Jenifeer Gugliotta (Ocumare del Tuy, 1985) es poeta y Editora. Licenciada en Educación mención Lengua, Literatura y Latín por la Universidad Nacional Experimental Francisco de Miranda (UNEFM) y magíster en Literatura Hispanoamericana por la misma casa de estudios. Fundadora de la Revista Pruka. Cofundadora y miembro del Grupo Musaraña (2005-2012), editora de la Revista Cubile y la hoja poética Madriguera (2006-2012). Ha publicado los poemarios 490h (2009), De eso se trata (2013) el cual obtuvo en 2014 el Premio Nacional del Libro 2012-2013 mención libro artesanal. En 2023 publicó el libro En esta vastedad susurro con la editorial Fundarte bajo la colección Yo misma fui mi ruta.
XII
Intangible es este cuerpo, vasija de barro que un día fue en tus manos, intangible tus labios en mi oído, los besos frente a un mar que pretende algún día devorarme, cuatro de marzo quizá, diez de la mañana, soleado, cuerpo vasija en nado, diluido barro, salobre piel que se integra al olaje, marea soy, alta, fuerte, abro boca, trago y escupo la salina entera. Soy ciclo en ella, arenisca en el aire, Caribe, sol, ave, pez, intangible, conquistada.
XV
Cubre la oscuridad un cuerpo que desea ser teñido, lo tomo entre mis manos y convengo un pacto desconocido por ambos. La simiente se propaga incitando a mantener firme el alma en medio de tanta fragilidad. Pero continúa al acecho y desde una piel erizada sumerjo en el mar lo que soy, me integro a ti para surcar todo tu cuerpo y dejarte ser a partir de éste, mi punto de conversión.
XVI
¿Qué es lo que ahora retumba en la tierra? Sismo de escala incontrolable, remueve
escombros, río que fluye debajo de los pies, raíces se vuelven espasmos que indoloros vienen a mitigar los días. No cruzar, no cruzarse, soltar y dejar caer al árbol, arrastrar su piel por todo el camino y vociferar al viento lo necesario sólo en solsticio de invierno. Macerar entre tanto todo lo que se es, cubrir con mentol de la abuela las estillas, ser remo desde la orilla, acompañarse y dirigir la mirada hacia donde indique la brújula, surcar el cuerpo y redescubrirse entre la maleza, sea noche calurosa o día oscuro, surcarse, distinguir colores, instantánea que se queda prisionera, abrir la jaula, juntar los pedazos, descifrar la dirección del viento, dejarse arrastrar río abajo, allá, la mar espera.
XX
Busco rastros en el reflejo, se desbasta la piel, cobertura sinuosa que integra la vida. No es más que piel escama soltando amarras, inciso que navega en el mar negro. Es tormenta que se mezcla, holocausto que divaga en istmo, mirada que transito y estas palabras, también tuyas, que sulfatan poros, recrean caminatas cerro arriba, cometa en mano que se pierde, surcando el mar Caribe, Pacífico, Atlántico. Busco la noche, barca que navega, norte y sur en sincronía casi perfecta, repetitivo compás que acompañan las notas, la mirada que insiste, tus manos cerrando ojos. Son caminos de tierra, sendero que se pierde, gira entonces, vasto campo que dibujo en flores: Violeta, Margarita. Río que alberga al final es haiton, cúspide abajo, agua flotando. Van las raíces integrando medicina, tallo, flor, mano que rodea y cubre es pólvora que reduce, tú, vos, incauto.
XXI
El amor que tenía para ti se va desgastando, atraviesa fronteras tratando de encontrarte, de asirse en algún punto del cuerpo, trazando una línea que va dibujando espacios, pensamientos que se integran para sostenerte en mis aspas cansadas ya de tanta espera, de tanta penumbra en los ojos. Te extraño. Tanto o más que la voz del padre, sus pasos extensos y firmes hacían de nosotros sólo un manojo de cimientos, brazos que se explayan, universo sincero. Verbo subterráneo retumba, por más que pises firme su estremecimiento te llena. Cabalgo entonces dentro de esta ciudad círculo, te ubico en el centro para verte y sentirte siempre, aunque no regreses, aunque jamás vuelvas a pisar terruño hondo, porque el tiempo así lo quiso y hubo que cruzar, hacer anchura, ensancharse las piernas, brazos, órganos, hubo que entrejuntarse, cruzarse las lágrimas, ser visión en lo incierto, lanzarse al mar, nadar profundo, así tú, hermano. Con tu sonrisa media, cabello rizado latinoamericano, piel joven que servirá de carroña al extraño, respiración que va conectando con el alma. Vuelvo a contar tus dedos, tocan una canción en la plaza junto al señor que siempre duerme en ella –¿Lo recuerdas?–. Armonía llega contiguo a ti, kilómetros se achican para cantar y recordarme que aquí seguirás, aunque no te distinga entre tanta niebla, entre tanto cruce de fronteras.
