Agua grande, poesía venezolana: Benjamín Martínez

Leemos, en el marco del dossier Agua grande, poesía venezolana que prepara Giordana García Sojo, algunos poemas de Benjamín Martínez Hernández (Caracas, 1980). Fue ganador de la V Bienal Nacional de Literatura Rafael Zárraga

 

 

 

 

 

 

 

 

Benjamín Martínez​​ Hernández​​ (Caracas, 1980)​​ es antropólogo, psicólogo, doctor en Ciencias Sociales. Docente de la Universidad Central de Venezuela. Ganador de la XII edición del Concurso para Obras de Autores Inéditos de Monte Ávila Editores Latinoamericana, mención poesía (2014) con su obra​​ Tránsito.​​ Primer Lugar Concurso de Ensayos Filosóficos para estudiantes de la Escuela de Filosofía Universidad Central de Venezuela (2019) con su obra​​ Del rostro como metáfora: acercamiento desde el aporte de Levinas a una poética filosófica.​​ Finalista en el II Concurso de Microrrelato de la Biblioteca Diocesana de Córdoba (España, 2020) con su obra​​ Familia Galaxia.​​ Ganador​​ de la V Bienal Nacional de Literatura Rafael Zárraga, mención novela corta (2021) con su obra​​ La octava hora (cincuenta días en la niebla), de la VI Bienal Nacional de Literatura Gustavo Pereira, mención poesía (2021) con su obra​​ Detrás de los cristales, del Premio Nacional de Literatura Solar, mención poesía (2023) con su obra​​ Sin domar nada. Fue​​ seleccionado para publicación en el V Certamen Internacional de Relato Corto La Esfera (España, 2020)​​ y en el​​ Certamen de Poesía de Invierno del Ateneo de Triana (España, 2022).

 

 

 

 

 

***

 

 

 

 

Una yesca de polvo

extiende mi sed

todos los poetas somos huérfanos

  me dice

buscando el amparo

  tal vez

  de las palabras

pero de ellas

  nadie se salva.

 

 

Tengo una amiga

una hermana

de la palabra

-esas son las verdaderas-

que no se cansa de repetir

que todo está dicho

que tan sólo se trata

de buscar

una voz propia

 

pero yo me pregunto

de qué voz me habla

cuando el silencio

  dice tanto

 

de qué voz

cuando te cortan la boca

  a patadas

en medio de la multitud

y el grito

  no puede pronunciarse

 

de qué voz

  cuando el poema

apenas

  es una cáscara

 

de qué voz

  

  que no escuchas

 

  que te enredas

  donde gustas

  fijar el selfie

  horadando oídos

 

de qué voz

  si andas

  en retirada

siempre en retirada

  buscando

la mano que aplaude

la misma que aprieta el gatillo

pero tú no la ves

 

tú dibujas el índice

que desciende

  para que siga el circo

 

  

   que no sabes

   quien pronuncia tu nombre

 

aunque seas parte

  de mi parte

 

aún​​ 

  no puedes verte

 

tal vez

también tengas tu voz

y armarás

  conmigo

  el poema.

 

 

Ciudad

amurallada

templos voces ruegos

por la gran avenida

monedas

deseos

cánticos

del menguante

decoran

los recorridos

 

y yo contemplo cada una

de las aldabas

y toco

la del reptil

sobre

trinitarias

violetas

y blancas

yo

contemplo

pulseras

ibéricas

en brazos

de gitanas

sobre adoquines

 

y la espuma marina

llegando

a los balcones

con sus cuerpos

bronceados

 

mujeres con trenzas antillanas

mujeres a la entrada

de otros templos

y un sol bañando

senderos de realismo

mágicos como tu voz

esta mañana

que llega

desde la sierra

hasta el puerto

de las memorias

colectivas

 

tengo la sal

aún en estos labios

 

y el columpio

en la heladería

de la esquina

cerca del Museo de la Inquisición

ritmo ecuestre

de quien lleva el tiempo

en su piel

y la evitación del monarca

 

y el reloj de la torre

marcando

el paso

de las embarcaciones

que llegan a la convención

de los piratas

 

aquí reside

el vuelo

de las mariposas

y el aullido todo

del Caribe

junto al Magdalena

y el Orinoco

Santiago

Tegucigalpa

Darién

San José

Asunción

Santo Domingo

Montevideo

Quito

Cochabamba

Caracas

Popayán

Guatemala

Cartagena de Indias

 

aquí reside

la gloria

y el ondular

de banderas

sobre la gran muralla

la bienvenida del ocaso

de otras eras

y este mar

que se va

abriendo

para ti.

 

 

 

 

 

 

La aparición de estos rostros en la multitud;

Pétalos en una rama oscura y húmeda.

Ezra Pound

 

Abren el portal

frente a mí

una geisha

escucha techno chill out

 

a su diagonal

el anciano

de los mil collares

 

debajo

de los tímpanos rotos

el hombre de la patineta

se abre paso

 

la pequeña

recita sus oraciones

al dios palestino

 

frente a ella

una mujer

empuja al tiempo

por temor a las dudas

 

el lobo gris

observa

el movimiento

de la seducción

y lame su espera

 

por la ventana

las señales

del equipo victorioso

dictan otro duelo

 

la alarma

no es

un botón rojo

ni el aviso

del conductor

 

la geisha

sale

y entra la diosa

 

beso sus pies

el cuero

de sus sandalias

envuelve mis huesos

 

la mañana

con sus loros reales

muestra el sendero

 

camino bajo sus alas

 

abre el abecedario

de esta mezquita

y cumplo

su promesa.

 

 

 

 

 

 

 

 

A la memoria de Ernesto Cardenal
y Armando Rojas Guardia
.

 

El poema era una oración firme
segura
silenciosa
siguiendo
el curso de otras ocasiones
se iba
tallando miradas

 

el poema era un mar
oriental
y profundo
recordando ocasos
ofrendaba luz

 

el poema era el nombre del cielo
encontraba el yo
despierto
trenzando el andar
sin amuleto

 

el poema era un hombre
la oración de costumbre.

 

 

El humo crece los campos

cenizas en flor

tragan gritos

  al final de la avenida

   cosen cadáveres

 

la curva del sueño

  promete eucaristía

a espaldas del dios

extranjero

la vendedora​​ 

embarazada

alza

su mejor oferta

 

una pequeña caja

   ataúd

  guarda impulsos

 

hay ocasos sin horas

cuerpos que jamás desvisten

   su verdad

tránsitos dictados

  más allá de la sed

poemas de pieles

  que no cambian

  incinerados

   siguen

armando un verbo

  impronunciable

para un hombre

  nada nuevo.

 

 

Una sed de lobos danzantes

en primavera

recorre los cuerpos

los deja ingrávidos

hasta decir basta

  pero ellos no escuchan

siguen flotando

 

  horizontes cerrados

despejan

  el lugar de la noche

 

caleidoscopio

brújula arlequina

 

  lombrices de dos cabezas

   entierran presente.

 

 

Nos dijeron

que teníamos

que domar nuestras palabras

que teníamos

que aceitar las cadenas

y encender las máquinas

en el momento preciso

nos dijeron que las palabras

se las lleva el viento

nos dijeron 

que mejor vivir

que morir en el intento

pero no dijeron

que las palabras 

nos doman

nos aceitan

nos encienden

y llevan lejos

para morir por ellas

y regresar victoriosos.

 

 

 

 

 

 

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