

Tus garras conocen ​​ la caricia y la libertad​​ 

Para saberlo, solo basta ver cómo todo lo que amas se vuelve un silbido de tu​​ 

 ​​ ​​​​ manada.

 

También lo supe cuando te vi sacar a nuestra afelpada familia inventada

con un brazo mecánico en el centro comercial,

cuando le diste un beso con las pestañas a la araña enredada en mi pelo

e incendiaste una iglesia para liberar en el cielo de colores nauseabundos

a un dinoflagelado con forma de cometa.

 

Cuando una noche, entre el sueño y la vigilia, me contaste sobre ​​ la magia de​​ 

 ​​ ​​​​ los secretos

​​ y me susurraste al oído que sabías trasmutar las lágrimas de cocodrilo,

cuando por telepatía me dejaste ver que eras una estrella cánida.

Entonces, quise guardar las uñas y ​​ lamerte la nariz.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Las bacterias se engullen entre ellas para formar células.

El universo es un frenesí de autoerotismo e hibridaciones.

Quizás, los sonidos de tus alucinaciones te abracen esta noche.

Quizás, el aullido de los microfósiles y las colonias microscópicas

revelen que la teoría de la “supervivencia del más apto” es mentira.

Se acerca una tormenta tropical que suena como el teclado de una cumbia.

¿La oyes?

Aquí la tristeza se baila y la grandeza es disminuirse.

 

 

 

 

 

 

 

 

Dios llora en silencio

como si fuera pecado.

 

Su familia le dijo que los hombres no lloran,

mucho menos si son dioses.

Que él es el hombre de la casa, y no solo de la casa,​​ 

es el hombre del mundo.

Le dijeron que solo los maricas lloran.

 

Dios quiere ser marica,

dejar de ser él por un rato

para poder sentarse a llorar en la silla de un bus.

 

Quiere dejar de fingir que por ser dios

no quiere arrancarse la piel

o llorar hasta convertirse en una lágrima

sin tener que esconderse en su pequeño edén de ausencias.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

***

 

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