XXII Ciudad
Conocí sus ojos merodeando cuando el sol tocaba el centro de la ciudad, venía de un mes que siempre será corto y transitorio. Venía de desdibujar en mi vientre utopías que el tiempo jamás podrá resarcir. Venía, así como siempre he sido, con un dolor que ya incalculable iba a redireccionar estos pasos bajo aquel árbol donde decidí ver: ojos contenedores de pasado. Quedaste atrapado en un tiempo, una calle que el recuerdo trae constante. Logro sentir la brisa, el frío, la oscuridad que llevas allí dentro, junto a tu mano tomo el alimento y lo llevo a tu boca, mastico y digiero lo que para ti fue, jamás en nosotros, lo sé. No es más que esta ansiedad, es el mismo viento, un tiempo que llega para conjugar y mimetizar en esta línea tus ojos, mirada certera que se acerca contiguo en la plaza, yo temblando, tratando de detener los recuerdos, la niñez y sus besos: el que jamás quise, el que siempre deseé. Pero no quiso este cuerpo retener la segunda oleada, entonces me vi en futuro y un espejismo por día vino a recordarme las tantas vidas que podíamos tener y de no creer en la reencarnación, pasé a revivir cada mañana en un Continente distinto. Suelto mi cabello, el cuerpo disímil se contonea, escucho los Beatles con los decibeles justos para que el alma sienta sus vibraciones, entonces me toman ásperas unas manos para saltar en tres direcciones, contengo la respiración, me sumerjo confiada en que saldré, dilatado el cuerpo. Con ojos y pies renovados tanteo sus bordes, deseo devorarlo y sin embargo no lo hago, respiro y en el acto su esencia, lo justo para ser etéreo lo absoluto, para volver en sí tanta palabra, tanta promesa.
XXIII
Esta es una partícula en el aire, una espora que dirige su curso según la ventisca que la toque. Es más que presencia, ausencia, el lugar es el centro de cualquier esquina, el borde del peñasco, la piedra que gravita, el sitio donde el que estuvo añora regresar. Desde acá escucho tu voz y con ritmo caribeño imploras lo que ahora te es negado, palabras impolutas que vienen a resarcir lo que un día destruiste, tu ventaja es un apaciguado tiempo que contrae dolores, instrumento que te acompaña no es más que voz surgiendo del alma, surcando distancias no descifradas. Eres ventisca, escaramuza que guiña a la vida, sitial al que muchos recurren. Eres, así, sin más. Existes y mientras estas aspas coaccionan el aire, lo que ahora somos, va el cuerpo pasado y presente entremezclándose para juntarnos nuevamente en algún punto de esta línea que has insistido en llamar: música, bella; hiel en la punta de la lengua. Insistes reinventando verbos, coartando pasos que te auxilien a dirigir la mirada, vocablo que incauta vocablos, simiente que sea núcleo eternizante, para siempre etéreo.
XXIV
Orbita su cuerpo en la dirección que disponga el día, noche es esta espera, sabernos aun no estando, no siendo, sólo partícula que inocula, pestañeo ante sol abrasivo, bruma que toca la punta de los dedos, el mismo que regresa en un vaivén constante y prófugo de pensamientos. Quizá no es aquí, quizá el baile, el doble paso no es, pero te ciegas y el grano de arena repetitivo se instala. Lo deseas, incubas cual parásito en él, redoblas el verbo para sentir más. Entonces el campo gravitacional se expande, el nosotros se expande haciendo mínimo el objeto, adentro eclosiona, te veo y absortos tus labios se dilatan, estallan tus oídos, el jamás es verbalizado en esta piel en llamas, ahora deshabitada.
XXVI ¿Qué quedará en el subsuelo?
Cuando padecer es atavío de la carne quedan las raíces a salvo, toca abrir la tierra, con cabeza buscar lugar entre la mezclilla de hojas, larvas y animales muertos. Hallarse. Entender que los ángulos de un triángulo son perfectos con línea y sonido derruido, que la alquimia sólo funcionó en noveno, cuando llegó el profesor de química y fuimos más de cuarenta, entonces los lápices caían seguidos al suelo y un vapor de faldas se acercaba semanal a tomar asistencia en los pasillos. Hallarse. No dejando la sonrisa estrecha, con tierra en los oídos se escucha, con tierra en los ojos se ve. Sentir la raíz que aprisiona carne, busca convergiendo, toda, inhalas, te perteneces ¿Qué quedará en el subsuelo?
Una mirada a la poesía venezolana: La tradición que nos une
Isaura Duarte / Giordana García Sojo / Mariajosé Escobar / Oswaldo Flores / Yuri Patiño
Esmeralda Torres / Cristina Gutiérrez Leal / Antonio Robles / Daniel Arella / Benito Mieses
María Alejandra Rendón / Indira Carpio Olivo / Pedro Varguillas / Leonardo Gustavo Ruiz / Cristina Gálvez Martos
César Seco / Yhonaís Lemus / Alejandro Silva / José Javier Sánchez / Raday Ojeda
Venus Ledezma Azuaje / Zorián Ramírez Espinoza / Vielsi Arias / Héctor Padrón / Anahís Monges