Agua grande, poesía venezolana: Jenifeer Gugliotta

Leemos, en el marco del dossier Agua Grande, Poesía venezolana, preparado por Giordana García Sojo, algunos textos de Jenifeer Gugliotta (1985). Ha desarrollado una intensa labor como editora. Mereció el Premio Nacional del Libro 2012-2013. Su más reciente colección de poemas es En esta vastedad susurro, de la cual leemos aquí una selección.

 

 

 

 

 

Jenifeer Gugliotta​​ (Ocumare del Tuy, 1985)​​ es poeta y Editora. Licenciada en Educación mención​​ Lengua, Literatura y Latín por la Universidad Nacional Experimental Francisco de Miranda​​ (UNEFM) y magíster en Literatura Hispanoamericana por la misma casa de estudios.​​ Fundadora de la​​ Revista Pruka. Cofundadora y miembro del Grupo Musaraña (2005-2012),​​ editora de la​​ Revista Cubile​​ y la hoja poética Madriguera (2006-2012). Ha publicado los​​ poemarios​​ 490h​​ (2009),​​ De eso se trata​​ (2013) el cual obtuvo en 2014 el Premio Nacional​​ del Libro 2012-2013 mención libro artesanal. En 2023 publicó el libro​​ En esta vastedad​​ susurro​​ con la editorial Fundarte bajo la colección Yo misma fui mi ruta.

 

 

 

 

XII

 

Intangible es este cuerpo, vasija de barro que un día fue en tus manos, intangible tus labios​​ en mi oído, los besos frente a un mar que pretende algún día devorarme, cuatro de marzo​​ quizá, diez de la mañana, soleado, cuerpo vasija en nado, diluido barro, salobre piel que se​​ integra al olaje, marea soy, alta, fuerte, abro boca, trago y escupo la salina entera. Soy ciclo​​ en ella, arenisca en el aire, Caribe, sol, ave, pez, intangible, conquistada.

 

 

 

 

 

 

XV

 

Cubre la oscuridad un cuerpo que desea ser teñido, lo tomo entre mis manos y convengo un​​ pacto desconocido por ambos. La simiente se propaga incitando a mantener firme el alma​​ en medio de tanta fragilidad. Pero continúa al acecho y desde una piel erizada sumerjo en el​​ mar lo que soy, me integro a ti para surcar todo tu cuerpo y dejarte ser a partir de éste, mi​​ punto de conversión.

 

 

 

 

 

 

 

 

XVI

 

¿Qué es lo que ahora retumba en la tierra? Sismo de escala incontrolable, remueve

escombros, río que fluye debajo de los pies, raíces se vuelven espasmos que indoloros​​ vienen a mitigar los días. No cruzar, no cruzarse, soltar y dejar caer al árbol, arrastrar su piel​​ por todo el camino y vociferar al viento lo necesario sólo en solsticio de invierno. Macerar​​ entre tanto todo lo que se es, cubrir con mentol de la abuela las estillas, ser remo desde la​​ orilla, acompañarse y dirigir la mirada hacia donde indique la brújula, surcar el cuerpo y​​ redescubrirse entre la maleza, sea noche calurosa o día oscuro, surcarse, distinguir colores,​​ instantánea que se queda​​ prisionera, abrir la jaula, juntar los pedazos, descifrar la dirección​​ del viento, dejarse arrastrar río abajo, allá, la mar espera.

 

 

 

 

 

 

 

XX

 

Busco rastros en el reflejo, se desbasta la piel, cobertura sinuosa que integra la vida. No es​​ más que piel escama soltando amarras, inciso que navega en el mar negro. Es tormenta​​ que se mezcla, holocausto que divaga en istmo, mirada que transito y estas palabras,​​ también tuyas, que sulfatan poros, recrean caminatas cerro arriba, cometa en mano que se​​ pierde, surcando el mar Caribe, Pacífico, Atlántico. Busco la noche, barca que navega, norte​​ y sur en sincronía casi perfecta, repetitivo compás que acompañan las notas, la mirada que​​ insiste, tus manos cerrando ojos. Son caminos de tierra, sendero que se pierde, gira​​ entonces, vasto campo que dibujo en flores: Violeta, Margarita. Río que alberga al final es​​ haiton, cúspide abajo, agua flotando. Van las raíces integrando medicina, tallo, flor, mano​​ que rodea y cubre es pólvora que reduce, tú, vos, incauto.

 

 

 

 

 

 

 

XXI

 

El amor que tenía para ti se va desgastando, atraviesa fronteras tratando de encontrarte, de​​ asirse en algún punto del cuerpo, trazando una línea que va dibujando espacios,​​ pensamientos que se integran para sostenerte en mis aspas cansadas ya de tanta espera,​​ de tanta penumbra en los ojos. Te extraño. Tanto o más que la voz del padre, sus pasos​​ extensos y firmes hacían de nosotros sólo un manojo de cimientos, brazos que se explayan,​​ universo sincero. Verbo subterráneo retumba, por más que pises firme su estremecimiento​​ te llena. Cabalgo entonces dentro de esta ciudad círculo, te ubico en el centro para verte y​​ sentirte siempre, aunque no regreses, aunque jamás vuelvas a pisar terruño hondo, porque​​ el tiempo así lo quiso y hubo que cruzar, hacer anchura, ensancharse las piernas, brazos,​​ órganos, hubo que entrejuntarse, cruzarse las lágrimas, ser visión en lo incierto, lanzarse al​​ mar, nadar profundo, así tú, hermano. Con tu sonrisa media, cabello rizado latinoamericano,​​ piel joven que servirá de carroña al extraño, respiración que va conectando con el alma.​​ Vuelvo a contar tus dedos, tocan una canción en la plaza junto al señor que siempre duerme​​ en ella –¿Lo recuerdas?–. Armonía llega contiguo a ti, kilómetros se achican para cantar y​​ recordarme que aquí seguirás, aunque no te distinga entre tanta niebla, entre tanto cruce de​​ fronteras.

 

 

 

 

 

 

 

XXII Ciudad

 

Conocí sus ojos merodeando cuando el sol tocaba el centro de la ciudad, venía de un mes​​ que siempre será corto y transitorio. Venía de desdibujar en mi vientre utopías que el tiempo​​ jamás podrá resarcir. Venía, así como siempre he sido, con un dolor que ya incalculable iba​​ a redireccionar estos pasos bajo aquel árbol donde decidí ver: ojos contenedores de​​ pasado. Quedaste atrapado en un tiempo, una calle que el recuerdo trae constante. Logro​​ sentir la brisa, el frío, la oscuridad que llevas allí dentro, junto a tu mano tomo el alimento y​​ lo llevo a tu boca, mastico y digiero lo que para ti fue, jamás en nosotros, lo sé. No es más​​ que esta ansiedad, es el mismo viento, un tiempo que llega para conjugar y mimetizar en​​ esta línea tus ojos, mirada certera que se acerca contiguo en la plaza, yo temblando,​​ tratando de detener los recuerdos, la niñez y sus besos: el que jamás quise, el que siempre​​ deseé. Pero no quiso este cuerpo retener la segunda oleada, entonces me vi en futuro y un​​ espejismo por día vino a recordarme las tantas vidas que podíamos tener y de no creer en​​ la reencarnación, pasé a revivir cada mañana en un Continente distinto. Suelto mi cabello,​​ el cuerpo disímil se contonea, escucho los Beatles con los decibeles justos para que el alma​​ sienta sus vibraciones, entonces me toman ásperas unas manos para saltar en tres​​ direcciones, contengo la respiración, me sumerjo confiada en que saldré, dilatado el cuerpo.​​ Con ojos y pies renovados tanteo sus bordes, deseo devorarlo y sin embargo no lo hago,​​ respiro y en el acto su esencia, lo justo para ser etéreo lo absoluto, para volver en sí tanta​​ palabra, tanta promesa.

 

 

 

 

 

 

 

XXIII

 

Esta es una partícula en el aire, una espora que dirige su curso según la ventisca que la​​ toque. Es más que presencia, ausencia, el lugar es el centro de cualquier esquina, el borde​​ del peñasco, la piedra que gravita, el sitio donde el que estuvo añora regresar. Desde acá​​ escucho tu voz y con ritmo caribeño imploras lo que ahora te es negado, palabras impolutas​​ que vienen a resarcir lo que un día destruiste, tu ventaja es un apaciguado tiempo que​​ contrae dolores, instrumento que te acompaña no es más que voz surgiendo del alma,​​ surcando distancias no descifradas. Eres ventisca, escaramuza que guiña a la vida, sitial al​​ que muchos recurren. Eres, así, sin más. Existes y mientras estas aspas coaccionan el aire,​​ lo que ahora somos, va el cuerpo pasado y presente entremezclándose para juntarnos​​ nuevamente en algún punto de esta línea que has insistido en llamar: música, bella; hiel en​​ la punta de la lengua. Insistes reinventando verbos, coartando pasos que te auxilien a dirigir​​ la mirada, vocablo que incauta vocablos, simiente que sea núcleo eternizante, para siempre​​ etéreo.

 

 

 

 

 

 

 

 

XXIV

 

Orbita su cuerpo en la dirección que disponga el día, noche es esta espera, sabernos aun​​ no estando, no siendo, sólo partícula que inocula, pestañeo ante sol abrasivo, bruma que​​ toca la punta de los dedos, el mismo que regresa en un vaivén constante y prófugo de​​ pensamientos. Quizá no es aquí, quizá el baile, el doble paso no es, pero te ciegas y el​​ grano de arena repetitivo se instala. Lo deseas, incubas cual parásito en él, redoblas el​​ verbo para sentir más. Entonces el campo gravitacional se expande, el nosotros se expande​​ haciendo mínimo el objeto, adentro eclosiona, te veo y absortos tus labios se dilatan,​​ estallan tus oídos, el jamás es verbalizado en esta piel en llamas, ahora deshabitada.

 

 

 

 

 

 

 

XXVI ¿Qué quedará en el subsuelo?

 

Cuando padecer es atavío de la carne quedan las raíces a salvo, toca abrir la tierra, con​​ cabeza buscar lugar entre la mezclilla de hojas, larvas y animales muertos. Hallarse.​​ Entender que los ángulos de un triángulo son perfectos con línea y sonido derruido, que la​​ alquimia sólo funcionó en noveno, cuando llegó el profesor de química y fuimos más de​​ cuarenta, entonces los lápices caían seguidos al suelo y un vapor de faldas se acercaba​​ semanal a tomar asistencia en los pasillos. Hallarse. No dejando la sonrisa estrecha, con​​ tierra en los oídos se escucha, con tierra en los ojos​​ se ve. Sentir la raíz que aprisiona​​ carne, busca convergiendo, toda, inhalas, te perteneces ¿Qué quedará en el subsuelo?

 

 

 

 

 

 

 

 

 
 
 
 

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